Con el Acuerdo Verde como base, y la premisa de reorganizar la industria para bajar los niveles de contaminación, los miembros de la Unión Europea se reúnen por videoconferencia para definir los parámetros del proyecto de salvataje, pasado el pico de la emergencia sanitaria

Superado el pico de contagios, y con la pandemia de Coronavirus en declive, aunque aún sin solución, la Unión Europea se enfoca en lo que será la apertura de una discusión clave sobre su futuro, pues todos los miembros se reunirán, mediante videoconferencia, para diseñar el camino de reestructuración. Y el que gana fuerza es el denominado Acuerdo Verde, que ya estaba en boga previo a la emergencia sanitaria y que ahora varios países ponen en el centro de la escena para que sirva de respuesta a la crisis imperante.

El diálogo iniciará sesión el jueves, y allí los 28 exponentes brindarán su mirada a futuro tras el drama que tuvo al Viejo Continente como epicentro de la enfermedad. Y se habilitará un itinerario que empiece a cerrar filas sobre una pauta medioambiental luego de varios cruces previos, en los que se evidenció la distancia entre las partes, ya que todavía es difícil de hallar un punto de encuentro entre algunos países del norte del territorio y los del sur, que fueron justamente los más castigados por la cantidad de víctimas.

Es que aquel ir y venir que mostró como eje a los Coronabonos, que iban a servir para darle auxilio a muchas naciones en serias dificultades tanto sanitarias como económicas, finalmente se torció con el papel que cumplió Alemania en primer término, y Francia como aliada vital.

Fueron Angela Merkel y Emmanuel Macron, los mandatarios de esos países, los que tomaron la batuta y limaron asperezas hace un mes para que ahora todo quede supeditado a lo que definan cada uno de los miembros, con el aval de las principales potencias del bloque.

En ese sentido, el convite se prevé menos espinoso de lo que se podría especular semanas antes, aunque no por eso sencillo de rubricar. Y las fichas están puestas en un proyecto que suma adeptos desde incluso antes del convulsionado 2020, con la problemática del calentamiento global.

Ya se vislumbraba la necesidad de una modificación en las políticas implementadas, y lo que quieren en la UE es aprovechar el envión para que los cimientos de la recuperación post pandemia estén ajustados hacia una menor contaminación. Por caso, desde fines del año pasado se establecieron tres pilares fundamentales para el continente en la década vigente: reducción de cerca del 40 por ciento de la emisión de gases de efecto invernadero en referencia a 1990; un mayor predominio de las energías renovables, con una base, en principio, de participación de más del 30 por ciento; y especialmente un ahorro de energía también en esos términos. Todo eso implica una infraestructura acorde y una reorganización industrial concreta. A esos dos ejes se apunta a levantar con el aporte financiero que se pretende sellar para paliar la crisis actual, algo que ronda los 750 mil millones de euros.

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¿Fácil? Para nada. Más aún con la labor de algunos países que desde el principio manifestaron su desacuerdo, no por el plan en sí, sino por cómo se dará el beneficio a los más perjudicados por la catástrofe.

En ese elenco están Suecia, Dinamarca, Holanda y Austria, los denominados "cuatro frugales", que ponen en discusión las formas de ayuda de la estructura supranacional a sus partes, a sabiendas que, dadas sus finanzas equilibradas, no quieren un despilfarro mayúsculo hacia Estados con cuentas en rojo, como España e Italia.

Esa trama se vivenció durante los meses más crudos de la pandemia, y las críticas arreciaron, a tal magnitud que se puso en jaque la continuidad de la Unión Europea. Sin embargo, Alemania, que empezó más ligado al Norte, con la premisa de dar préstamos a devolver en el mediano plazo, terminó acercando posiciones con el Sur, y así la palabra mágica pasó a ser subvención, que le permitiría a los territorios que la reciban evitar endeudarse de forma indefinida.

¿Por qué el país teutón modificó su idea? Por una razón elemental: el declive de Europa iba a arrastrar también a Berlín, y por eso es necesario evitar el desmoronamiento del bloque. Además, hay una cuestión institucional básica que entra en juego: por una instancia de calendario, Alemania toma la presidencia de la estructura el 1ro de julio, y su intención es encontrar una solución al drama de forma veloz, ya que si se dilata todo sería un golpe difícil de digerir para su liderazgo continental.

El tiempo apremia y la expectativa es total. Por eso no extrañó que ya desde Bruselas, la capital de la UE, se priorice la apertura de las fronteras para empezar a motorizar la economía. De hecho, para ese día que Alemania toma posesión del rol central, se dispuso la fecha para habilitar los viajes con otros países por fuera del esquema, algo que ya se hace desde el lunes, puertas adentro, en todo el espacio Schenger.

Por lo pronto, más allá del rol de Berlín, piloteando la tormenta, los encontronazos existen y las internas se verifican, poniendo en las sombras cualquier plan específico. Una de ellas está por resolverse y tiene en el tapete a la figura de la presidencia del Eurogrupo, hoy en manos del portugués Mario Centeno, a quien deben reemplazar el próximo mes.

El rol radica en el control de los manejos presupuestarios, y se torno trascendental de cara a la aplicación de cualquier salvataje a la vista. Y una de las que se prevé como candidata al puesto es la española Nadia Calviño, que cuenta con avales para llegar al espacio, especialmente por el guiño de varios países, entre ellos -otra vez-, Alemania. Sin embargo, ya hay detractores, a los que no les convence que esté allí alguien de una de las naciones que necesita más ayuda. Son, justamente, los "frugales", que empiezan a maniobrar para evitar su desembarco y esperan por otras opciones, entre las que se cuentan Pierre Gramegna, de Luxemburgo, y Pascual Donohoe, de Irlanda, paradójicamente, dos exponentes del norte.

Así la situación, si bien se evidencia en Europa que hay plafón para encontrar soluciones, y el Acuerdo Verde es el puntal para avanzar en un proyecto común, claramente hay indicios que marcan, por los artilugios que certifican los líderes de los miembros de la UE, que no será un trámite que se resuelva rápidamente. El trasfondo todavía hace crujir al bloque en el Viejo Continente, y más allá que el pico de la pandemia pasó, la crisis todavía no tiene miras de solucionarse.

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