Lejos del apoyo y la masividad del género en nuestros días, hace 50 años los jóvenes desafiaban las corrientes impuestas aportando un nuevo lenguaje musical. Carlos Altamirano, junto a su grupo Los Walkers, fue uno de esos audaces.

Corrían los convulsionados años 60, y Carlos Altamirano, el hijo de un trabajador electromecánico que durante muchos años desempeñó sus tareas en la vieja compañía Segba, intentaba sin demasiada convicción cursar sus estudios de ingeniería, pero su real pasión era la música.

Su padre pudo entender esta inclinación, a partir de allí le dio su apoyo, que incluyó la compra de su primera guitarra eléctrica, y la historia de este porteño nacido en Caballito y crecido en las calles de San Telmo, que tiene dos hijos, uno de ellos también músico, tomó un rumbo que nunca abandonaría.

Pese a que sus primeros vínculos musicales se relacionaron con el folklore (“mis viejos eran de Salta, y estando de vacaciones aprendí a tocar el bombo y la guitarra”), Carlos no escapó al hechizo que en muchos adolescentes produjeron grupos como The Beatles, The Rolling Stones y muchos otros de la movida británica.

Así, en poco tiempo, con su amigo del colegio y del barrio Rober (Roberto Rey) se propusieron armar un grupo que intentara sonar como aquellos que llegaban desde afuera.

“En esa época estaban de moda cantantes como Trini López, pero una prima que vivía en Londres me hizo llegar “Yeah, Yeah, Yeah...” el tercer disco de los Beatles, y allí sentí que era lo que quería hacer, y nos pusimos a ensayar en un galpón abandonado canciones de los Hollies y de otras bandas que surgieron en esos años”, explica.

Para entonces, se habían integrado a la aventura el Tata Ignacio como bajista y Corre López en la batería. Faltaba darle un nombre a esa patriada, y en una tarde de bar, la botella de un conocido whisky les dio la idea: así surgían Los Walkers, que en pocos años se convertirían en referentes de las nuevas propuestas musicales.

Todo empezó con un contacto fortuito que los llevó a ser escuchados por uno de los responsables del ciclo de TV con más repercusión de aquellos años: la “Escala Musical”.

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“Si no lograbas tocar en la Escala, no existías, tenía un rating de 50 puntos, y gracias a Carlos Bayón, el gestor del programa, pudimos debutar y tocar con frecuencia, compartiendo el lugar con otros grandes como Los Shakers y Los Mockers, ambos uruguayos, y con muchos otros que ya estaban sonando fuerte, como Los Gatos”.

Entre 1966 y 1969 Los Walkers grabaron varios simples (los viejos discos de promoción, con solo dos temas, uno en cada lado, que llegaron a vender hasta 200 mil ejemplares, como “La Carta” y “Agarrate”) y tres LP’s, “Los Walkers”, “Nosotros Los Walkers” y “Walking Up”.

La banda cantaba en ingles, “porque sentíamos que el rock era para cantarlo en ese idioma, aunque ya por entonces muchos colegas músicos se animaban a cantar en castellano, era una época de mucha amistad entre todos, porque entendíamos que queríamos lo mismo”.

Aclara que “sin embargo, sobre la última etapa del grupo, y ya con Polo Pereira, ex Mockers, como guitarrista, que remplazó a Rober, sacamos varios simples en castellano, uno de ellos con temas que nos dio Litto Nebbia (“Piensa en mañana” y “Tiempo”, hoy casi inhallables) y un par más que, según Carlos, “no fueron de lo mejor que hicimos, pero tuvieron éxito, como una versión beat de la Balada para un Loco”.

Carlos dice que “con la última formación pudimos haber sido un supergrupo, ya que habían ingresado Black Amaya en batería, Héctor Starc en guitarra y Machi Rufino en bajo, pero luego de varios meses de ensayos espectaculares, ellos siguieron otros caminos y la etapa de los Walkers quedó como un gran recuerdo”.

La noche que Polo acomodó la banda

Los años 60 fueron heroicos para el arte, ya que se trataba de luchar contra las corrientes establecidas, pero también es una época plagada de anécdotas muy particulares, que marcaban una forma de entender la vida y de apostar a fondo.

Carlos recuerda que “en cierta ocasión nuestro guitarrista Rober, un gran amigo con quien todavía nos vemos, tuvo un problema de salud al volver de Salta. Ese fin de semana teníamos como veinte shows y él no podía tocar porque estaba muy mal. No sabíamos qué hacer”. Entonces, a Carlos se le ocurrió ir a ver al cine Ambassador a su amigo Polo, que había tocado en Los Mockers, y era acomodador del cine.

“Le dije: Polo me tenés que salvar, tenés que venir a tocar con nosotros. Me contestó: “pero no puedo, estoy trabajando acá, me echan”. Le pregunté: ¿cuánto ganás? Me respondió: “4 mil pesos”. Y le repliqué: yo te doy siete mil por esta noche. A los dos minutos se sacó el uniforme, ante el desconcierto de su jefe, se vino con nosotros, tocamos como nunca y se quedó en el grupo hasta casi el final”.

Después de la revolución llegó Katunga

Tras la disolución de Los Walkers (foto, Carlos es el de abajo a la derecha), Altamirano se vinculó a otros proyectos, pero su gran éxito llegó cuando luego de formar Expreso Zandunga, que llegó a tocar en el primer BARock, con un estilo de afro-rock cercano a Santana, cambiaron su nombre por Katunga, una banda que duró casi dos décadas, y que obtuvo un gran éxito comercial.

“Si con los Walkers tuve la gran satisfacción de hacer la música que me gustaba, con Katunga tuve la oportunidad de viajar por toda América, fueron 18 años de giras, discos, películas, y si bien en los recitales nos soltábamos haciendo muy buena música, el éxito vino por hits sencillos y bailables que la gente adoptó inmediatamente, como “Veo veo qué ves”, “Mirá para arriba, mirá para abajo” o “Me lo dijo una gitana”.

Tras aclarar que Katunga era una banda con muy buenos músicos, dice que “todos nos pedían los hits”, y recuerda que “en una ocasión tocamos en un club, y al terminar faltaba el “Veo veo”, no queríamos tocarlo. El dueño nos dijo: “si no lo tocan, no les pago, y bueno, subimos, dijimos que a pedido del público lo íbamos a hacer, y terminó todo a pura fiesta”.

Durante los años ‘90, Carlos mostró una nueva faceta: la de productor en el género de la cumbia y la bailanta, consagrando a figuras como Los Palmeras y Los Cartageneros, y desde hace diez años es el productor y manager de uno de los cantantes populares con más arraigo en toda Latinoamérica, como Leo Dan.

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