Ante tantos fracasos, muchas parejas eligen una nueva modalidad: no convivir. Defienden su independencia y su privacidad, eternizan el noviazgo, pero igual comparten todo
Cuando el amor crece sobreviene la convivencia. Algunos deciden casarse, otros vivir juntos sin papeles y otros, las nuevas parejas, no conviven de manera permanente. Cierto es que vivir con la pareja puede provocar molestias en la relación si no se está preparado para la convivencia y arruinarla.

La aventura de vivir con otro puede mostrar sorpresas domésticas y a la larga puede resultar tedioso. Muchos sostienen que la convivencia termina por matar al amor, por eso eligen vivir cada uno en su casa. Se pierden despertar todos los días al lado del ser amado, pero sienten que así resguardan al amor.

Concesiones y negociaciones, todo un trabajo para que la balanza no se incline para un solo lado. Es que sumar las costumbres de cada uno para construir entre los dos un mundo común no es sencillo.

Por eso muchos eligen esta nueva modalidad de pareja. Aseguran que se evitan discutir por la ropa tirada, por el uso del baño y por quién saca la basura, duermen en la casa del otro integrante de la pareja cuando tienen ganas ambos y se van juntos de vacaciones.

Mujeres y hombres están creando nuevas formas de relación, más acordes a los tiempos que corren. El amor parece que tiene un nuevo punto de vista, las nuevas parejas ya no creen en que sólo los separará la muerte, ni en el antiguo contigo pan y cebolla. Mejor, taza taza y que cada uno extrañe al otro, pero en su casa.

En general, esta modalidad es preferida por personas que ya han pasado por una convivencia o un matrimonio que ha terminado en separación. Pareciera que por ese motivo eligen una relación que no se exponga al desgaste de la rutina que implica la convivencia bajo el mismo techo.

Sin embargo, otras pueden ser las razones que llevan a esta elección: hijos pequeños, cuestiones económicas y preservación de la pareja frente a la rutina. Son personas que no están dispuestas a perder individualidad, e incluso privacidad, que sí sucede en una pareja con cama a dentro.

Cada integrante de la pareja mantiene su casa, su intimidad y sus reservas, aunque sin dejar por eso de llevar adelante una relación comprometida afectivamente y leal. No es cierto que el hecho de no convivir implique un compromiso menor.

Los que practican esta nueva modalidad de pareja aseguran que los encuentros son más intensos y románticos ya que preservan y mantienen las salidas en pareja o el prepararse para el encuentro.

Ven como una ventaja el hecho de poder volver a casa después de una pelea, y en soledad reflexionar con más tranquilidad. También miran con buenos ojos el poder hacer esas cosas que no hacemos delante de nadie y resaltar el hecho de no estar sujetos todo el tiempo a negociar con los deseos y necesidades domésticas de la otra persona.

Las desventajas podrían verse en el territorio compartido, en los límites y los espacios que los integrantes no pueden atravesar. Hay una defensa muy grande de la libertad, que a veces provoca cierta intranquilidad en el otro.

Por lo demás, una magia especial, mucho compañerismo y un gran compromiso, son las características que enarbolan quienes eligen una pareja con cama afuera.

1960

es la década en la que comienza el proceso de abandonar los papeles matrimoniales, y se profundiza en los ‘80. Coincide el inicio con una serie de grandes cambios en la sociedad, desde la aparición de los hippies y el rechazo a casi todo tipo de formalidad.

Los cambios sociales


A partir de los muchos fracasos y cambios sociales son cada vez más las personas que eligen una pareja con cama afuera, para salvar el amor de la rutina y la monotonía, las parejas han encontrado otras formas de llevar adelante sus relaciones.

¿Y la convivencia?

La vida en pareja es una historia ininterrumpida de encuentros y desencuentros, en esta época surge la no convivencia que, en muchos casos es “culpable” de roces y choques de la pareja que si no está permanentemente junta no se producirían.

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