En pleno discurso de la Unión, Donald Trump le dio un espaldarazo a Juan Guaido, el autoproclamado presidente del país caribeño, mientras que en Caracas, Nicolás Maduro se reunió con Sergei Lavrov, el influyente canciller de Vladimir Putin

En cuestión de horas, Latinoamérica se posó en el centro del tablero internacional con distintos movimientos de las potencias mundiales, con especial foco, una vez más, en Venezuela, todo tras un 2019 intenso, con conflictos al por mayor, y a la espera de un año que se prevé aún más crispado, sin soluciones que calmen las aguas.

Quien abrió el juego fue Donald Trump. Es que, fortalecido tras su absolución en el juicio político que se le inició, toma carrera rumbo a la reelección y encontró en el discurso de la Unión, esa especie de apertura legislativa anual en Estados Unidos, su plataforma para ir por el objetivo de permanecer por cuatro años más en la Casa Blanca. Allí, le brindó un lugar preponderante a Juan Guaido, el autoproclamado presidente venezolano como vigente líder de la Asamblea Nacional de ese país. Se trató de un notable espaldarazo para certificar sus credenciales y hacer mella en el gobierno de Nicolás Maduro, al que tilda de dictadura. Sin embargo, la respuesta llegó rápido, pues, en paralelo, a Caracas arribó Sergei Lavrov, canciller ruso y pieza vital en el gabinete de Vladimir Putin, que, en plena gira por el continente, pretendió contraponer aquel gesto del norteamericano con un apoyo al actual ocupante del sillón en Miraflores, en clara muestra de involucrarse en una región que históricamente tuvo como mandamás a Washington.

Las reuniones se multiplicaron a un lado y el otro de la palestra, y sirvieron, en principio, como usina para fortalecerse, y además, para generar cierta zozobra en el otro bando.

Esa lógica, por caso, la evidenció en gran forma el propio Guaido, que se percibía debilitado luego de un año en el puesto, sin poder conseguir la salida del chavismo del poder, y que halló tanto en Europa como en EEUU un guiño para ganar terreno. En el Viejo Continente sostuvo conversaciones con el Primer Ministro de Gran Bretaña, Boris Johnson, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, mientras que de este lado del océano Atlántico, además de su presencia en el discurso estelar, charló con el mandatario y distintos jugadores vitales en la política interna de Washington, ente las que se cuenta Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, opositora a Trump pero que, en el único gesto que compartió con el neoyorquino en el Congreso, aplaudió a la par cuando se presentó al venezolano.

Esa fortaleza envalentona a Guaido en su vuelta al país, especialmente en la dinámica de la oposición, a la espera de unificar criterios bajo su figura, en medio de un año que decantará en elecciones parlamentarias, cuando confían en romper el esquema abroquelado que mantiene firme a Maduro.

Por lo pronto, la carta del Ejecutivo en Caracas tiene a Moscú en el dorso. Por eso la figura del ministro de Exteriores, que es, sin dudas, el alfil más importante con el que cuenta Putin desde hace más de 15 años.

Su travesía por América Latina, veloz, empezó en Cuba y siguió en México, para concluir en Venezuela. En cada una de las paradas previas la premisa radicó en fomentar pautas de cooperación en distintas temáticas, desde turismo hasta inversiones mayores, aunque cada estación tuvo su relevancia por motivos añadidos: La Habana, especialmente por lo simbólico, con el vínculo que siempre se fomentó, de antaño, a las puertas de Estados Unidos; y el DF por la pretensión de generar una integración más fluida en la zona, a sabiendas que es actualmente el que ejerce la presidencia pro tempore de la Comunidad de Estados Americanos y Caribeños (Celac), en busca de darle una mayor preponderancia, en contraposición a la Organización de Estados Americanos (OEA), más tendiente a EEUU. Este último puntal se agrega a lo que significó la llegada al poder en México de Andrés Manuel López Obrador, uno de los impulsores del Grupo de Puebla, un foro político ligado a cierto progresismo que se creó con la idea de hacer las veces de contrapeso en medio de los habituales giros ideológicos en el continente.

En Caracas, por lo pronto, Lavrov tuvo el cierre estelar, entendiendo el peso específico de Venezuela en la región, en la actualidad. Y allí la cooperación es mayúscula y con puntales más relevantes: seguridad, con armamento y tecnología específica; e inversiones petroleras, de la mano, fundamentalmente, de la firma Rosneft, de propiedad rusa, que juega un papel clave desde principios del año pasado, cuando generó un circuito de comercialización de crudo que le permitía a Venezuela sortear los obstáculos impuestos por las sanciones económicas de Washington. Así, le brindó plata fresca a Maduro y le evitó un colapso que, de momento, se vislumbraba inevitable durante 2019. Para colmo, la entidad, con ese engranaje, ganó espacio y hoy es vital en un país que es principal reserva internacional de petróleo.

En ese ítem se cimenta la importancia que tiene la región para Rusia, buscando hacer mella en lo que siempre se consideró "el patio trasero" de Estados Unidos.

Ambas potencias juegan con sus fichas, las mueven en el tablero, con protagonistas, hoy venezolanos, que se posaron en el centro de la escena, rumbo a una continuidad en 2020 que no tiene respuesta concreta, aunque la incertidumbre, como en varios puntos de América Latina, está a la orden del día.

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