En el corazón de Barracas, el edificio se convirtió en un emblema no sólo del comercio sino también del progreso de una sociedad que avanzó y buscó su propio perfil barrial

En la sombra de su propio ocaso, como un gigante dormido que se ha recostado para dormir un largo y profundo sueño, el edificio del Mercado Pepín observa cómo el barrio en el que floreció durante más de seis décadas sigue su curso mientras espera a que alguien lo rescate del olvido.

Es que para todo aquel que pasa por alguno de sus tres frentes, este verdadero emblema del comercio pasa algo desapercibido, entre todas las estructuras que han ido creciendo a su alrededor.

Desde los inicios del siglo XX, los mercados cumplieron en la vida de los barrios la doble función de comercio y lugar de encuentro vecinal, constituyendo un referente básico en el surgimiento de los centros barriales. Hoy en día, quedan pocos de estos espacios como el Mercado del Progreso en Caballito o el de San Telmo, en tanto que otros han sido reconvertidos, como el caso del Mercado Central del Pescado que ahora es el Centro Metropolitano de Diseño, de la calle Algarrobo al 1000.

En este caso, el edificio, inaugurado entre 1940 y 1941, es un ejemplo de arquitectura industrial ladrillera cuya planta atraviesa la manzana entre las calles Vieytes, San Antonio y California, y contiene una tira perimetral de locales hacia el exterior además de los espacios internos.

“El edificio cerró hace unos ocho o diez años. Quedó una parte abierta al público y en un momento dado hubo un templo evangélico sobre la calle Vieytes”, el contó a El Porteño del Sur Gregorio Traub, ex presidente de la Junta de Estudios Históricos de Barracas.

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Gregorio señala que en el Mercado Pepín se comercializaban principalmente alimentos en los aproximadamente 60 o 70 locales que llegó a albergar. Allí, los vecinos podían adquirir las provisiones que necesitaban para su subsistencia como verduras, carne, productos de granja y pan.

“Entre los últimos locales que quedaron la fábrica de pastas Zunini, muy conocida en la zona, y la panadería de Roque”, cuenta Gregorio, que también recuerda la época en la que el actor Pablo Cumo atendía un puesto de venta de papas en el mercado, en las décadas de 1960 y 1970.

“También estaba la tienda de la familia Pollicita, yo conocía a Hilda, su mamá y al resto de ellos de toda la vida” agrega esta verdadera enciclopedia humana, en referencia a los padres del fiscal federal Gerardo Pollicita, cuyo nombre ha cobrado cierta relevancia en los últimos años a raíz de una cierta cantidad de denuncias que ha llevado a cabo.

Lamentablemente, Gregorio no conoce ningún proyecto que busque reactivar este mercado aunque seguramente no faltará quien busque encender la chispa de este verdadero faro de Barracas, que demuestra que el progreso viene de la mano del trabajo.

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