En un museo de arte cordobés, que supo ser la residencia oficial de los gobernadores de la provincia, curadores, administrativos y guías se han acostumbrado a compartir sus horas de trabajo en el lugar con una singular presencia atribuida al fantasma de una niña que murió en un trágico accidente doméstico ocurrido allí mismo a principios del Siglo XX.

El escenario de esas inexplicables manifestaciones que algunos prefieren encuadrar en la categoría de leyenda urbana es el Museo Genaro Pérez, donde no sólo el pequeño espectro de una chiquita se resiste a dejar de jugar con pares de edad que visitan la galerías, sino en el que también algunos cuadros en exhibición sufren variaciones inexplicables.

Lo que hoy son las salas del museo fueron un elegante palacete en el cual habitó la prolífica familia del gobernador cordobés Félix Tomás Garzón y que fue inaugurado en diciembre de 1910 con la destacada presencia del entonces presidente de la Nación, Roque Sáenz Peña, quien estaba de paso por la provincia mediterránea.

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La armónica vida familiar de los Garzón cambió drásticamente cuando una tarde, la única hija del matrimonio conformado por el mandatario provincial y Carmen Garzón Gómez perdió la vida tras rodar por las escaleras de la mansión construida en lo que había sido hasta 1905 una casa funeraria.

La tragedia operó como un mazazo para la familia que al poco tiempo se mudó y el magnífico edificio por largo tiempo fue utilizado por los gobernadores de la provincia, intendentes de Córdoba capital y distintas dependencias municipales destinadas al arte y la cultura hasta convertirse en el museo que recuerda al pintor y abogado que le dio su nombre.

Si bien no hay detalle certero que permita precisar desde cuando se registran las anomalías en la sala pictórica cordobesa, lo cierto es que fueron los trabajadores del lugar, con el aporte de algún que otro visitante, los que empezaron a dar testimonios de los episodios paranormales que allí ocurrían.

Los más habituales, según los testimonios, son la presencia de una niña registrada principalmente por otros chicos que van al museo y aseguran haber estado jugando, en un descuido de sus padres, con una nena que de repente desapareció en el recorrido de un salón a otro.

Los adultos también refieren a la visión de una chica, en ese caso ataviada con ropa de época, parada en la planta alta de la casona, casualmente frente a la escalera que fue escenario de la tragedia padecida por los Garzón.

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Sin embargo, una de las experiencias más fuertes en torno a estas anomalías registradas en el museo fue cuando una alumna de un taller de fotografía que realizaba un trabajo práctico en el lugar retrató uno de los 650 cuadros en exhibición: el resultado fue que la toma muestra la imagen movida de una chica.

Los profesores del taller comprobaron que no se trataba de una mala foto porque el marco y la pared donde se apoyaba no están movidos sino solamente el lienzo, lo que se convirtió en un enigma para los especialistas porque no encontraron razones técnica para justificar la imperfección de una foto, en la práctica, bien tomada.

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