Ahora que esta gema pionera del cyberpunk se encuentra disponible en la popular plataforma, aprovechamos para recordar todo eso que la convirtió en un clásico de culto

Cuando la ciencia ficción nos presenta buenas historias de seres con inteligencia artificial, logra algo que muchos dramas intimistas quisieran provocar: recordarnos qué nos hace humanos. A veces pareciera que necesitásemos las comparaciones con un robot para sentirnos compasivos, racionales e irrepetibles. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Do Androids Dream of Electric Sheep?) de Philip K. Dick nos invitaba a pensar, entre otros temas existenciales, si realmente había una diferencia entre sentir emociones o creer que se sienten emociones. ¿Merece ser subestimado un autómata con una sensibilidad que muchos seres de carne y hueso ni estuvieron cerca de experimentar? Al fin y al cabo, por qué damos por hecho que nuestros sentimientos no están igual de impuestos si también somos producto de lo que nos fueron metiendo en la cabeza…

Una libre adaptación de esta breve novela lo convenció a Ridley Scott de filmar su primera película en Estados Unidos. A partir del buen material escrito por David Webb Peoples y Hampton Fancher, el cineasta británico empezó a planificar una realización alejadísima del modelo de hit que reinaba en la industria pos La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977). Además de una inevitable influencia de Metrópolis (1927) de Fritz Lang, el director buscaría sus musas en las ilustraciones de Moebius para la mítica revista francesa Métal Hurlant. Todo ese proceso de preproducción fue muy auspicioso para Scott, quien nunca pensó que Warner Bros le concedería tanta libertad creativa. Sin embargo, las cosas se complicarían en el rodaje: Harrison Ford, el protagonista recomendado por Steven Spielberg, no confiaba en el proyecto y el estudio empezó a controlar obsesivamente todos los gastos.

A pesar de algunos momentos conflictivos entre todo el equipo, una versión de Blade Runner (1982) con un montaje medio tosco estuvo lista para ser testeada en Dallas y Denver. El resultado no podría haber sido más frustrante: la mayoría de los espectadores admitieron que no entendían nada y hasta les pareció aburrida. El pésimo recibimiento obligó a Scott a incluir una voz en off que vaya aclarando los hechos –se dice que Ford nunca estuvo de acuerdo y hasta le puso muy poca onda para que el estudio la descartara- y un final feliz. Esa edición fue la que llegó a los cines un 25 de junio hace 37 años y dividió a la crítica entre los que destacaron su lugar como pionera del cyberpunk y aquellos que defenestraron su atípica narración. En cuanto a los resultados en taquilla estuvieron muy por debajo de lo esperado y apenas recuperó su presupuesto de 27 millones de dólares.

La esquiva suerte que tuvo el film por las salas se contrastó con el excelente recibimiento que tuvo en los videoclubs y el culto instantáneo que obsesionó a miles con su metraje. En 1989, Michael Arick, experto en preservación y restauración de cintas, encontró un workprint de 70mm sin las alteraciones que le habían impuesto al realizador y rápidamente un festival se interesó por exhibirla. Los fanáticos se sintieron intrigados –a pesar que no tenía esa musiquita tremenda compuesta por Vangelis que muchos en Argentina la identifican con Torneos y Competencias- y Waner comenzó a distribuirla como la “versión del director”. Cuando Scott se enteró se recalentó y pidió que lo dejaran hacer su verdadero corte para el décimo aniversario. Sin embargo, tampoco eso lo dejó conforme porque estaba muy ocupado con Thelma & Louise (1991), y recién en 2007 entregó una edición con la etiqueta de “definitiva”. Y sí, esa es la que acaba de llegar a Netflix.

Blade Runner - the final cut

¿Qué encontramos en esta versión? En el "Final Cut", la fotografía tiende a ser azulada como siempre quiso el cineasta y se incluyen varias escenas que solo se conocían en baja calidad. Sobre todo, la onírica secuencia del unicornio que podría determinar que Rick Deckard, después de todo, sí era un replicante. Quizás esa incertidumbre era gran parte del encanto de un film que tiene múltiples lecturas, pero que nos deja en claro que no hay nadie más “humano” que aquél robot que recitó: “He visto cosas que ustedes nunca hubieran podido imaginar; naves de combate en llamas en el hombro de Orión. He visto relámpagos resplandeciendo en la oscuridad cerca de la entrada de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... igual que lágrimas... en la lluvia. Llegó la hora de morir”.

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