Una invitación a pensar un proyecto de nación con un programa político y social que resuelva las desigualdades. Tres ejes me parecen centrales en ese camino

Los libros posibilitan una comunicación fascinante en la que uno escribe algo y lo arroja como una botella al mar para que otro lo encuentre, lo lea, lo apruebe o lo discuta a partir de ese rito íntimo que la lectura sigue promoviendo, más allá de que estemos atravesando la era digital. En este sentido, el nuevo libro Decir presente, hacer futuro invita a pensar un proyecto de nación con un programa político y social que resuelva las desigualdades. Tres ejes me parecen centrales en ese camino.

Para poder proyectar crecimiento a largo plazo, resulta urgente superar la crisis humanitaria (erradicar el hambre y luchar contra la malnutrición). Es un escándalo que exista el hambre en un país como Argentina. El hecho de que muchísimos niños y muchísimas niñas en nuestro país no puedan alcanzar su potencial en los primeros años y, en consecuencia, entrar en la escuela con una base sólida para el aprendizaje es una injusticia para con ellos pero, también, una enorme pérdida para el futuro. Es imprescindible implementar con urgencia programas de intervención en la temprana infancia que puedan mitigar las condiciones de desigualdad. Gobernar significa establecer prioridades. Y claro que no hay algo más urgente e indispensable que acabar con el hambre. El compromiso de enfrentar este flagelo (y todas las formas de malnutrición) tiene que concretarse en políticas y programas, y en la movilización inmediata y sin trabas de los recursos necesarios.

El conocimiento es y debería ser el principal plan económico y social de la Argentina. Hemos probado de todo, menos esto. Muchos siguen sosteniendo que un país tiene que crecer económicamente primero y luego invertir en el desarrollo humano, en ciencia, educación, salud y tecnología. Pero es al revés: el crecimiento económico sin inversión en desarrollo humano no es sostenible y no reduce la desigualdad. Tenemos que entender que la experiencia de otros países nos muestra que, a mayor inversión en educación, ciencia, tecnología e innovación, más riqueza produce el país.

Hace décadas que los argentinos no tenemos un sueño colectivo que nos una como nación. El último gran sueño colectivo fue la lucha por la democracia en los años 80. Estoy convencido de que el nuevo sueño debe ser la Revolución del Conocimiento. Nutrir bien a los chicos, asegurar salud y educación de calidad para todos, invertir sostenidamente en ciencia y vincular la investigación con la producción, tener instituciones transparentes y confiables, mejorar la infraestructura, cuidar el medio ambiente, luchar por la igualdad de oportunidades sin importar género o clase social: todo esto es conocimiento.

Persiguiendo este sueño escribí este libro. Necesitamos recomponer la confianza en que es posible alcanzarlo. Y alcanzarlo.

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