Sin rumbo, involucionando, el paso de Alberto Melián en el profesionalismo simboliza con mediana exactitud la actualidad del boxeo argentino de la última camada AIBA de la que se esperaba el recambio. No solo se refleja en su boxeo apagado, sino en peligrosos vicios, tendencia que es momento de abortar.

Si hubo un líder en el último período olímpico en nuestro país, un referente del boxeo amateur -o boxeo de AIBA-, que se consideraba la joya del semillero y a la vez el futuro del pugilismo nacional, ése era el cordobés Alberto Melián, luego apodado “Impacto”.

Quizás no el único, porque compartía cartel con el pesado Yamil Peralta, justamente el otro con experiencia olímpica agregada, ya que ambos participaron también de los JJOO de Londres 2012.

Pero terminó Río ’16 y Yamil aún no debutó –es el único de esa camada en no hacerlo, aunque “a su favor” cuenta que está operado de la rodilla. Al menos ya firmó con un promotor: Mario Arano-.

Melián, tras casi 2 años de aquellos Juegos, acaba de realizar recién su tercer combate, y pese a ser ya campeón argentino supergallo, cada vez va más para atrás: en la primera ganó por KO 5 sin lucir en la FAB; en la segunda, por KOT 8, pero cayó al piso en el 1º round en sus pagos cordobeses; y el último sábado, en su barrio adoptivo de La Paternal, ganó por puntos 10 a un novato de 23 años y 10 peleas -ninguna a más de 6 rounds, casi todas ante perdedores- como Sergio Sosa, 8º en el ránking FAB.

Pero además de evidenciar una crisis de identidad boxística, por cambiar repentinamente su estilo heterodoxo, de guardia desmayada y movilidad de piernas, por otro pretendidamente más clásico, de guardia armada y andar aplomado, trajo al ruedo un peligroso vicio quizás por primera vez en su carrera: no dio el peso pactado (supergallo), siendo que iba a estar en juego el título latino FIB de esa división.

Y algo peor: no quiso ir a bajar los 600 gramos que tenía de exceso.

Esa rebeldía esconde algo que lo boicotea: disconformismo, irresponsabilidad, desinterés, lo cual acarrea falta de entrenamiento, poco compromiso y desidia, defectos nocivos en esta etapa de su carrera, que a sus 28 años debiera ser floreciente.

Para hacer una comparación, Omar Narvaes, a 2 años de Sidney 2000 –misma altura que la que tiene hoy Melián desde Río ’16-, contaba con 27 años y ya era campeón mundial con 12 peleas sobre el lomo, y eso que su categoría era mosca, con lo difícil que siempre resulta encontrar rivales en ese peso. Y todo lo plasmó nada menos que en el 2002, año de la crisis político-económica, si las hubo en este país.

No influyó entonces el contexto, la categoría, el desgaste (Narvaes también participó en dos JJOO), la plata, nada. Sólo las ganas, el profesionalismo y el fuego sagrado, que no son poca cosa.

¿Cuál es la excusa de Melián para no poder superar esta realidad? Con su nivel, se supone que debiera arrasar con los gallos, supergallos y plumas del país en fila, uno por uno, mes a mes.

Sin embargo, el sábado subió lento, laxo, sin bríos, impreciso, sin chispa, y perdió su mayor virtud, que era su velocidad relampagueante, con la cual podía llegar a poner en el piso a cualquiera si a ella le agregaba justeza.

Pero no. Mostró la hilacha, primero con su dejadez física, luego con su indisposición anímica para subsanar errores y cumplir obligaciones, como si no tuviera conciencia de ello. ¿Contra quién se supone que se rebela? ¿No hay alguien que le merezca o infunda respeto? ¿No repara que en definitiva su actitud es contra sí mismo?

Mejor ni hablar de la FIB, que al enterarse de que Melián no daba el peso, en vez de otorgarle en la balanza el título latino al rival como hubiese correspondido, lo retiró como si jamás hubiese estado en disputa, lo cual habla por sí solo de la poca seriedad de estas coronas regionales.

Esta es la realidad de nuestro futuro inmediato. El vacío. O la sensación de tal entre los que más se esperaba.

Sin ir más lejos, el que mejor había arrancado, Alberto Palmetta, ya no sólo perdió su invicto, sino que hasta cambió de mánager: según se dice, no estará más con Sampson Lewkowicz-Maravilla Martínez, y firmó con alguien en USA, tal vez relacionado con Al Haymon. El problema es que ello le demandaría 8 meses de parate, que es lo que falta para cumplirse el contrato con Maravilla Box.

Ignacio Perrín tiene 4-0-0, 2 KO, pero a sus 33 años no representa, lo que se dice, el futuro nacional.

Y el “Pumita” Fernando Martínez, también con 4-0-0, 2 KO, flamante campeón argentino supermosca, con 26 años puede apuntar a algo, pero hace unos días conquistó el cetro nacional vacante ante un púgil como Fabián Claro, de record negativo (4-9-5). ¿Qué se puede esperar en su división para su crecimiento, si su máximo opositor era ése? Entre sus demás vencidos juntan apenas 11 combates, la mayoría derrotas.

Esta es la herencia del boxeo de AIBA, aunque los que saltaron antes de allí zafaron, porque se llevaron experiencia y la están aprovechando, caso Brian Castaño, caso Juan José Velasco (pronto retador mundialista), caso TNT Maidana.

No obstante todos militan en categorías exigentes, pobladas de estrellas a nivel mundial como para esperar de sus puños al gran faro que ilumine con solidez y estabilidad al boxeo argentino, sin que la meta central sea una buena bolsa aislada que los contente efímera e individualmente, como si una buena planta hiciera un gran jardín.

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