La expectativa naturalizada por el ambiente es que Messi y Dybala sean los protagonistas de una sociedad futbolística casi por obligación, cuando estos episodios excepcionales no dependen del voluntarismo, sino de la espontaneidad creativa. Los viejos antecedentes. Las complicidades. El talento complementario. La armonía y la magia ocasional despojada de anuncios.      

El ambiente del fútbol argentino pretende celebrar por anticipado una sociedad entre Lionel Messi y Paulo Dybala. Esto es evidente. El entrenador de la Selección, Jorge Sampaoli, también busca que esa química de alto voltaje logre concretarse. ¿Pero los dos zurdos son compatibles dentro de la cancha para generar encuentros futbolísticos que muchos imaginan y otros idealizan? ¿O en la necesidad de hallarle a Messi un ladero perfecto puede alentarse una sociedad forzada y quizás sin proyección?

Las grandes parejas del fútbol de todos los tiempos en materia ofensiva nunca abundaron. Se recuerda, entre otras celebridades, a los bautizados “albañiles” de Lanús, Manolo Silva y el paraguayo Bernardo Acosta, que la rompieron en la década del 60. A Bochini y Bertoni en Independiente durante los 70. A Maradona y al Pelado Díaz en aquella selección juvenil consagrada campeón del mundo en Tokio en 1979, dirigida por el Flaco Menotti. A Pelé y Coutinho en el inolvidable y colosal Santos de los 60.

Todos ellos, en su momento, fueron capaces de construir un estupendo ida y vuelta con su compañero. El toque y la descarga al pie o al espacio (la clásica pared en definitiva) simbolizó la calidad y la sintonía fina para armar la maniobra de ataque con destino de gol. “Empezamos a jugar en una práctica de seleccionados juveniles y de arranque tocamos en velocidad tirando paredes, cuando nunca antes habíamos hecho algo juntos”, dijo Bertoni años después recordando el juego de alta gama que lo unía a Bochini.

Esa naturalidad (o espontaneidad) para encontrar en el otro al compañero de aventuras que interpreta como nadie sus movimientos y sus pases más cortos o más largos, no se programa. Surge. Fluye. Sale. Y hasta se expresa sin que los protagonistas entiendan como es que florecieron ese tipo de complicidades tan festejadas y tan fructíferas. Nadie desde afuera posibilitó esa armonía. Porque esa armonía se precipitó casi como un milagro ocasional del fútbol.

Con Messi y Dybala, en cambio, se espera que ese milagro ocasional suceda. Como si tuviera que suceder a partir de los deseos. Y no se contempla que este feddback entre un jugador y otro no se anuncia. Porque nunca se anunció. Se dio. O no.

Es la magia del encuentro. La magia no aprendida. No ensayada. Y hasta no prevista. Es la magia que de manera inesperada y sorpresiva conquista unanimidades en el espacio creativo. Y el hecho intransferible se verifica. Tocan y se asocian. Tocan y provocan el engaño. El engaño del rival. El engaño que sale a la luz. El engaño que revela la esencia misma del juego. O la pared milimétrica que dibuja una acción y un pensamiento simétrico.

Messi y Dybala jugaron muy pocos minutos juntos en la Selección. La idea que impera en el ambiente y también en el nuevo cuerpo técnico de la Selección es que están en condiciones de formar una pareja de recursos futbolísticos extraordinarios.

Esto, por lo menos, se plantea desde la teoría. Lo que se vio hasta el momento que fue muy escaso, es que no será sencillo reproducirlo en la alfombra verde. Porque no es cuestión de fe. De atrevimiento. O de voluntarismo. Es la naturaleza del talento complementario. Acosta era complementario de Silva en Lanús. Bertoni de Bochini en Independiente. El Pelado Díaz de Maradona en la selección juvenil. Y Coutinho de Pelé en el Santos. Y además del talento complementario, intercambiaban roles. De primera guitarra a segunda y de segunda a primera. Todo sin establecerlo de antemano. Dinámica pura.

El desafío que Messi y Dybala tienen por delante no debería ser forzar algo en particular. Si hay química para entenderse con una mirada, fenómeno. Si no la hay en la dimensión que se espera, también pueden jugar juntos. Los duendes que capturan los socios ideales son episodios excepcionales. Mientras tanto, habrá que esperar. Y despojarse de anuncios que la cruda realidad por ahora no expresó. Pero podría expresar.

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