Se veía venir el rechazo a la gestión económica y sobre todo futbolística que lideran Hugo y Pablo Moyano en el club de Avellaneda y la derrota frente a Banfield precipitó el gran malestar de los hinchas, que insultaron a los jugadores y a la plana mayor de la dirigencia  

El coro (desafinado pero uniforme) de insultos que al final del partido frente a Banfield se enfocaron en el presidente de Independiente, Hugo Moyano, parecieron definir un nuevo escenario en el club de Avellaneda. Fue la primera vez que numerosos grupos de hinchas (de la popular y de las plateas) direccionaban su fastidio, su dolor y su bronca en la dirigencia por la errática marcha del equipo que conduce Fernando Berón.

Se sospechaba que esto en algún momento podía ocurrir. Y las sospechas estaban directamente vinculadas a los graves problemas que vienen jaqueando a Independiente. Problemas económicos y problemas futbolísticos que se proyectan desde aquella consagración como campeón de la Copa Sudamericana el 13 de diciembre de 2017.

Esa noche comenzó el desconcierto que abarcó a la dirigencia y al cuerpo técnico que comandó Ariel Holan. Desde allí, todo fue una suma de desaciertos permanentes. Como si Hugo Moyano y su hijo Pablo hubieran arrancado una etapa caracterizada por la autodestrucción. Y no hubo pausas en esta tarea no deseada, pero sí reflejada en los hechos que se fueron sucediendo.

El sobreestimado Holan se reconvirtió en un entrenador que exhumaba el perfume de los que se creen que se la saben todas. Lo embriagó el triunfo. Lo mareó la gloria efímera. Y lo persiguieron fantasmas tan crueles como la soberbia, el ego indomable y la superficialidad para observar la totalidad del paisaje.

Nadie le paró el carro. Nadie lo frenó. Nadie le dijo que tenía que revisar conductas alejadas de la humildad, la sensatez y la prudencia. Es cierto, había sido el técnico que impulsó la coronación internacional del equipo en Río de Janeiro. ¿Pero había que condecorarlo por esa victoria? Quizás Holan pensó que sí. Y empezó el naufragio. Lento, pero muy evidente.

Se fue cayendo el equipo. Y se fueron cayendo las variables económicas del club comprometiendo severamente su equilibrio. En gran medida por la desastrosa política que ejecutó en los distintos mercados de pases, cometiendo errores flagrantes a la hora de las contrataciones. El ejemplo más rotundo que sirve para revelar el perfil de su incapacidad al momento de elegir un refuerzo, fue la llegada del paraguayo Cecilio Domínguez en poco más de 6 millones de dólares, que obligaron a Pablo Moyano a viajar de urgencia a México para encontrarle una salida viable a una operación con el América que está al rojo vivo.

Domínguez, de rendimiento paupérrimo en Independiente, es apenas un eslabón más de otras incorporaciones (Barboza, Palacios, Chávez , Roa y Lucas Romero, que en el último mercado demandaron una inversión que acarició los 16 millones de dólares) muy fallidas.

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Antes Holan y después Sebastián Beccacece aconsejaron, sugirieron o directamente pidieron a jugadores que no estuvieron a la altura de ponerse la camiseta de Independiente. Este despropósito fue estrangulando al club, que vendió a individualidades de probada eficacia (Rigoni, Tagliafico, Barco, Meza, Gigliotti) y sumó al plantel a una cantidad de jugadores que por el valor de las transferencias y por los altos contratos en dólares, perforaron la barrera del equilibrio económico y financiero.

La desprotección que expuso a Independiente, por supuesto no fue solo producto de errores de cálculo. La dirigencia denunció no saber manejar un área tan sensible como el fútbol. Los Moyano improvisaron sin ser conocedores como para darse este lujo. Pueden improvisar de manera inteligente aquellos que están capacitados para hacerlo. Ellos, no tienen ese don. Nunca lo tuvieron. Y no se rodearon de gente apta para esa función.

Interpretaron que Holan después de la conquista de la Copa Sudamericana tenía que hacer y deshacer sin interferencias. Y se hundieron junto con él. Contrataron a Beccacece porque tenía buena prensa después de dirigir a Defensa y Justicia. Y se siguieron hundiendo. Ya sin recursos a la vista, le dieron aire en Primera al coordinador de inferiores, Fernando Berón.

“¿Quién te dice si sale campeón?”. Esta observación tan liviana como despojada de cualquier tipo de análisis es la que manifestó Hugo Moyano hace un par de semanas, respecto al futuro de Berón. Algunos triunfos y una leve mejoría (que se desintegró con el empate ante Aldosivi y la derrota frente a Banfield), alcanzaron para que lo ratificaran en el cargo hasta junio del año que viene. Situación que ahora no parece tan definida.

La durísima despedida al equipo en la caída contra Banfield estuvo signada por un rechazo popular que contempló el resultado y la producción. Pero el gran protagonismo de la noche se concentró en la gestión de Hugo Moyano. La desaprobación traducida en insultos estaba a la vuelta de la esquina. Y no sorprendió.

Independiente es un paciente de alta complejidad. Debe sueldos al plantel, tiene deudas por pases de jugadores que no abonó en su totalidad, se le presentan dificultades operativas no menores y el equipo pierde puntos porque no encuentra juego.

A casi dos años del cruce triunfal ante Flamengo en el Maracaná, quedó en claro que se dilapidó una estupenda oportunidad. El segundo período de Moyano en Independiente (las elecciones son en diciembre de 2021) por el momento se encamina al aplazo. Desconocerlo forma parte de una ficción.

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