Las situaciones de inestabilidad, complejidad e incertidumbre aumentan día a día mientras atravesamos estos comienzos de este siglo XXI. En estos años se ha sumado la repentina aparición de la epidemia de coronavirus. Algo que sorprendió, de un día para el otro, sin dar oportunidad a un acomodamiento mental, una preparación para un tiempo diferente que acontecería.
Como es razonable de entender, esto perjudica a mucha gente afectándole no sólo el cuerpo con enfermedades –las llamadas psicosomáticas– sino que afecta a sus pensamientos quitando claridad en la toma de decisiones, alterando el curso de sentimientos y emociones con lo que se arruinan innecesariamente relaciones afectivas recién iniciadas o bien otras que parecían sólidas, establecidas desde años. También, en cantidad de ocasiones causa la destrucción de la familia.
Todo esto tiene su gravedad puesto que –al menos en Occidente– fueron criadas numerosas generaciones sostenidas en un imaginario “principio de previsibilidad.” Varias de esas generaciones aún están presentes.
Ocurre que, ya en la primera mitad del Siglo Veinte –aún con dos guerras mundiales de por medio– comenzó a vivirse un estado que podríamos llamar de “previsibilidad”.
Pongamos un ejemplo que fue frecuente en la Argentina: quien ingresaba a los doce años de edad –ni bien concluía la escuela primaria como cadete a una empresa llegaba a jubilarse –cincuenta años más tarde– como gerente de ventas en el mismo establecimiento. Proyectar un futuro seguro –tanto a mediano como a largo plazo– parecía posible.
Lo mismo sucedía con las relaciones estables y duraderas de la familia. Roles claramente determinados que parecían nunca modificarse.
La gente se convenció así que la vida humana era previsible, edificada con certezas hacia el futuro y seguridades adquiridas para siempre.
Estaba instalada la idea de que la sociedad continuaría desarrollándose de ese modo tranquilo y sin sorpresas donde los imprevistos quedaban reducidos a algo insignificante. Se formó lo que llamamos una “programación psíquica” o “esquema de comprensión mental”. Algo que, de ante mano, es dado por supuesto.
Esto funciona de la misma manera que cuando una persona se encuentra convencida de que “no puede”, sin siquiera haber intentado. De antemano, “siente” la seguridad de que “no puede” hacer tal o cual cosa. Y asegura esto a quien quiera oírlo sin, siquiera, haber realizado un mínimo intento.
Ello se debe a que hechos de la vida sucedidos en relación a otras personas le llevan a la creencia de que tal cosa es de “esa manera” y no de otra.
Así sucedió con una forma de vida que llevada por la mayoría de los argentinos hasta hace, relativamente, pocas décadas. Era la “creencia” de que la vida sin mayores sobresaltos era factible. Pero no es así. A lo sumo puede decirse que, por un lapso breve, una parte de la Humanidad pudo actuar de ese modo. Mas durante los milenios previos si algo hubo no fue ni seguridad, ni previsibilidad, ni estabilidad.
Precisamente, si algo hay de esencial en la condición humana es su capacidad para resolver situaciones inesperadas, encontrar respuestas para enigmas y superar exitosamente todo tipo de adversidades. Esto ningún animal puede realizarlo, sólo los humanos tenemos esa capacidad. El mayor privilegio humano es ser la única especie que puede despertar en la Tierra, cada mañana, y sentir satisfacción al pensar: “¡Qué nuevos desafíos venceré hoy!”.
Tal capacidad creadora permite hallar respuestas a toda situación nueva o inesperada por más compleja que se presente. Si fuimos capaces de imaginarnos viajando por el espacio y, un buen día, vimos por televisión hombres caminando en la Luna, ¿cómo no vamos a tener pensamientos, ideas y la sensibilidad necesarias para solucionar nuestros problemas cotidianos que son mucho menos exigentes que viajar al espacio?
La cuestión es que son demasiados –todavía– quienes tienen su mente “mal programada”. Están imbuidos en la “creencia” de que el bienestar es asegurar el futuro. Algo que, en verdad, es de cumplimiento imposible.
“Lo único inmutable es la mutación permanente que tiene lugar en todo el Universo” sentencia el Yi King. Y, Carl Gustav Jung afirmaba: “De la seguridad y el sosiego nunca surgió un conocimiento nuevo”.
La persona del Tercer Milenio debe tener la certeza de que la única seguridad posible es la de confiar en su capacidad creadora para encontrar –siempre– respuestas adecuadas en el diario desafío de vivir.
Y en relación a esa muletilla tan repetida de que “son tiempos difíciles los que vivimos”, conviene recordar la frase de Jorge Luis Borges: “es cierto, nos toca vivir tiempos difíciles… ¡como a todos los humanos, en todos los tiempos!”
Y, con todo, la Humanidad continúa dando pasos hacia el futuro.
Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, escritor y filósofo. e mail: [email protected]