Artista plástica de toda la vida, pero también música, actriz, terapeuta, fotógrafa y hasta diseñadora de sus propios muebles, Marina Olmi insiste en que no se siente una artista en el sentido épico de pertenecer a una elite creativa, sino una mujer común, ama de casa, y por sobre todo, una idealista en un mundo que se puso demasiado complicado en muchos sentidos.
Tal vez haya sido esa vocación por la lucha y por mantener la mente lejos de todo divismo y cercana a la simpleza y a lo cotidiano, que Marina, hacia principios de esta década, haya podido traducir en su obra pictórica imágenes simples, casi bucólicas, y en escenas alejadas de lo habitual, de nada menos que Eva Perón, una de las mujeres que más generan su admiración, que presentó en muchas salas de Argentina, América y Europa.
Pero más allá de esta obra conceptual, Marina tiene toda una historia de idas y vueltas tanto en Argentina como en una larga estadía en España y en otros países de Europa y en Estados Unidos, donde pudo canalizar a través de distintos proyectos su sensibilidad por el arte.
Nacida en San Telmo, Marina cuenta que “mi papá era abogado, pero pese a esta profesión formal, tuvo su costado rupturista y hedonista, fue uno de los precursores del stand up, comediante, y escritor de monólogos para café concert, además tocaba la guitarra, y era un tipo muy divertido”.
También habla con orgullo de su mamá, que aún vive, “fue una terapeuta moderna, que nunca paró de estudiar y trajo el sistema Gestalt a la Argentina”, y no menos admiración tiene por su hermano y compinche, el actor Carlos Boy Olmi, con quien admite “no hemos compartido trabajos laborales pero sí muchas cosas de la vida”.
Marina estudió psicología de adolescente, pero dejó la carrera en segundo año, aunque hace un tiempo volvió a interesarse y se desarrolló como terapeuta con el Gestalt, que “es una terapia basada en el presente, en el contacto y los vínculos, trabaja con esos espacios, y en ella no importa el pasado”.
Los años de adolescencia y primera juventud fueron muy movidos para Marina, en consonancia con su generación. “En esos años estudiaba teatro, lo hice con Heddi Crilla, Julio Ordano entre otros, pero como también amaba la música, fui parte como cantante de la banda de rock Montesano, pero en los años de la dictadura ciertas amenazas y condiciones hicieron que me fuera a España con mi pareja de entonces, Gustavo Montesano, y me abrí camino como diseñadora, y luego en otro grupo de rock”.
Amante del dibujo y del diseño artístico, reconoce que “si bien en lo musical fui aprendiendo de a poco, es algo que me hace sentir bien, tanto que actualmente canto en la banda de rock Venus, junto a Guillermo Piccolini”, su ex pareja, junto a quien tiene un hijo, Salvador, que estudia arquitectura y comparte su cálido hogar en el barrio de Coghlan. Marina, además, es madre de Antonio (hoy es bailarín del Colón) y Juan (actor), ambos nacidos de su pareja con el actor Gustavo Luppi, en los años ‘80.
Luego de varios años en España (país al que volvió para trabajar en la década del 2000), Marina desarrolló sus facetas artísticas en Estados Unidos, especialmente en Los Angeles, donde llegó a estudiar teatro, y detalla que “consolidé una gran amistad con el escenógrafo, pintor y cineasta Eugenio Zanetti, con quien compartí muchos trabajos, desde puestas de ópera hasta trabajos teatrales y de publicidad”, hasta que en 2010 volvió al país para establecerse en forma más estable y seguir apostando a otros proyectos relacionados con el arte.
eFiel a su convicción de buscar convertir el dolor en luz y amor, Marina desde hace un tiempo organiza talleres de pintura y música para chicos con discapacidad, pero donde concurren también niños sin ese problema, y “es una forma de conectarse con la creatividad, ya que el dolor hay que transformarlo”. Entre sus planes a corto plazo está el de organizar talleres para la gente mayor ya que “ellos necesitan un incentivo, y creo que cuando somos grandes es necesario cuidarlos, integrarlos.y ofrecer motivos de vida”. Mientras, desde hace un tiempo, junto a su hermano Boy, Marina investiga en su árbol genealógico, y accedió a una revelación que no la sorprendió del todo, ya que “descubrí que mi tatarabuela paterna era wichi, y me encantó, porque toda mi vida dije que era una india en el cuerpo de una sajona, lo sentía y lo siento”.
Explica que “mi tatarabuela estuvo casada con un alemán, llamado Reuzmann, que fue contratado por Rosas, para la talabartería del ejército argentino, al que conoció en Santiago del Estero, y de esa unión nació mi bisabuela, así que mi sangre es una mezcla de muchas raíces”.
Con respecto a su atracción por Evita, Marina señala que “en mi casa en la adolescencia se leía La Razón de mi vida, y como mi padrastro era periodista y filósofo, nos juntábamos a leer, yo tenía 12 años, y cuando me pidieron lo de la obra de Eva, la quise recrear de un modo más humano y con las actividades de cualquier mujer, más allá del pedestal”.
Remarca que “pinté a estas Eva inspirándome mucho en las mujeres, los roles que ocupamos, que tenemos que ser madres, amas de casa, profesionales, y pelear en varios frentes, por eso hice una Evita viva, con una sonrisa, con humor, no la imagen sufriente y enferma, que fue real, pero no fue lo único de ella”.
Esta muestra, Marina la presentó durante varios años en distintas galerías del mundo, así llegó a Moscú, París, Berlín y Madrid, y su mayor sorpresa fue el eco que tuvo entre los alemanes. Una serie de 20 pinturas, que muestran a una Eva cotidiana, planchando, nadando, sonriendo, distendida, en tareas hogareñas y en poses hasta seductoras, o remando en un bote en una imaginaria tarde de sol junto a Cristina Kirchner, fueron presentadas en 2011 en el Museo Evita. La muestra recorrió durante algunos años varias salas de Europa, y hace solo un par de meses volvió a ser expuesta localmente, en la sala Caras y Caretas.
Marina define a su pintura como “muy diferente entre sí, reveladora. Intento mantener la fuerza en el color, y un mensaje claro, donde haya poesía, muy clásico pero también con toques rupturistas”.
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