Una de las tareas de la prensa es analizar, argumentar, elogiar y criticar. Los jugadores de fútbol, al igual que muchísimos protagonistas de la vida pública, interpretan desde la conveniencia y la superficialidad que la prensa tiene que estar al servicio de sus intereses específicos para protegerlos.
Y elogiarlos cuando tienen buenos rendimientos y ocultar o silenciar la crítica cuando construyen discretas respuestas o hacen las cosas directamente mal. Si esto no ocurre, los jugadores (también los técnicos y dirigentes) suelen pasar facturas: por ejemplo, no dar entrevistas a la TV, a la radio ni a los medios gráficos.
A mayores elogios, en muchos casos barnizados por registros muy visibles de obsecuencia que hasta dan vergüenza ajena, mayores facilidades para que los contactos y las notas a futuro prosperen. En cambio, a mayores críticas, más rechazos y negativas. El arquero de Independiente, el Ruso Rodríguez, naturalmente forma parte de la corporación de los jugadores. Y en el marco de esa corporación no pasa por alto esas reglas de juego, al igual que tantos otros compañeros de profesión.
El pasado jueves 22 de octubre ante Independiente Santa Fe por los cuartos de final de la Copa Sudamericana, tuvo un rendimiento que determinó el rumbo y el resultado del encuentro. Ejecutó mal un penal que se lo atajaron (remató débil, con más displicencia que convicción) y se comió en el segundo tiempo el gol del colombiano Balanta al dejar desnudo el primer palo.
No es la primera vez que Diego Rodríguez comete errores de concepto futbolístico muy graves. No por el penal malogrado, que tampoco es para subestimar en una instancia decisiva y sí por el gol que le convirtieron, desguarneciendo lo que ningún arquero más moderno o más antiguo puede desguarnecer: el palo de él. Allí, por el palo de él, entró una pelota mansa pidiendo permiso.
El problema que no es nuevo y que evidencia Rodríguez no pasa solo por un error totalmente evitable que finalizó en gol y en derrota, condicionando las posibilidades de su equipo en la revancha del próximo jueves en El Campín de Bogotá a 2600 metros de altura.
El problema es también la soberbia indisimulable que lo atrapa. Esa misma soberbia lo llevó en la última victoria por 3-0 de Independiente a Racing a ir a patear un tiro libre cuando el partido estaba 1-0, exponiendo a su equipo a un riesgo absolutamente innecesario
Rodríguez quería el poster. La tapa de los diarios del día siguiente. El show del héroe en la televisión declarando como le había clavado un golazo de tiro libre a Racing, episodio que por supuesto no sucedió. En definitiva, pensó en él. No en Independiente. No en el equipo. El cuerpo técnico liderado por Mauricio Pellegrino se lo hizo notar días después. Algunos compañeros también. Pero su ego es más fuerte.
Como arquero, muy lejos está de frecuentar las mejores calificaciones. Sin embargo se vende un fenómeno. Y en esa área del marketing que no se agota y continúa extendiéndose, se inscribe su necesidad de patear los penales como una pantalla para adquirir un relieve mediático que va más allá de su especialidad como arquero.
Esos flashes son los que lo encandilan. Esa estrategia para encontrarse con la fama ligera es lo que busca. Lo mejor para Independiente y para él sería que se enfoque y privilegie su rol. Porque también hay partidos que se ganan desde el arco atajando las pelotas que hay que atajar.
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