El ciclo promovido en Rock & Pop por Mario Pergolini se convirtió en un clásico del fin de semana. Lejos de reconocerse nostálgico y atento a nuevas bandas, su mentor asegura que no reniega de otros géneros

Veinte años son un montón. Ni que decir en radio, con tantos cambios y experimentos. Los nombres de las emisoras líderes dan cuenta de ello. Sin embargo, sin mucho ruido pero con la consistencia de quien sostiene su mirada (y por supuesto, su oído), Alfredo Rosso celebra dos décadas en Rock & Pop con La casa del Rock Naciente, ciclo que nació como micro y hoy manda en la mañana de la ex emisora de Pergolini, Mir y la Negra Vernaci, entre otros.

“Lo que fue una columna decantó en un programa con secciones y propuestas varias”, cuenta quien supo en su juventud elegir los temas y las bandas del sello discográfico Odeón para Argentina. Con la venia de Enrique Prosen, director artístico en 2000, Alfredo fue ampliando el espectro de sus desafíos. “Como seleccionar los discos que te llevarías a una isla, o las tribus del rock, dedicada a los festivales”, cita. Y a propósito, la sola mención de Glastonbury le ilumina los ojos. Fue en el 97, precisamente cuando realizó su primera cobertura y todavía rescata su encanto. Incluida la de 2017.

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“Se trata de un parque temático de felicidad, basado en cultura rock. Con diez escenarios principales y un sinnúmero de propuestas“, explica quien antes del rock se soñó profesor de inglés. “De ahí vuelvo con las pilas recargadas. Es una reafirmación de ese espíritu que a uno lo metió en el rock y en su cultura, que te hace sentirte contento de estar vivo, parece presuntuoso pero es así”, asume. Feliz por bucear las r seis décadas de rock en su ciclo, rescata el impulso musical, como motor de su vocación en el género. “Me encantaba la idea, no tanto de ser músico pero sí, de comprender lo que pueden producir con lo que hacen”, cuenta y amplía: “No soy periodista de backstage o de seguir la intimidad del artista, me interesa lo que da. Del mismo modo que en el fútbol, no me importa la vida privada del futbolista”. No obstante de ello, reconoce las consecuencias de los actos del artista. “Si uno tiene que contar la vida de Syd Barret, no puede evitar mencionar que su deterioro mental incidió para la llegada de Gilmour a Pink Floyd”.

El apetito por informarse acerca del rock lo remite a los doce años. “Soy un caso de libro de texto, el primer disco comprado con la guita que me daban mis viejos, fue La Balsa de Los Gatos y el primer LP, Sargento Pepper, de Los Beatles”.

Entonces, el “Vamos a la casa de Alfredo”, para escuchar sus discos se convirtió en una sana costumbre entre los pibes del barrio. Igual dista de ser nostálgico. “Admiro mucho esa música, también la de hoy. No estoy colgado con el pasado para nada, tengo discos clásicos pero también clásicos de hoy. Por ejemplo Aguardiente, de Los Espíritus es un clásico instantáneo”. Elvis, lo nuevo del britpop o Charly, también ocupan un lugar especial en su hogar radial. La Casa...amplió su influencia a otros barrios. Al preguntarle sobre los cambios en estas dos décadas, Rosso es categórico.

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“El arte permanece, resiste los vaivenes circunstanciales de la política, también los sociales. El arte a sus vez es un reflejo de su tiempo”, explica y grafica: “Ves el Guernica y entendés lo tremendo que significó aquel bombardeo hitleriano a esa ciudad. Pero también ves una obra que resalta esa situación y que trasciende el tiempo. Lo mismo pasa con la música”, dice. La canción de Alicia, de Charly García es otro ejemplo. Pero también Los dinosaurios. “Podría referirse a los militares y a otra gente. Siempre hay dinosaurios, gente que te oprime o te quiere poner palos en la rueda”. describe serio. “Aquel que tiene un pensamiento atávico o anacrónico, que quiere atenazar a sus contemporáneos. El problema no pasa por lo que la gente cree, si no por los que tratan de imponerle”, explica. Amigo de Roberto Petinatto “algunos no dimensionan cuánto sabe de música y de medios”, comenta, respetado por músicos y colegas, Rosso no disimula su disposición a otros estilos. “Creo firmemente en eso, por eso tengo un programa que pasa una determinada música, pero no reniego de otras. La casa no mira a los artistas y oyentes desde una situación altiva. Nada más alejado que eso”, describe.

En estos años cambiaron las formas de escuchar. “Celebro las oportunidades que dan la nueva tecnología, más entre los pibes que ya no dependen de una grabadora para hacer sus discos”, pero también su vida personal. “Me casé joven a los 25 con Susana tuvimos una hija, Paula que me dio dos nietas, Zoe y Azul. Después crecimos en diferentes direcciones pero en buenas relaciones”, cuenta. “Me volví a casar con mi compañera de 30 años, Noemí Hakel tenemos otros dos hijos, David de 26 y Anahí de 23, hemos ido juntos a recitales. Es una familia nutrida y feliz”, concluye a propósito de su casa personal

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