Uno de los trastornos de sueño es la llamada “apnea obstructiva”. La persona que la padece suele sufrir una o más pausas en la respiración o tener respiraciones superficiales mientras duerme. Esto puede causar somnolencia, dolor de cabeza, dificultad para mantener la concentración, irritabilidad e, incluso, depresión. Y una de sus consecuencias más peligrosas puede ser la dificultad para mantenerse despierto, por ejemplo, si se tiene que operar máquinas o manejar un vehículo durante horas.
¿Qué sucede durante la apnea? Los músculos de la garganta y la lengua se relajan y obstruyen la parte superior de las vías respiratorias (en personas obesas también se restringe la expansión pulmonar y del tórax por ascenso del diafragma y el peso excesivo de la pared torácica y el tejido mamario). Entonces, resulta difícil respirar. Esto hace que los pulmones y el cerebro no reciban el suficiente oxígeno; y el cerebro genera una alerta para normalizar su función, causando un fuerte ronquido o jadeo. Así, desciende el oxígeno en la sangre y varía la frecuencia cardíaca. La persona suele despertarse varias veces y el sueño pasa de ser profundo a superficial. Pueden llegar a tener una frecuencia mayor de veinte veces por hora y cada evento puede durar unos pocos segundos o prolongarse por más de treinta.
Los primeros en detectar que algo anormal sucede con la respiración durante el sueño suelen ser quienes comparten las horas de descanso. También es posible que, en las actividades cotidianas, los compañeros de trabajo observen el excesivo cansancio y los problemas para concentrarse. Todas estas son señales de que es necesario consultar a un médico.
La apnea es más frecuente en personas mayores, en quienes tienen exceso de peso, presión arterial elevada, en fumadores y personas con alteraciones en las vías respiratorias. El estudio específico para llegar a su diagnóstico es la llamada “polisomnografía”, que permite monitorear las ondas cerebrales, la tensión muscular, el movimiento ocular, la respiración, los niveles de oxígeno en sangre y la posición corporal. Otros exámenes más simples consisten en la medición de la frecuencia cardíaca, tipo respiratorio, oxigenación de la sangre y posición corporal.
Los tratamientos más eficaces para las personas con apnea de sueño leve implican cambios de hábitos, como bajar de peso, realizar ejercicio físico, evitar el alcohol, la nicotina, las pastillas para dormir y los antihistamínicos de primera generación, y dormir de costado. Usar artefactos dentales o bucales también puede ayudar a mantener una vía respiratoria sin obstrucciones. Además, hay un dispositivo que consiste en una máscara aplicada sobre la nariz y, en ocasiones, sobre la boca, que impulsa aire dentro de la vía respiratoria superior. Tener un descanso reparador es una de las claves para un cerebro saludable