Sin llegar a la sinceridad brutal del Pollo Sobrero, la oposición dura apela a la movilización permanente para desgastar a un gobierno que jamás tuvo en cuenta ese elemento como factor de defensa propia.

Néstor Kirchner tenía una obsesión por no perder la calle. Fue la razón del acuerdo tácito e implícito con Hugo Moyano, favorecido como pocos durante los primeros dos gobiernos kirchneristas. La ruptura vino después, cuando ya no estaba vivo el santacruceño y su viuda se consideró con suficiente respaldo para desembarazarse del camionero. Acababa de ganar por el 54% y entendió que los movimientos sociales ya no representaban un peligro; no hacían falta la asistencia de Moyano, que por otra parte había prestado otros servicios, como el bloqueo contra empresarios hostiles al gobierno.

“Mantener la calle” fue la consigna del kirchnerismo cuando dejó el poder. Fue la demostración de fuerza que quiso hacer Cristina Kirchner con la gigantesca movilización que la despidió en la Plaza el día previo a la asunción presidencial... a la que deliberadamente no asistió.

Fue lo que quiso hacer el kirchnerismo desde el primer día de Mauricio Macri gobernando, con movilizaciones al Congreso, el principal enclave institucional que le quedó tras haber perdido casi todos los ejecutivos. Una tendencia que fue incrementando conforme el paso del tiempo hasta llegar al mes de marzo de 2017, cuando las calles se convirtieron en un terreno decididamente hostil para Cambiemos. Fue en esos días cuando el kirchnerismo duro oficializó la apropiación de la celebración del 24 de marzo, luego de que el gobierno fracasara en su intento por eliminar esa fecha como feriado inamovible.

Revirtió esa tendencia de manera casi sorpresiva el 1 de abril de ese año, precisamente a través de una movilización convocada por las redes sociales a la que Cambiemos no se había animado a respaldar abiertamente, por las dudas que albergaba respecto de su éxito. Fue el sábado de gloria para Cambiemos, o mejor dicho: de “resurrección”. A partir de entonces la oposición más virulenta moderó su accionar callejero. La escenificación de helicópteros había sido demasiado, y eso terminó reflejándose en las PASO de agosto y las generales de octubre.

Pese a la derrota electoral, la oposición dura reagrupó filas en diciembre. Solo necesitaban una excusa y el gobierno se la regaló con la reforma previsional. Nada más antipático que meterse con los haberes de los jubilados, y no hubo explicación ni acuerdo con los gobernadores que moderara la protesta.

Una alianza heterogénea de kirchnerismo, izquierda y movimientos sociales tomó las calles y a poco estuvieron de ingresar al Palacio Legislativo. Catorce toneladas de piedras se tiraron contra las fuerzas de seguridad los días 14 y 18 de diciembre. Hubo un éxito parcial al haberse logrado frenar la sesión en la primera fecha, más la ley terminó aprobándose al cabo del segundo intento.

Con todo, el objetivo había sido cumplido y el gobierno macrista nunca pudo recuperarse de ese punto de inflexión.

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La calle sigue siendo el objetivo de la oposición más dura, que debe enfrentar un gobierno que precisamente no cuenta con ese activo, salvo esa excepción que fue el citado 1A. Sabe que allí daña a cualquier gobierno, en especial a éste, por lo que acabamos de mencionar. Una administración que se conforma conque un paro contundente como el del lunes al menos no incluya movilización. Y aunque Jaime Durán Barba se frote las manos al escuchar arengas como las del “PolloSobrero en el Obelisco, deberían al menos inquietarse.

“Vamos a seguir empujando por esa huelga de 36 horas , por un plan de lucha para que caiga el gobierno”, dijo el sindicalista ferroviario más combativo, que prometió “tirar abajo todos los planes de esta derecha de mierda y de todos sus cómplices”, porque “hay que echar a la mierda al gobierno de Macri”. El paro de 36 horas es un sueño de la izquierda, como reclamó también en ese mismo ámbito la diputada del PO Romina del Plá. Pero esa beligerancia activa que caracteriza a la izquierda trotskista es soslayada desde el gobierno, que la sabe bulliciosa aunque electoralmente insípida, que es lo que le importa.

Empero, puede ser funcional a otros sectores más capacitados de llegar al poder. Esos no hablan de acortar los tiempos, pero sí de desgastar “a este gobierno de derecha” en las calles. Aun antes de que se llamara al paro concretado el lunes pasado, el canillita Omar Plaini -uno de los más duros dentro de la CGT- aclaró que “el paro es parte del plan de lucha: vos lo que necesitás es tener permanentemente un plan de lucha”.

La Marcha Federal fue otro hito de esos sectores combativos que salieron a marcarle la cancha al gobierno. A poco de concretada, el metrodelegado Roberto Pianelli le reclamó al sindicalismo “el protagonismo histórico” que supo tener, pues “en nuestro país fue el que encabezó los enfrentamientos a los gobiernos antipopulares o a las dictaduras militares, fue la punta de lanza”. Contundente, advirtió que “los que no estén a la altura de las circunstancias pasarán al basurero de la historia”.

“Cada vez somos más los que estamos con esta unidad en la acción con los compañeros en la calle”, advierte Plaini, quien -hay que reiterarlo- no habla de acortar tiempos. Ex diputado nacional, el líder del gremio canillita piensa en la unidad del peronismo y otros sectores “para llegar al año que viene no solamente resistiendo, sino reorganizados”, convencido de que “si logramos la unidad del movimiento de los trabajadores lo más ancha posible, va a ser el gran ordenador del sector político”.

“Si logramos una unidad muy ancha podemos ser un factor de ayuda para ganar las elecciones el año que viene”, explica Plaini, quien se ilusiona con que alguna vez un sindicalista llegue al poder, como Lula en Brasil. “Para eso necesitamos forzar al sector político, porque nosotros no somos ni la fuerza de choque a la hora de la derrota, ni somos, a la hora de la recomposición, los piantavotos”, grafica.

Otro sindicalista convertido en blanco predilecto del gobierno nacional y, sobre todo, el bonaerense, es Roberto Baradel, quien al hablar de Cambiemos cita una canción de la Bersuit, que dice: “Tienen el poder y lo van a perder”. No obstante aclara que “a ellos no hay que subestimarlos, porque tienen mucho poder; tienen el poder económico, el de las corporaciones, el poder financiero internacional... Pero van perdiendo un gran consenso en la sociedad”.

En este contexto, Pianelli se sinceró en el programa de Eduardo Aliverti de radio La Red: “Yo creo que para que haya una salida positiva se necesita que haya lucha en la calle, recuperar la calle, como lo estamos haciendo; se necesita la unidad del movimiento sindical; se necesita que la confrontación avance... y también se necesitan los errores de ellos. Si no se equivocaran, sería muy difícil. Sabemos que si los de arriba están muy sólidos, es muy difícil entrarles. Y ellos por suerte también tienen crisis, cometen errores”.

“Ahora sí, creo que el motor es lo que hagamos nosotros en la calle. Si no está la calle, por más errores que cometan ellos, de última los corrigen, como vienen haciendo”, remarcó, para concluir reclamando “una fuerte presión social que empuje para que esos errores se puedan canalizar”.

De todo eso debiera tomar nota el gobierno.

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