La alimentación es un derecho humano básico y no puede depender de los precios internacionales de los alimentos, de las idas y vueltas electorales, ni puede depender de la política económica de un gobierno. No puede haber excusas

En nuestro país, aproximadamente 3 millones de personas sufren hambre. La mitad de ellos son niños, niñas y adolescentes. Esto compromete no solo la vida de todos estos compatriotas sino el futuro de toda la Argentina.

Sabemos que quienes no se alimentan (o no se alimentan bien) tienen comprometida su salud tanto en el presente como en el futuro. En la infancia, por ejemplo, el hambre repercute negativamente en el desarrollo físico, cognitivo y emocional. Las niñas, niños y adolescentes que se alimentan mal, aprenden menos. Esto significa que estamos privando a todos estos chicos de su derecho a crecer saludables y a desarrollar plenamente sus capacidades. El hambre de nuestros chicos es una deuda de toda la sociedad y una hipoteca de nuestro futuro.

Argentina produce alimentos para más de 400 millones de personas (es decir, diez veces su población). Entonces, es una inmoralidad que haya argentinos que tienen que luchar para poder comer. Y muchos ni siquiera así lo logran. Evidentemente, no es una cuestión de falta de comida. Es una cuestión de distribución desigual. La alimentación es un derecho humano básico y no puede depender de los precios internacionales de los alimentos, de las idas y vueltas electorales, ni puede depender de la política económica de un gobierno. No puede haber excusas.

Gobernar significa, entre otras cosas, establecer prioridades. ¿Existe algo más urgente y terrible que combatir el hambre? Quien gane este año las elecciones en nuestro país debe lanzar durante los primeros tres meses un plan de emergencia alimentaria para hacer frente a esta situación. El compromiso de terminar con el hambre (y con todas las formas de malnutrición) tiene que enfrentarse de manera directa desde el Estado a través de la movilización de los recursos necesarios de forma urgente. Se trata de una emergencia, una catástrofe social. Y así debemos responder.

Por supuesto que no alcanza con resolver el hambre. Pero este debe ser el primer paso, urgente e indispensable. Y debemos hacerlo unidos como sociedad. Porque, además, cuando lo hayamos logrado, habremos alcanzado también el valor y la confianza para dar los pasos siguientes. Así, juntos, podremos encarar nuevos desafíos y objetivos que nos lleven al desarrollo y la equidad definitivos.

No podemos esperar ni un minuto más. Los argentinos debemos solucionar sin demora el drama social del hambre. Pero divididos y con esfuerzos aislados no podemos resolverlo. Es imprescindible que las instituciones, los partidos políticos y toda la sociedad nos unamos. Es nuestra elección más importante.

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