Ante miles de fieles en la Plaza de San Pedro, León XIV encabezó un rosario por la paz y exhortó a los poderosos a abandonar la lógica de la guerra.

El papa León XIV presidió este sábado en la Plaza de San Pedro un rosario por la paz que reunió a miles de fieles de todo el mundo. En su homilía, el pontífice hizo un llamado a los gobernantes a abandonar la carrera armamentista y pidió “tener la audacia de desarmarse”.

“Todos unidos, perseverantes y con un mismo sentir, no nos cansemos de interceder por la paz, don de Dios que debe convertirse en nuestra conquista y nuestro compromiso”, afirmó el Papa en el marco del Jubileo de la Espiritualidad Mariana. A su lado, en el altar, se exhibió la imagen original de la Virgen de Fátima, trasladada especialmente desde Portugal.

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“Envaina la espada es la palabra dirigida a los poderosos del mundo, a quienes guían el destino de los pueblos: ¡tengan la audacia de desarmarse!”, exclamó León XIV ante una multitud que respondió con un prolongado aplauso. Luego añadió: “No podemos matar por ninguna idea, fe o política. Lo primero que hay que desarmar es el corazón, porque si no hay paz en nosotros, no daremos paz”.

El pontífice recordó las palabras pronunciadas el día de su elección: “La paz es desarmada y desarmante. No es disuasión, sino fraternidad; no es ultimátum, sino diálogo”. Y pidió a los fieles que a través de María -a quien definió como “mujer dolorosa, fuerte y fiel- recen por la compasión “hacia todo hermano y hermana que sufre, y hacia todas las criaturas”.

El Papa pidió escuchar el grito de los pobres

Durante la ceremonia, el Papa ofreció a la Virgen de Fátima una rosa de oro, siguiendo una tradición que se remonta al siglo XIII. Es la cuarta vez que la imagen sale del santuario portugués: las anteriores fueron en 1984, durante el Jubileo de la Redención; en el Año Santo de 2000, y en 2013, durante el Año de la Fe.

“Ustedes que construyen las condiciones para un futuro de paz, en la justicia y el perdón; sean mansos y decididos, no se desanimen. La paz es un camino y Dios camina con ustedes”, alentó el pontífice. Y agregó: “El Señor crea y difunde la paz a través de sus amigos pacificados en el corazón, que a su vez se convierten en pacificadores, instrumentos de su paz”.

En la oración final, León XIV pidió a la Virgen que “nos enseñe a escuchar el grito de los pobres y de la madre Tierra” y a detenerse “junto a las infinitas cruces donde la vida está más amenazada”.

Encuentro con el presidente de Guatemala

La jornada también incluyó un encuentro en el Vaticano entre el Papa y el presidente de Guatemala, Bernardo Arévalo de León, con quien dialogó sobre la lucha contra la pobreza, la corrupción y la delincuencia, además de los desafíos sociales y migratorios que enfrenta América Latina.

El mandatario centroamericano fue recibido primero en la biblioteca del Palacio Apostólico y luego mantuvo reuniones con el secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, y el secretario para las Relaciones con los Estados, Paul Richard Gallagher.

Según informó la Santa Sede, durante las conversaciones “se reiteró el mutuo aprecio por las buenas relaciones entre Guatemala y el Vaticano y la voluntad de reforzarlas aún más”. También se abordaron “cuestiones de interés común, la colaboración con la Iglesia local en favor de la cohesión social y el bien del país, así como algunos temas de carácter regional e internacional, con especial atención a las migraciones y los conflictos actuales”.

Antes de retirarse, Arévalo obsequió al pontífice reproducciones en miniatura de las imágenes de las procesiones guatemaltecas y piezas de artesanía tradicional. La visita se produjo tras su participación en Bruselas en el foro Global Gateway de la Unión Europea, una iniciativa que busca fortalecer la cooperación y el desarrollo de infraestructuras en América Latina, África y Asia.

En un clima de recogimiento y esperanza, León XIV cerró su mensaje recordando que “la paz no se impone con armas, sino con gestos de amor y justicia”. Su llamado a los líderes del mundo resonó como una advertencia y, al mismo tiempo, como una invitación a “desarmar el corazón” para construir una humanidad reconciliada.

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