“Las religiones han reclamado una fuente no humana para sus libros sagrados”, señala el filósofo contemporáneo Yuval Noah Harari, autor del bestseller “De animales a dioses”, en un reciente artículo publicado en el diario The Economist.
Es muy cierto lo que expresa. En la esencia de la Humanidad –se trate de la cultura que fuera en el tiempo que fuese– los mitos fundacionales nunca sitúan la aparición de la especie humana en situaciones surgidas en el planeta Tierra, sino como producto de “algo” provocado por “cierta entidad” dotada de inteligencia, procedente del cielo, es decir: del espacio exterior. A esas entidades creadoras se las denominó “dioses.”
Ahora bien, entendemos que ha llegado el momento de interrogarnos sobre quienes son –en realidad– tales divinidades, a partir de las cuales surgió la especie humana. Y esto es muy importante ya que el famoso “eslabón perdido” que constituiría el tránsito de lo animal a lo humano no ha sido, nunca, hallado y –sospechamos– tampoco habrá de serlo.
Lo que si ocurre es que, con regularidad, antropólogos y paleontólogos comprueban –merced a nuevos hallazgos – que, en la Tierra, ha habido muchas variantes de “homo” a lo largo del último medio millón de años.
Con ello, surgieron varias hipótesis para explicar cómo fue que se constituyó la especie humana tal como la conocemos hoy. Téngase en cuenta que el “Homo sapiens”, a los que se considera los primeros humanos modernos, ya existían hace entre 200.000 y 300.000 años. Desarrollaron la capacidad de usar lenguaje hace unos 50.000 años. La idea más aceptada es que los primeros humanos modernos surgieron en África y fueron extendiéndose por el mundo, unos 70.000 y 100.000 años atrás.
Pero tales “homo” –durante tan prolongado lapso– no dejaron de vivir en cuevas y cavernas, taparse con algún cuero tomado de un animal que fuera cazado y conservaban el fuego sin conocer cómo generarlo, salvo aquellos que descubrieron el método para hacer chispas golpeando una piedra contra otra.
Lo que demuestra esto es que no había mayores signos de lo que conocemos como cultura, evolución intelectual, capacidad creativa. Una vez más tenemos que referirnos a que “algo” sucede hace relativamente poco –unos 13.000 años – y la Humanidad comienza a avanzar como no logró hacerlo en 300.000 años. ¿A qué se debió tal estancamiento? ¿Por qué ocurre este aceleradísimo desarrollo del cual, nosotros, hoy, somos partícipes?
Lo señalado implica que en lugar de ocurrir una evolución a través del tiempo, los cambios tienen lugar de una manera que bien puede llamarse repentina.
¿Conocemos la causa real y concreta de ello? Lo cierto es que no. Apenas hay hipótesis. Los seres humanos, a diferencia de todas las especies animales, actuales o extinguidas, somos los únicos que contamos con pensamiento racional, libre albedrío, posibilidad de reflexionar y capacidad creativa.
Además tenemos posibilidades psíquicas que nos permiten inventar, aprender y utilizar estructuras lingüísticas complejas, lógicas, matemáticas, idear formas de escritura, música, literatura, artes plásticas, ciencia y tecnología. Contamos con la capacidad de concebir, transmitir y aprender conceptos totalmente abstractos.
Explicado de este modo, es más sencillo advertir la enorme distancia que nos separa de todas las demás especies, actuales o pasadas, surgidas en el planeta Tierra.
¿Dónde están las pruebas de que esto fue aconteciendo por una evolución a causa sólo de reacciones físicas y químicas?
Cuanto más avancemos en estas precisiones irá acentuándose lo notorio de que la especie humana es producto de una creación artificial. Hubo un médico, Premio Nobel de Medicina –me refiero a Alexis Carrel– que ya dedujo algo de esto. Y estamos refiriéndonos a un Premio Nobel de Medicina, quien buscando explicar cómo puede haber surgido la función del pensamiento en la especie humana, se interroga si esta capacidad ha sido “insertada en nuestro cerebro por un procedimiento desconocido.” Así lo dice en su libro “La incógnita del hombre.”
Nótese que Carrel utiliza el término “insertada”; esto es, refiere a un procedimiento que no es producto de la evolución natural. Y luego, agrega que se trata de “un procedimiento desconocido.” No deja dudas que está refiriéndose a una técnica utilizada por alguna forma inteligente que actúa sobre esos “homo” que no conseguían –a pesar de andar por la superficie terrestre durante centenas de miles de años– desarrollar capacidades que los sacaran de la vida en las cavernas.
Volviendo a los mitos fundacionales, en ellos hay permanentes referencias a que tales “dioses” son quienes brindaron enseñanzas, transmitieron conocimientos, mostraron métodos y técnicas.
Tomemos un ejemplo de la América precolombina. Quetzalcóatl fue un sacerdote sabio y progresista que enseñó a los pueblos el arte de la orfebrería, la agricultura, sobre todo el cultivo del maíz, la escritura, la Astronomía. Esta deidad era representada como mezcla de ave y serpiente; se la consideraba la deidad más poderosa en distintos panteones prehispánicos; representando la dualidad entre la condición física humana y su aspecto espiritual. Aunque parezca sorprendente este entramado físico y espiritual para describir a lo humano ya formaba parte de la cultura azteca.
Todo lo cual nos lleva a poner sobre el tapete de si los humanos no somos, en realidad, una creación lograda por entidades inteligentes provenientes de un desconocido lugar del Universo.
El desarrollo humano, que las evidencias demuestran ocurrido de manera rápida y no por una supuesta evolución natural, hacen pensar en la necesidad de analizar si tales cambios son producto de procedimientos artificiales. Y, en ese caso, también preguntarnos si la Tierra –o el mismo Sistema Solar todo– es el lugar de experimentación que utilizan inteligencias mucho más avanzadas, que estudian e investigan la forma en que se va comportando esta especie viviente que somos los humanos.
Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, parapsicólogo y filósofo. Su más reciente libro es “¿Qué hay detrás de los OVNIS? www.antoniolasheras.com