El boxeo no puede satisfacer hoy en día el negocio del avanece tecnológico, que impone reglas diferentes para una realidad aumentada, pensada en modo digital. Se comprobó con el contrato entre el Canelo Álvarez, Golden Boy y la plataforma DAZN, que terminó en demandas por incumplimiento y conflictos múltiples de difícil solución. ¿Hasta dónde se llegará? ¿Y hasta dónde estamos preparados para compatibilizar deporte con negocio?

La semana pasada explotó una bomba, que de algún modo se veía venir desde hacía un tiempo, por más que las tendencias actuales insistan con los nuevos modelos y desembarcos tecnológicos, que seguramente vendrán, pero aún no es el contexto.

El Canelo Álvarez demandó judicialmente a la plataforma DAZN y a su promotora Golden Boy Promotions por incumplimiento de contrato reclamándoles un resarcimiento por daños de 280 millones de dólares.

No obstante la jueza Percy Anderson desestimó tal demanda por una incorrección jurisdiccional que hay tiempo hasta el 28 del corriente para remedarlo, tiempo en el cual de la Hoya espera solucionar las cosas fuera de los tribunales.

Tal como se contó, Oscar de la Hoya es el intermediario entre el Canelo y DAZN, y tiene contrato firmado con ambos, pero entre estos dos no hay vínculo. Y algo peor: ni DAZN ni el Canelo vieron qué hay firmado entre Golden Boy y la otra parte.

Por lo tanto, al parecer, Oscar de la Hoya le dijo una cosa a uno y otra al otro, que quedaron plasmadas en la fría letra, confiando en poder cumplirlas sin que nadie se diera cuenta. Es decir, acordó diferentes cosas con cada cual que el otro ignoraba.

Mientras que a Canelo le prometía que su hipotética tercera pelea contra Golovkin se negociaría aparte, por fuera de las 11 peleas en 5 años, con una bolsa mayor a los 35 palos verdes del contrato básico, a DAZN le prometía el choque contra GGG como una pelea más dentro del convenio. Tal vez él estaba decidido a poner la diferencia, pero eso no figuraba.

Había algo más. El Canelo desconocía que DAZN estaba facultado por contrato para vetar rivales o participar de la elección de los mismos.

Es más; DAZN tenía firmado con Oscar de la Hoya un régimen de dos peleas por año, una de las cuales debía ser contra un “boxeador premier”, aquellos que por su sola presencia garantizan taquilla, o encendido.

Esto era algo que Álvarez ignoraba, y de lo cual se desayunó ahora. Pero nadie pensó que tendría tanta trascendencia como la que tuvo, quizás más que lo económico. Urge entonces un diálogo de buena fe entre Canelo y DAZN para enterarse de la verdad, algo que jamás pudieron hacer a solas, tras lo cual probablemente Golden Boy quedaría mal parado.

El concepto de “boxeador premier” es el punto, y porque su criterio lo maneja casi exclusivamente DAZN. Y acá mucha atención con los nombres sugeridos, porque casi no tienen relación con la realidad boxística, sino con algo meramente comercial, y rayano en lo fantasioso. Porque no necesariamente para ellos deben ser peleas “competitivas”, sino “atractivas”.

Una de ellas para DAZN era la tercera pelea contra GGG, que esperaba se diera pronto, porque desde que la plataforma tomó control de la carrera del mexicano, ni Fielding, ni Jacobs, ni Kovalev fueron considerados “premier”.

Tampoco los otros dos ofrecidos luego por Oscar para este 2020, como Billy Joe Saunders, o Callum Smith, campeones mundiales supermediano (uno OMB y otro de CMB de Diamante). Ninguno superaría el millón de compras de PPV, como DAZN pretende.

¿Qué propuso DAZN como “boxeador premier”? Al propio Oscar de la Hoya, con 47 años y retirado desde 2008, para enfrentarse con su pupilo. Por eso Oscar estaba entrenando: para volver. Y si no, a dos luchadores de MMA: Jorge Masvidal o Khabib Nurmagomedov, uno de 77 kg y otro de 70.

¿Se ve cómo lentamente el negocio, el show y el espectáculo, quiere atentar contra las reglas deportivas? ¿Se aprecia el por qué?

Las reglas deportivas de hoy –al menos en boxeo- no son lo suficientemente atractivas y fuertes como para garantizar un buen espectáculo, y peor aún, un máximo interés, salvo excepciones. Porque los mejores no pelean, porque cuando pelean conservan, o son parejos, y porque parece todo muy previsible, incluso cuando hay favoritismo por alguien que decantará en un “robo” si el preferido no gana por las buenas.

Paga más el morbo que el deporte. Dos camioneros peleando en la calle, que dos boxeadores. O dos pibes en la puerta de una bailanta, que dos campeones sobre el ring. Y así pasará cuando participe un transgénero, una pelea mixta, o un rugbier contra un levantador de pesas.

Las entidades mundialistas están perdiendo peso sustancialmente. Sus títulos valen menos en plata e interés la lucha entre que dos influencers, o mediáticos. Cualquier "Don nadie" es funcional al negocio, mientras sea viral.

Se sabía que DAZN había apuntado fuera del retrete con un contrato tan extenso y jugoso, porque el boxeo mundial hoy no ofrece ese océano, desgraciadamente. No al menos como está manejado, con tanta mezquindad.

Decisiones miserables, conservadoras, prejuiciosas y egoístas lo arrumbaron con un cerco inexpugnable, para congelarlo en el tiempo a beneficio propio sin mover una coma, por temor a repartir parcelas, perderlas, o compartirlas, sin advertir su dinamismo, ni entender que el estatismo es sinónimo de pantano.

El mundo globalizado de hoy exige más fusión que separación. No segregación. Y habría de dónde rascar inteligentemente. Por ejemplo, si el campo amateur del boxeo no invade al profesional, o viceversa, otros deportes de contacto lo harán, y lo que es más, habrá que permitirlo. ¿Pero cuál sería el límite una vez que se cruza la raya? Pues en ese contexto, restaría saber para cuándo la lucha entre el hombre y la bestia, contra un oso, o un león, como en el Circo Romano hace 2000 años.

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