En un contexto interno complicado, el histórico Congreso de Tucumán marcó el corte definitivo con la dominación española y asentó las bases de una nueva nación que se fue forjando con sacrificio y coraje.

En 1816, el proceso iniciado seis años antes con la Revolución de Mayo y encaminado a concretar la separación del reino de España, culminaba con la declaración de la Independencia de las Provincias Unidas, en un acto soberano y colectivo que no iba a tardar en ser exportado con la acción militar y política del general José de San Martín a Chile y Perú.

Sin embargo, ese acontecimiento trascendental para la época se dio en un traumático contexto interno montado sobre los resquemores de las provincias con Buenos Aires, dueña por entonces de un dominante control centralista que reconocía su poderío económico y político en las ventajas que le daba el puerto.

Esa disputa generadora de violentas tensiones lejos estaban de aportar el escenario ideal para encarar la iniciativa independentista, al punto que cinco de las provincias supuestamente unidas emergentes de las ruinas del Virreinato del Río de la Plata no enviaron sus representantes al histórico congreso celebrado en Tucumán.

Un total de 29 congresales animaron aquel debate que tuvo su cenit el 9 de julio de 1816, a tres meses de haber comenzado las sesione en un contexto internacional que marcaba la tendencia monárquica surgida una vez que Europa pusiera fin a la amenaza napoleónica.

Incluso, esa posibilidad de instaurar un monarca descendiente de los incas fue una de los caminos barajados hacia la consolidación política de las provincias y aun después de la declaración de la independencia, el tema continuó siendo motivo de abordaje entre los congresales. Sin embargo, la idea no prosperó socavada por las críticas despiadadas provenientes de Buenos Aires.


Fecha clave

Las sesiones del congreso de Tucumán encontraron el 9 de julio de 1816 el día clave al aprobar los diputados como punto principal la libertad e independencia de las Provincias Unidas.

Aquella jornada los diputados no tardaron en ponerse de pie y aclamar la Independencia de las Provincias Unidas de la América del Sud de la dominación de los reyes de España y su metrópoli.

El concepto señalaba con letras de molde la afirmación de las bases de una nueva nación en ciernes y dispuestas a iniciar desde allí otro largo proceso que no economizó sacrificios, desvelos- ni sangre a borbotones orientado a la meta recién cristalizada varias décadas después.

El 9 de julio operó como una segunda marcha de una maquinaria repleta de valor, idealismo y coraje que consolidó la independencia de las Provincias Unidas para bosquejar un proyecto que años después empezó a llamarse Argentina.