Heredera de una tradición familiar de sastres, María Cristina Rago es desde hace varios años sucesora y encargada de mantener el negocio que fundó su padre Marcos en los años '30 y que tuvo el mérito de ser el primero en implementar el alquiler de trajes de etiqueta.

Durante varias décadas del siglo XX, la profesión de sastre era una de las más requeridas. Cuando el traje, el chaleco y la camisa con corbata eran moneda corriente y no solo se usaban en la mayoría de los trabajos sino también para pasear o hasta para ir a la cancha, eran un clásico las grandes tiendas de ropa formal, y los sastres eran asistentes de cabecera, casi como los médicos. Don Marcos Rago, allá por los años 30, era uno de esos dedicados orfebres que convertían una tela en una prenda de vestir elegante, y que no descuidaba ningún detalle. Pero hacia fines de esa década, decidió hacer punta con una variante en la oferta de ropa de vestir, y en 1939 fundó la Casa que lleva su apellido, con una propuesta original: la del alquiler de trajes y ropa de fiesta.

A ochenta años del inicio de esta apuesta, Casa Rago sigue dando pelea, pese a que las modas cambiaron mucho, y si bien la informalidad para vestir ganó la pulseada todavía hay un público que, para determinadas ocasiones, sigue acudiendo a este servicio de alquiler de ropa para acontecimientos muy especiales, desde casamientos hasta cumpleaños, y desde veladas de gala en el Colón hasta eventos diplomáticos.

Testigo y protagonista de parte de aquellos años de apogeo, la hija de Marcos, María Cristina Rago (74) es hoy la encargada y responsable de mantener la herencia de su padre y de varios miembros de su familia que también se dedicaron a la actividad.

Desde el local ubicado en Hipólito Yrigoyen al 800, casi Piedras, y que salvo algunos retoques, conserva los mismos armarios de madera, probadores y la vitrina clásica de trajes en exposición de muchos años atrás, cuenta parte de esa historia familiar y del legado que, con dedicación y experiencia, sigue manteniendo.

María Cristina, nacida en el barrio de Boedo, cuenta que su padre vino de muy joven junto a su abuelo, desde la región de Amendolara, en Cosenza, Italia, que como todo inmigrante, se hizo un lugarcito junto a su familia en un conventillo de la calle Pasco.

Según relata, “primero vino mi abuelo con dos hijos, y luego llegó mi papá con otros hermanos y hermanas, todos sabían el oficio de sastre, y empezaron con eso juntos, pero luego mi viejo prefirió independizarse y hacer su propio camino”.

Corrían fines de los años 30, y don Marcos alquiló primero un local en la Avenida de Mayo, y como le fue bien, logró comprar un espacio en la esquina de Yrigoyen y Piedras. María Cristina explica que “él veía que muchos clientes le pedían frac, jaqué, smoking, que era para alguna ocasión nomás, y se le ocurrió en vez de venderlos, alquilarlos. Al principio los hacía a pedido, pero luego fue armando un stock para tener trajes y otras prendas a disposición”.

Por aquellos años, su padre tenía a su cargo varios empleados, dedicados cada uno a una parte de la prenda, pero además, la empresa era familiar. Tanto que Cristina, que de chica solía ir a jugar al negocio con los botones y las cajas, empezó a trabajar allí junto a sus dos hermanos. Con el tiempo, uno de sus sobrinos, también Marcos, hoy dueño de uno de los pocos videoclubs que subsisten, también trabajó unos meses en 1986, y luego en 2005.

Pero además de llevar la delantera en el tema del alquiler, el viejo Marcos - que, rara coincidencia, conoció aquí y se casó con una vecina de su mismo pueblo- también tuvo otra idea original, y fue la de vender a crédito, algo inusual hace más de medio siglo. Según María Cristina, “yo era adolescente, y recuerdo que la gente hacía cola para comprar a crédito, y compraban de todo, trajes lisos, a rayas, a cuadros, y siempre con la mejor calidad de telas, por eso le fue muy bien, y gracias a su trabajo tuvimos un buen pasar”.

En los ‘60, encargada de la sección damas

El arraigo que para María Cristina significó el local que fundó su padre fue muy grande desde joven. Allí, en una época, tuvo a su cargo la sección Damas, en los ‘60, y eran numerosas las mujeres que acudían a probarse ropa de fiesta. Allí además conoció a quien fue su esposo, Roque, hijo de un amigo de don Marcos, que también se convirtió en un muy buen sastre, y a quien iba a ayudar varias veces a la semana, hasta su muerte en 2005.

MARIA-CRISTINA

María Cristina aclara que “de joven hice un año de Arquitectura, pero este trabajo me atrapó más y al final seguí la tradición y el consejo familiar, en los últimos años me hice cargo porque mis hermanos ya estaban en otras actividades y no quisieron seguir, considero que fui siempre más vendedora que confeccionadora, y creo que tuve pasta para eso, en general el cliente que viene no se me escapa”.

En el local actual, que ocupan desde 1967, trabajan además de ella dos jóvenes empleados y un talentoso sastre italiano, don Alfredo Scali, según Cristina “tan detallista que te entrega una ropa de alquiler como si fuera para venta, y tiene una memoria terrible", y agrega que “es un gran lector de Diario Popular”.

Desde Porcel a Menem, la casa vistió a varios clientes famosos

Contra lo que suele pensarse, María Cristina asegura que “traje de etiqueta se usó siempre, y aunque haya menos casamientos, hay ocasiones en que para ciertas fiestas viene gente a alquilar, la mayoría esmoquin, pero también frac o jaqué, que son para circunstancias más especiales” y señala que “un alquiler de estas prendas oscila entre los 3600 y los 4500 pesos, según la calidad y el estilo”.

De acuerdo a sus cálculos, en stock hay unas 1200 prendas, y la cantidad de alquileres semanal fluctúa entre 20 a 40, aunque en los buenos tiempos llegaban a cien. Relata que “años atrás la tela venía de Italia, hoy es todo nacional, y la renovación está a cargo de un sastre a quien se le hacen los encargos con tiempo. Asimismo, en épocas de alta demanda, las reservas de ropa hay que hacerlas con uno o dos meses de anticipación.

Cuenta que “cuando mi papá falleció, en 1999, a los 89 años, quedaban trabajando varios empleados, él siempre se dedicó, aunque en sus últimos años era más un coordinador de las tareas, pero contaba con personal muy idóneo”.

María Cristina, como dato de color, señala que “no solemos alquilar trajes raros, o de colores, porque salen poco, en otra época se hacía, aunque recuerdo que en alguna ocasión alguien vino a buscar un traje del 1800, creía que era una casa de disfraces”, y remarca que “aquí venían mucho de Aries Cinematográfica para alquilar trajes de época, y también hemos tenido clientes notorios, Porcel, Sergio Denis, un par de veces Cacho Castaña, y varios políticos, entre ellos Carlos Menem”.

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