El Gauchito Gil, el Robin Hood argentino, llegó al cine en el año en el que su leyenda cumple nada menos que 140 años. El mito que generó Antonio Mamerto Gil Nuñez se extendió desde su Corrientes natal a todo el país y prácticamente no queda ruta en la que no se le haya erigido un altar de ofrendas a su memoria.
Como uno de los íconos del santoral profano argentino, ese en el que militaron también la todavía vigente Difunta Correa y Seferino Namuncuráhata hasta que fue beatificado, hay innumerables historias alrededor suyo pero todas coinciden en ciertos puntos que el director Cristian Jure se basó para su película.
Juré, que además de cineasta es guionista, comunicador social y antropólogo, decidió encarar esta suerte de “biopic” al estilo de los viejos spaghetti westerns, y para ellos se apoyó no sólo en la figura del protagonista Jorge Sienrra, sino también la del inmenso Diego Cremonesi que oficia de némesis del gauchito como el Coronel Zalazar, un personaje que va cobrando más y más relevancia con el correr de los minutos.
Allí narra Juré el derrotero de Gil, a quien la guerra le quitó a su padre, y la oligarquía a su hermana; y luego es reclutado como soldado a la fuerza en la lucha interna entre “celestes” y “colorados” que consume su provincia.
Enrolado en el bando de los desertores, el gauchito construyó una leyenda basada en tanto en supuestos hechos paranormales como en actos de justicia para los de su clase, realizados a punta de cuchillo.
“En mi formación de antropólogo la espiritualidad es un aspecto de la vida de los pueblos más que relevantes pero nunca la puede llegar a comprender en toda su magnitud. Cuando trabajé en la producción de documentales con comunidades y pueblos indígenas de Latinoamérica sus distintas versiones de la espiritualidad me entusiasmaban pero me costaba encontrarles y construirles sentido en las historias que representábamos. Fue cuando empecé a trabajar en las villas y sectores marginales cuando me encontré con la figura del Gaucho Gil y toda la relevancia de sus milagros entre los más humildes. Un “santo” de acá, nuestro, como nosotros, que no pide nada, no tiene iglesias, ni representantes, ni culto, solo trapos rojos en las esquinas de los barrios, en las rutas y caminos donde la fe está a la intemperie, al alcance de todos”, contó el director sobre su decisión de rodar el film.
Lo cierto es que, con pocos recursos a la vista, y más ganas que otra cosa, Jure se las arregla para construir en poco más de una hora y media un relato que le agrega a la vida del Gauchito algunos puntos que no tiene la leyenda original, o bien que difieren de la misma.
Sin embargo, el esfuerzo puesto en la reconstrucción época están a la vista y por eso el film cuenta con cierta solvencia.
En el lado negativo, quizá se le pueda achacar que todo el esfuerzo se cae en escenas en las que el erotismo lo lleva a perder el camino de la reconstrucción de época, exhibiendo mujeres vestidas con prendas de lencería que adelantan por lo menos 100 años a la época en la que transcurre el film.
De todas maneras, se trata de un producto muy bien contado, que respira épica y que, con un presupuesto un poco más abultado podría haber llegado a más salas para contar la trágica historia de vida y muerte de uno de los santos profanos más famosos de la Argentina.
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