No hay más. O dicho de otra manera: es todo lo que hay. Plantear hoy que en la Selección falta Fulanito o Menganito es quedarse balbuceando en la superficialidad. No hay ningún tapado que no haya sido convocado. Se acabaron hace muchos años los tiempos de los tapados. Está todo descubierto. Y todos tienen chances. Y precisamente tienen chances a partir de la escasez inocultable. Que es la escasez de cracks. Lo que por otra parte venía anticipando José Pekerman hace 17 años. Decía el actual entrenador de Colombia: “Se le va a complicar a Argentina. Los cracks ya no salen como antes. El sistema con todas sus urgencias los hace quemar etapas y son muy pocos los que van a poder resistir”.
Se podrá argumentar con razón que Messi resistió. Que el Kun Agüero también. Y que fueron varios los que siguieron un camino de éxitos. Pero Pekerman veía algo más. Veía, en definitiva, dificultades insalvables que iban a instalarse. La Selección lo está comprobando. Y no es de ahora. El tema es que ahora explotó. Y quedó en evidencia todo lo que no hay.
Brasil lo padeció durante décadas. Fue el período post Pelé, retirado del scratch después de México 70, aunque su partido despedida haya sido ante Yugoslavia el 18 de julio del 71 en un Maracaná tan atormentado como nostálgico. Continuaron apareciendo en Brasil jugadores valiosos, pero no jugadores de la talla de Pelé, Garrincha, Rivelino, Tostao, Gerson, por ejemplo. El duelo insuperable marcó a fuego a varias generaciones de jugadores (entre ellos Zico, Socrates, Falcao, Junior, Toninho Cerezo) que terminaron envueltos por la frustración.
Recién pudo recuperarse Brasil con las apariciones de Romario, Ronaldinho, Rivaldo y Ronaldo. Cuatro cracks a tiempo completo, a los que ahora se sumó Neymar. Argentina, mientras tanto, continúa transitando la traumática etapa post Maradona. Similar a la etapa post Pelé. Porque también un par de generaciones de jugadores (entre ellos Verón, Batistuta, Riquelme, Simeone, Ortega, Cambiasso y Crespo, por citar a algunos) no lograron darle a la Selección el gran salto de calidad que necesitaba.
La aparición extraordinaria de Messi acompañado por Agüero, Higuaín y Di María dio margen para que irrumpieran un arsenal de sueños inconclusos. Messi siguió creciendo hasta alcanzar el techo que hoy denuncian sus producciones, varias de ellas despojadas del genio creativo que lo identificó. Sus laderos se fueron conformando con lo que ya tenían. Y aunque se destacan, no la rompen. Y menos aún con la camiseta de la Selección.
Quedó Messi en el medio del baile. Este Messi de 30 años que de ninguna manera es el mismo Messi que volaba a los 25 años, aunque en la Selección por distintas circunstancias nunca pudo volar demasiado. Frente a este panorama se advierte sin ningún esfuerzo que la Selección no tiene mucho más para ofrecer. Que no hay estrellas que no hayan sido convocados. Que no hay jugadores capaces de brindar soluciones que tengan que mirar los episodios desde afuera.
“Van a faltar cracks”, sostenía Pekerman espiando el futuro. Hablaba de renovaciones lejanas a las calidades de Riquelme, Aimar, Verón, D’Alessandro, Sorín y Cambiasso, por mencionar a algunos. No se equivocó Pekerman. Estos tiempos son de transición. Como los que vivió Brasil después de Pelé. Una transición imposible de determinar en años. Una transición que viene castigando duro y parejo al fútbol argentino. Porque las expectativas generales apuntan a construir y vender jugadorazos que no son tales. Que no son jugadorcitos, pero que no están para hacer la gran diferencia.
La verdad incontrastable es que las grandes diferencias siempre las hacen los cracks. Y Argentina tiene solo a Messi en ese podio. Y a un Messi en decadencia, aunque mañana la descosa en Barcelona. La decadencia de Messi igual lo pone por encima de cualquiera de sus compañeros, todos puestos en duda. Porque la renovación fue forzada. No natural. No hay en este momento jugadores que se pongan la pilcha de la Selección y les quede perfecta, más allá de algunos aciertos parciales siempre sobredimensionados por el ambiente.
Y no ocurre este fenómeno, precisamente, por lo que anticipó Pékerman en el 2000: los cracks en retirada. Los cracks que nunca son reemplazados por la prédica de los entrenadores, aunque algunos entrenadores quieren creer que son más influyentes e importantes que los jugadores. Y no lo son. Nunca lo fueron.
La Selección está en un período de altísima complejidad. Es cierto, depende de sí misma en las dos fechas de Eliminatorias que restan. Y quizás este es el problema central: depender de la fortalezas que hoy no revela y de la fragilidades que hoy delata.
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