La familia de José Luis Gómez, el lateral de Lanús, le abrió las puertas de su casa a DIARIO POPULAR para ver el debut del Pela en la Selección de Jorge Sampaoli

Van cincuenta minutos del partido entre Argentina y Brasil cuando Jorge Sampaoli hace su segundo cambio como entrenador de la Selección. Saca a José Luis Gómez, el debutante sorpresa, y pone a Nicolás Tagliafico. En la casa de José Luis Gómez parece que el que sale es Gabriel Mercado o Jonathan Maidana. Nadie reclama: ni siquiera largan un “dale, Sampaoli, botón, déjalo un rato más”.

O un: “Uhhh, qué lástima, que ya salió”.

O un: “¡Qué bien jugó Pela!”.

Nada.

Hay diez personas en silencio.

Tal vez piensan que si hablan se despiertan del sueño.

Los Gómez son un clan, y el clan está casi completo en la casa de Villa Lugano. Liliana, la madre, la patrona, se levanta todos los días a las 5 de la mañana para limpiar una escuela, pero ayer le avisó a la encargada que iba a faltar para ver el primer partido de su hijo en la Selección. José David, el hermano mayor, cuida una cochera en el Microcentro y le preguntó a su jefe si podía entrar más tarde porque quería ver cómo su hermano compartía cancha junto a Lionel Messi. Los más chicos no fueron al colegio. Otros de los nueve hermanos no pudieron zafar: en sus trabajos acaban de ponerlos en blanco y creen que ausentarse es una falta de respeto.

-Les inculcamos que no tienen que colgarse del saco del hermano, que se tienen que sacrificar- dice José Luis Gómez, el padre.

Son diez personas en un ambiente de cuatro metros de largo por dos de ancho sumergidas en un silencio similar al del Teatro Colón. Están hipnotizados frente a un led de 32 pulgadas porque uno de ellos está jugando en la Selección argentina.

Gómez acaba de salir de la cancha. A ellos no les importa. Siguen en silencio.

Hermanos de José Luis Gómez

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A las siete de la mañana, cuando el cielo toma el último azul oscuro, el frío de junio es más crudo. A orillas del Riachuelo ese frío casi polar se mezcla con humedad, y en Villa Lugano, entre los monoblocks, el descampado y la cercanía al Riachuelo, el viento es libre como el viento. La familia de José Luis Gómez vive ahí y combate las bajas temperaturas. Sobre la avenida Escalada, frente a la futura Villa Olímpica, hay una entrada a un complejo de monoblocks con 60 departamentos. José Luis Gómez, el padre que se llama igual al jugador que debutó en la Selección argentina en el triunfo contra Brasil, enfrenta el frío con el coraje de un peón que sale al campo de madrugada. Está parado en el medio de la calle. Los jugadores ya están en la cancha. Él se preocupa por una sola cosa:

-¿Llegaron bien?- dice, y entonces entramos al complejo.

El barrio se llama Néstor Kirchner. Los Gómez están ahí desde 2008. Consiguieron la casa a través de un plan social. Habían venido dos años antes a Buenos Aires desde La Banda, Santiago del Estero, porque José Luis, el Pela, había conseguido una oportunidad de jugar en Quilmes. La apuesta fue a pleno: los padres y sus otros nueve hijos vinieron detrás del chico cuyas condiciones encandilaban a todos los captadores de talento que lo veían. Gómez vivió en Lugano hasta mediados del 2016. Salió campeón con Lanús mientras compartía habitación con sus hermanos.

Ubicado en el primer piso, el departamento de los Gómez tiene tres cuartos y da a frente y contrafrente. Las dos ventanas están tapadas con banderas. En una, con los colores de Racing, el jugador está dibujado de cuerpo completo y dice “Barrio 25 de Mayo, Santiago del Estero, presente”, además de los nombres de sus hermanos y sobrinos; el otro es un telón de tres metros de largo, una bandera de Argentina con la cara de Pela dibujada por un artista que no es improvisado. En el living la contaminación visual es una maravilla: cuelgan tantas camisetas, fotos y recortes de diarios de las paredes que podrían venirse abajo. Hay botines embalsamados en papel film. El culto a Pela es soviético.

Padre de José Luis Gómez cebando mates

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Los Gómez son todos parecidos entre sí: flacos, con la cara fina y alargada, sueltan el mismo grito agudo cuando Ángel Di María estrella la primera pelota en el palo. Es un grito corto y bajito que desagota la tensión de sus rostros. Esta mañana todos eligieron la misma vestimenta: llevan puesto algo del hermano, del hijo, del tío; una camiseta de la Selección con su nombre, una remera con una foto estampada.

-¿Hablaron con él en estos días?

-No, no, nada -dice el padre-. Es que no quiero molestarlo. Él tiene que estar ahí concentradito.

-¿No le escribís, no le preguntás nada?

-No. Que trate de disfrutar con esto que está pasando… cuando él venga, lo sentamos acá, y que cuente lo que quiera contar.

-¿Lo que quiera contar?

-Sí, lo que quiera contar. Él cuenta. Después, si hay alguna pregunta, por ahí le hacemos, pero no vamos a fondo tampoco porque no, no nos corresponde que carguemos tanto porque si no lo metés en la obligación de que te tenga que contar. Queremos que él se sienta bien. Pero me gustaría preguntarle muchas cosas.

-¿Cómo qué?

-Qué es lo que sintió, de qué forma lo trataron cuando llegó, si caminaba, si iba en el aire. Yo me imagino: anoche, por más que no me lo diga, no durmió. Anoche no durmió.

La cadencia de la voz de José Luis, el papá, todavía continúa enraizada en La Banda, la ciudad donde vivió hasta que se dio cuenta de que su hijo jugaba al fútbol mejor que los demás. Él habla sereno, y su hijo, a 12.000 kilómetros de distancia, recibe un pase de Lionel Messi y sabe lo que tiene que hacer: descarga para atrás con la calma de la costa por la mañana. El silencio de la casa es como el de la cabeza del Pela.

-No durmió, yo te digo. Nos pasaba a nosotros cuando íbamos a jugar el clásico, imagínate a esta altura con la Selección, y además lo tenés al mejor ahí. ¿Vos ya escuchaste los comentarios? El socio de Messi… es una palabra muy fuerte eso.

En la mesa hay tres platos: uno tiene bizcochos de grasa salados, el otro galletitas surtidas y el último un pan casero que Liliana amasó el día anterior. Al final del partido estarán igual de llenos que cuando arrancó. José Luis ceba mates durante una hora y media. Es el único que habla del juego:

-Cómo presionan, hay que ver si aguantan.

En el gol de Gabriel Mercado explotan: José Luis le pega a la mesa y festeja con Liliana como dos chicos, y los hijos se levantan de los sillones para gritar con una fuerza increíble: es el tanto de la Selección que más propio sienten.

Pero cuando Pela sale no dicen nada.

Festejo Padres de José Luis Gómez Selección Argentina

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Hace media hora que Argentina ganó y en esa casa todos sonríen. José Luis va a su dormitorio y trae una bolsa transparente. Ahí guarda más de ochenta camisetas: su hijo le regala todas las que cambia después de jugar. Abre la bolsa y los chicos se ponen alrededor de la mesa como cuando alguien se disfraza de Papa Noel en Navidad. Las agarran, las tocan, las estiran. Hay de River, de Boca, de Racing, de Lanús. Pero para esta convocatoria le pidió una en especial:

-Quiero la de Messi. Nunca le pido, pero con esa soy Gardel. Ojalá se anime- dice.

Con todas esas remeras quiere hacer un museo en Santiago del Estero.

-A mí no me des plata, dame esto: si querés sacame todo. Menos las camisetas.

Afuera salió el sol. Los chicos, tranquilos, saludan, se despiden. José Luis baja. En la puerta de su monoblock hay un enorme potrero.

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