El estruendoso 8-2 del Bayern Munich sobre el Barcelona pareció la remake de aquel 7-1 de Alemania frente a Brasil en el Mundial de 2014. Partidos sin equivalencias. Partidos completamente fuera de registro. Alemania a los pocos días jugó la final ante Argentina y de ninguna manera mostró ni destellos de lo que había denunciado contra Brasil.
Bayern tiene un gran funcionamiento sin contar con grandes estrellas del fútbol mundial, más allá de la estatura goleadora de Robert Lewandowski y de la vigencia que sigue conservando Thomas Müller. Pero no habría que pasar por alto que enfrente tuvo a esta versión patética del Barça, que incluso superó los pronósticos más desalentadores. Porque estaba claro que Barcelona iba de punto al partido. Lo que nadie podía imaginar que se cayera a pedazos de la manera en que se cayó, desatando una crisis de gran magnitud que por supuesto también afecta a Messi.
Plantear que la debacle del Barça se veía venir, ahora puede sonar como una definición oportunista. No lo es. El equipo ya anunciaba su perfil desconcertante y vulnerable. Tenía a Messi para sostener su chapa de candidato muy devaluado, pero este Messi en soledad expresaba la imagen de una resistencia futbolística que en cualquier momento iba a naufragar. Lo que se desconocía era cuando se produciría el gran naufragio. Y cuáles serían las circunstancias del naufragio y las consecuencias directas que acompañarían ese doloroso trance.
A la luz de las evidencias queda claro que jugadores (que ya hace unos años dejaron el Barça) de la talla y la influencia de Xavi e Iniesta advertían la inminencia de un colapso. Y el colapso se manifestó con una crudeza demoledora. Xavi e Iniesta nunca tuvieron reemplazo. Ellos manejaban todos los ritmos, las pausas, las aceleraciones y los tiempos muertos del Barcelona. Ellos revelaban la idea del equipo. El juego del equipo. El funcionamiento del equipo.
Sin ellos, el Barça se fue muriendo de a poco, aunque Messi lo asistiera en muchas ocasiones. Pero la idea se había perdido. La idea que por ejemplo en este caso la ejecuta el Bayern con una precisión y fortaleza colectiva notable, a Barcelona ya se le había escapado de su territorio conceptual.
Estaba desnudo el equipo. Totalmente a la intemperie. Solo faltaba que lo interpelara un adversario con la convicción que hoy celebra el Bayern. Esa convicción para presionar, jugar y tocar en toda la cancha asumiendo una iniciativa sin pausas, fue demasiado para Messi y compañía. El 8-2 no deja de ser una marca catastrófica, pero los números en general no suelen decir lo que transmiten las sensaciones. Y en el marco de las sensaciones no suena aventurado suponer que en el Barcelona hasta la estrella de Messi será objeto de críticas furibundas, que de aquí en más estimularán verdaderas novelas respecto a su futuro inmediato.
Pep Guardiola a mediados de 2012 se despidió del Barça porque interpretó que más de lo que había logrado ese equipazo maravilloso que dirigió, no podía ofrecer. Sin embargo, con más o menos luces y con distintos entrenadores, Barcelona supo mantenerse en la vanguardia. No por el funcionamiento. Sí por la gran inspiración de sus individualidades, con Messi llevando la bandera y con socios de altísima eficacia como Neymar y Luis Suárez, entre los más destacados.
Esa etapa ahora tuvo un cierre escalofriante para la autoestima nunca menor que duele abrazar el Barcelona. Terminó un ciclo que se fue renovando a favor de diferentes estímulos. Con Messi siempre en primerísimo plano. En esta oportunidad, no alcanzó. Y estaba a la vista que no iba a alcanzar. Aquellos con mayores o menores responsabilidades ejecutivas que no lo vieron o lo vieron mal (como el vapuleado presidente Josep María Bartomeu), están en el ojo de todas las tormentas.
La historia del fútbol mundial dirá que en Lisboa, en un estadio azotado por los silencios e iluminado por los ocho goles del equipo alemán que pudieron ser una docena, el Bayern Munich humilló sin piedad al Barcelona y lo dejó abrazado a las nostalgias. Y al dolor de ya no ser.