El 25 de octubre de 1997, hace 20 años, Diego Maradona dio su última función. Fue el final de una carrera perfecta, el último viaje antes de bajarse de la montaña rusa que significaron sus 21 años como futbolista profesional, y ocurrió, como en un sueño, en el escenario ideal: se despidió en el Monumental, en una victoria de Boca por 2-1 contra River.
Maradona visitó Núñez sin saber que, después, no volvería a pisar un campo de juego. En ese momento, Boca tenía un gran equipo: un plantel arrollador que, sin embargo, no podía cristalizarlo en los títulos. Héctor Veira conducía a un grupo que contaba con jugadores que, con el tiempo, se convertirían en ídolos del club: Martín Palermo, Óscar Córdoba, Rodolfo Arruabarrena, Jorge Bermúdez, además de Diego Cagna, Diego Latorre y Nolberto Solano. En el banco de suplentes estaba Juan Román Riquelme: él reemplazó a Maradona en el segundo tiempo. Fue algo así como el pase de banda presidencial: Riquelme, entonces, se convirtió en el 10 de Boca más importante de la historia del club.
Boca ganó 2-1 con un cabezazo de Palermo, otro hombre que construyó su imperio sobre el terreno que dejó Maradona. Diego no tuvo su mejor actuación: estaba, evidentemente, en la caída de su carrera, en un momento de baja, en el final del tobogán. Hizo poco en cancha para vencer a un River que dominaba en el marco internacional: con futbolistas como Enzo Francescoli, Marcelo Salas y Marcelo Gallardo, el año anterior había ganado la Copa Libertadores y meses después se consagraría en la Supercopa.
Nadie suponía que ese sería el final de Maradona. De hecho, pasaron cuatro años hasta que hizo su partido homenaje en 2001. Sin embargo, hay algo que no cambió: el vínculo de Diego con el fútbol fue, es y seguirá siendo único e inseparable.
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