Los servicios de neurorehabilitación deben ser una prioridad de la salud pública para que las personas no dependan fundamentalmente de la asistencia de sus familiares

Los trastornos cerebrales son una de las mayores amenazas para la salud pública y deben considerarse como uno de los principales desafíos mundiales del futuro por su impacto humano, médico, social y económico. Si bien se ha logrado un gran avance en cuanto a las herramientas diagnósticas y terapéuticas, el acceso a la atención sanitaria es muy dispar así como también existen discrepancias entre las iniciativas de salud pública de los gobiernos.

Por ejemplo, en muchos países los servicios de neurorrehabilitación son limitados o inexistentes. Esto hace que las personas dependan fundamentalmente de la asistencia de sus familiares. Se produce así un círculo vicioso: las comunidades más empobrecidas se ven afectadas por un amplio número de discapacidades y, a su vez, las personas con discapacidad se vuelven más vulnerables a la pobreza debido a la falta de acceso a los servicios de atención de salud, asistencia social y rehabilitación.

Como refiere el dr. Marcelo Cetkovich en su excelente libro El estigma de la enfermedad mental y la psiquiatría, sigue existiendo aún hoy un fuerte estigma sobre estas personas quienes, además de los padecimientos de su enfermedad, sufren conductas discriminatorias por parte del resto de la sociedad. Estas actitudes se basan en la desaprobación de alguien por poseer determinado rasgo distintivo o conducta que es vista de manera negativa por los otros. Se trata de una clara forma de discriminación que puede realizarse al rechazar cierta condición o expresarse al evitar a alguien a quien se le atribuyen características negativas basadas en prejuicios como la inestabilidad emocional y la potencial violencia debido a la condición que posee. Otras representaciones sociales arraigadas tienen que ver con la idea de que los padecimientos psíquicos son una elección y, sobre todo los relacionados con la alimentación y el consumo de sustancias, dependen de la voluntad. Todo esto lleva a una gran incomprensión hacia quienes padecen estas enfermedades.

Como resultado, sus vidas sufren una limitación mayor que la que puede llegar a generar la propia patología a la hora de encontrar trabajo, conseguir una vivienda, establecer relaciones sociales estables y ser aceptado por los demás. Asimismo, la falta de comprensión por parte de la familia o el entorno perpetúan el aislamiento y contribuyen a que eviten la búsqueda de ayuda o tratamiento para eludir las consecuencias sociales negativas del diagnóstico.

Si bien la promoción del conocimiento sobre estas enfermedades representa un primer paso fundamental, es necesario desafiar activamente los estereotipos negativos existentes y, especialmente, revisar el tratamiento que se da a estos temas desde los medios de comunicación ya que desempeñan un rol primordial en la perpetuación o no de los mismos. Si queremos construir de la Argentina una verdadera comunidad, debemos entenderla no como un conjunto de personas iguales sino hombres y mujeres que, con sus diferencias, se integran.

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Diálogos sobre el rol de las neurociencias en las políticas públicas

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