El año 1997 es para todos los murgueros de la Ciudad de Buenos Aires el sinónimo de la visibilidad. Por fin, luego de años de insistencia, la Legislatura había reconocido a las murgas como Patrimonio Cultural de la Ciudad. La aprobación de la cámara les dio la posibilidad de recibir parte del presupuesto porteño, la habilitación para la realización de corsos y el fomento para generar el arraigo socio-turístico con su rica identidad artística. A más de dos décadas del suceso, este año disminuyeron los espacios al aire libre, tienen menor dinero destinado del total y aún luchan contra los reclamos vecinales por los cortes.
Carnaval es fiesta. Fiesta es murga en Buenos Aires. Y, como lo define Ignacio Fornos, "la murga es la fiesta del pobre, de los más humildes y de todo el pueblo". El integrante de la agrupación M.U.R.G.A.S. -Murgueros Unidos Recuperando y Ganando Alegría Siempre-, una de las organizaciones que impulsó la medida de 1997, asegura que "toda murga es parte de la identidad de la Ciudad, porque no sólo es bombo y platillo, como muchos lo ven, también hay letras que dicen lo que se piensa porque hay periodistas, escritores, artistas plásticos que hacen las letras".
"Siempre fuimos pragmáticos, los murgueros vamos buscando la adhesión de las clases", comenta Fornos para POPULAR. Pero esa búsqueda, considera, no encuentra el respaldo estatal. "No se tiene a la murga como política de Estado, como en Brasil y en los carnavales del Interior del país", sentencia.
Para este año, desde la administración de Horacio Rodríguez Larreta, se disminuyó la cantidad de corsos en las calles y avenidas. De los 42 existentes hace dos décadas se pasaron a los 25 actuales, seis de los cuales son en clubes barriales y plazas. Son varias las murgas que manifestaron su disconformidad.
Para Mauro Sandoval, director del Rechifle de Palermo, es un retroceso: "La murga tiene que ser en la calle, porque es la calle, no un lugar cerrado y en el que entran unos pocos".
A esa decisión gubernamental se le sumó una más, acorde al contexto económico. POPULAR pudo conocer datos precisos sobre los montos destinados al Programa 31, el cual se enmarca dentro de la Dirección General de Promoción Cultural. Es allí en donde tiene su anclaje la Comisión de Carnaval y Corsos. El presupuesto que recibió este año fue de 116.620.365 de pesos. Menos que los 218.159.532 de pesos del año anterior.
"Tenemos que comprar las zapatillas de lona, los instrumentos, la vestimenta que usamos. Imaginate que no te alcanza. Nosotros terminamos pagando los costos con invitaciones que nos hacen a fiestas privadas", intenta sintetizar su bronca Sandoval.
El Carnaval de Lincoln moviliza a una ciudad entera. Para un turista porteño, eso significa el asombro de ver y escuchar historias sobre la colaboración de los vecinos para entregarles diarios y revistas a los carroceros. En la comparsa La Fusión -nacida hace menos de tres años- participan poco más de doscientos integrantes que cosen, se maquillan y practican 12 horas por día y alternan con sus trabajos semanales durante todo el año.
"Esto es mi vida, no puedo imaginarme una vida sin esto. Duermo poco, pero no me importa", cuenta María del Carmen. "Nosotros preparamos nuestra vianda, guardamos las cosas en la heladerita, agarramos las sillas y ahí vamos. Esto es nuestro, es Lincoln", dice Paula, que va con sus hijos y abuelos a buscar un lugar cerca del escenario. En torno a la fiesta hay puestos de comida, artesanías, quesos y fiambles locales. El Carnaval potencia el consumo interno y la economía regional.
Lo que sucede en esta localidad bonaerense es un muestra de un contraste. En la Ciudad de Buenos Aires las murgas conviven con las quejas de los vecinos por los cortes y denuncias por ruidos molestos.
La linqueña Mercedes Frassia es presidenta de la fundación CasaSan del barrio de La Boca. Esta entidad promueve a su propia agrupación murguera San Quinquela de La Boca y se presentaron el primer fin de semana de carnaval en Lincoln. "Los chicos volvieron fascinados, sorprendidos por la cantidad de gente que vieron", comenta.
Frassia afirma que "acá en Buenos Aires es distinto", aunque "La Boca es murga", por lo que en esa parte de la gran ciudad se tiene otra consideración de la fecha festiva.
"Depende mucho de los barrios. En el sur hay más participación, pero en los barrios del norte no dan mucha pelota", asevera Sandoval, en coincidencia con Fornos: "Convivimos con quienes nos aceptan y con los disertantes. Lo único que se puede hacer es intentar convencer a los que no les gusta, hacer que se acerquen y no se queden en su casa".
Una de esas razones, asegura Sandoval, podría ser entender que "saca a los chicos de la calle". Por ejemplo, en CasaSan se impulsan talleres y horas de ensayo para pequeños carenciados. "La murga aglutina más que otras actividades y más en los veranos", concluye.