Actor de culto, los años de profesión recorridos no sólo le dieron autoridad en lo artístico. Gerardo Romano (70) se transformó en un referente de la opinión política, social y del mundo del espectáculo. El protagonista de Un Judío Común y Corriente, en el teatro Chacarerean, y del film Hipersomnia, abre las puertas a la reflexión. “A la altura del partido que me toca jugar, me doy por satisfecho con tener salud. Y, además de salud, tengo amor. No como actitud si no como compañía, de cariño. Tengo hijos que amo y que me aman. Tengo ex compañeras que quiero con las cuales tengo una buena relación. Tengo algunas amigas, no me puedo quejar”.
l ¿Y qué te gustaría tener en los próximos tiempos?
-Para un actor, es muy importante el escenario. Estoy haciendo una obra que es la que más me ha gustado hacer a lo largo de cuarenta años de carrera, Un Judío Común y Corriente, en el teatro Chacarerean. Contabilizando en el haber salud y trabajo, pero específicamente el hacer una obra de teatro que me expresa, que refleja lo que pienso y siento respecto de cosas importantes de la vida, de problemas profundos, metafísicos, religiosos. Sentido de la vida, Dios, el más allá. Tengo un perro de la calle rescatado hace años. Estaba sarnoso, una porquería, se moría. Y ahora es un gordo que mueve la cola, feliz, independiente. Viene a dormir a casa pero de día anda por donde quiere. Tengo una casa en el campo a la que voy habitualmente. Y cuando voy, él se viene conmigo. Sé de otro lugar a donde va y se alimenta.
l Si es rescatado, está curtido.
-En realidad, me lo enchufó una ex compañera, que es mamá de mi adorada hija Rita. Ella lo había recogido de la calle, se acostumbró a correr a las motos y le estaba causando problemas. Y como vivo en el campo, me lo enchufó. Y se volvió muy compañero. Me hace reflexionar sobre el valor de la compañía, de la presencia.
l El teatro no está pasando por su mejor momento. La venta de entradas cayó un 25 por ciento en los últimos tiempos...
-La obra que estoy haciendo tuvo muy buen repercusión en la crítica. Me nominaron para todos los premios y le gusta mucho al público. Estoy en un teatro alternativo y, a mediados del año pasado, me preguntaba por qué no llenaba con un producto tan aceptado, querido. Le pedí a Mauricio Dayub, que es el dueño del teatro, que bajemos los precios, en julio. Y en agosto, después de las vacaciones de invierno, y llenamos todas las funciones.
l ¿Hay que hacer una autocrítica y que todos los teatros bajen el precio de sus entradas?
-No, no hay que hacerlo. Yo puedo porque hago un unipersonal y soy un tipo austero. Y porque tengo mis garbanzos guardados. Entonces puedo darme el lujo de subirme al escenario y que los números, a pesar de llenar, de llevar más o menos gente, no me importen tanto. Pero si tuviera cinco o seis actores más, que tuviéramos que dividir la plata que entra, no lo podríamos hacer. Charlo con gente y juntos pensamos la realidad.
l ¿Y a qué conclusión llegan?
-La realidad abarca, es más que la crisis que pueda tener el teatro. Nuestra profesión no escapa a lo que nos ocurre al país y a la sociedad. Las políticas que se implementan últimamente no son las más acertadas. No me parece que busquen el bienestar o el bienestar al que estábamos acostumbrados.