La intención de este texto no es hacer una apología virtual y real sobre las bondades y los conocimientos específicos y no específicos de Marcelo Bielsa. Tampoco la intención es reivindicar su honestidad intelectual para manejarse en el ambiente del fútbol, siempre tan dependiente de los resultados que se obtengan.
Los valores de Bielsa quizás chocan en más de una oportunidad con los valores celebrados por las sociedades modernas. No porque Bielsa sea un elegido. O un hombre nuevo que se fue construyendo con el propósito de interpelar las zonas erróneas de las distintas comunidades, que entre otras cosas son consumidoras de fútbol.
No llegó Bielsa con el Leeds al objetivo de ascender a la Premier. El equipo que dirigió quedó ahí. En la orilla. Habló de “dolor” y “decepción” el entrenador argentino. El dolor y la decepción que se constituye cuando el sueño no puede concretarse.
Quizás festejen lxs reaccionarios de siempre. Festejar lo que otrxs no pudieron conquistar. Festejar la desilusión ajena. Es, en definitiva, el síntoma evidente de un problema existencial. De una deuda existencial.
Proclamar que Bielsa volvió a fracasar porque su equipo no pisó el acelerador a fondo en la última recta y que esta circunstancia lo ubica en la fila de lxs perdedores seriales, es una simplificación y un reduccionismo que califica a lxs que elaboran ese pensamiento tan vacío, tan insustancial y tan mediocre.
“Yo soy consciente que perdí muchísimo más de lo que gané. Jugué muchos campeonatos en la Argentina y en Italia y en relación a esas participaciones, pude dar muy pocas vueltas olímpicas”, nos dijo en alguna oportunidad ese extraordinario jugador que fue Daniel Passarella, un verdadero símbolo al que nadie puede negarle su personalidad y mentalidad ganadora.
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Sin embargo, Passarella ponía en foco una interpretación ajustadísima de la realidad. Nadie gana siempre. Todxs, un poco más o un poco menos, perdemos (en el fútbol y en el devenir de la vida), más de lo que ganamos. Las cuentas, si son sinceras, así lo registran. Bielsa no es el estereotipo de un ganador fenomenal, aunque haya festejado campeonatos conduciendo a Newell’s y Vélez en la década del 90.
El Flaco Menotti, durante su extensa trayectoria, no ganó títulos por doquier. Pero sigue siendo un protagonista muy influyente. Cualquiera que frecuente el fútbol le reconoce saberes a Menotti. Se valoran sus ideas, aunque haya sectores que lo resisten. Bielsa tampoco ganó títulos por doquier. Pero es otro protagonista influyente del fútbol. Que siempre deja algo para revisar, para analizar, para mirar o incluso para coincidir o no con su método o estilo. O con sus formas perfectas o imperfectas de abrazar la profesión.
Este Bielsa atacado por no ganar revela las miserias naturalizadas por el sistema. Y la pobreza argumental para vapulearlo en nombre de las consagraciones que en los momentos decisivos no se produjeron. El veneno que irradia el exitismo convive en la superficie y en las profundidades del sistema. Forma parte de él. Y estimula y nutre su actividad.
Nunca desconoció Bielsa que el fútbol se rinde a los pies de los triunfadores. Y tampoco ignoró que el fútbol, como alguna vez nos comentó el entrañable Mariscal Roberto Perfumo, “es el gran alcahuete de la aldea global porque deschava todo, porque botonea todo”.
¿Qué deschava, qué botonea? A lxs oportunistas de siempre. A lxs que observan el escenario espiando casi de manera obscena detrás del muro. A lxs que no tienen casi nada positivo para ofrecer. O nada directamente.
Es cierto, no llegó Bielsa y el Leeds adonde querían llegar. Es un episodio deportivo frustrante. De acuerdo. No podría ser de otra manera. De lo que no quedan dudas es que Bielsa supo transmitir una idea, su idea en tiempos de ideas globalizadas. Y esto es intransferible. Mucho más allá de consideraciones olvidables. Y de adhesiones o rechazos.
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