Más allá de que el empeño, muchas veces, esté puesto en cargarle derrotas al rock de nuestro país y sólo se intente reconstruir “épocas de oro” con bandas que ya no están o con décadas pasadas, se puede decir que la obra de varios grupos actuales viene ofreciendo resistencia a esa especie de apocalipsis creativo y para fortuna de la música, logran poner en alto aquella frase de Spinetta que rezaba que por más que le insistieran nunca iba a decir que todo tiempo por pasado fue mejor.
En este caso puntual, una de las bandas que encabeza la fila de artistas que siguen renovando el repertorio y el lenguaje de lo que se podría denominar como pulso rockero, es la que se conoce como Acorazado Potemkin. Un nombre que conecta enseguida con la película del cineasta ruso Serguéi Eisenstein, que en 1925 retrató el motín de unos marineros contra sus oficiales al mando y que se podría reconocer como la antesala hacia lo que después deparó en la Revolución rusa. De todos modos, al margen de este mínimo pantallazo histórico, la música es lo que compete a este trío integrado por Luciano “Lulo” Esain (batería y coros), Federico Ghazarossian (bajo) y Juan Pablo Fernández (guitarras y voz), que el viernes 10 de agosto se va a estar presentado en Niceto Club (Av. Niceto Vega 5510) en compañía de la banda Tulús.
Esta banda que con su nombre parece jugar a la rusofilia, nació en el 2009 y cuenta con tres trabajos de estudio: Mugre, Remolino y Labios del río. Este último, que tuvo salida al público en el 2017, ya lo estuvieron paseando por diferentes ciudades de Uruguay y México. Con este disco, además de haber dejado buenas impresiones en las críticas, han logrado traducir con mayor firmeza de que está hecha la banda. Cada una de sus canciones tiene distintas apuestas que van desde una letra hasta el trabajo musical y a partir de la producción de Mariano “Manza” Esain es que parecen sacar aún más unos puntos de ventaja en lo que respecta al sonido.
Hoy sacar un disco y lograr atención no es algo que se consiga muy fácil. Pero más allá de que los tiempos a veces parezcan indicar que los discos ya no presentan el mismo interés que antes y se formulen circuitos de consumo que estén concentrados en una o dos canciones y que eso finalmente se transparente en la lógica del playlist, los músicos de Acorazado siguen pensando en formato disco. Se toman enserio todos los procesos. “Somos gente que creció escuchando Long play. El disco es una forma de condensar un lenguaje que entreteje esas canciones. Es una idea de obra un poquito más ambiciosa. No es interdisciplinaria pero sí ‘intercanción’. Cada canción es un mundo y tiene formas propias. A partir de ahí cada una puede interactuar”, explica JPF.
Con la canción como radar de su barco, en cada uno de sus discos hay como pequeños himnos que permiten ir tejiendo un mapa que convoca a los escuchas a un universo con nombre propio. Una conquista para nada menor. Tan sólo por destacar algunas de las que resuenan, se podría empezar a enumerar las siguientes: “Desayuno”, “La mitad” o “Puma Thurman” (en el caso de Mugre); “A lo mejor”, “Miserere” o “El pan del facho” (si se piensa en Remolino) y “El rosarino”, “Las cajas” o “Santo Tomé” (partiendo de Labios del río).
“Hacer una canción es expresar amor y lo que me gusta es el disparador que eso puede llegar a provocar. Leer, ver una película, escribir, escuchar música. Te permite desarrollarte en muchos lugares”, dice Ghazarossian y amplía el plano estético de la banda a la hora de pensar algunas decisiones en lo que respecta a la composición. Dentro de ese plano donde la música no parece ser un hecho aislado de personas que solo se juntan a tocar, JPF agrega: “Trabajamos intensidades para hacer como un viaje que empieza y termina. Hago canciones desde que tengo 13 o 14 años. Es como un juego. Hasta que empieza a ordenarse y se construye un mundo que tiene sus propias reglas”.
Con la música como motor para comunicarse, a través de sus canciones se manifiesta un canal que transmite distintas situaciones y emociones, que cada uno logra administrar desde sus herramientas para que el producto final logre captar la sensibilidad de sus componentes. “Elegimos la música porque nos sale expresarnos de esa manera. Por ejemplo yo no escribo letras, pero cuando me siento en la batería, aunque parezca que no, es una manera de expresar las cosas que siento y acompañar las canciones”, explica Lulo.
El universo de este trío que se paseó por escenarios grandes y chicos, se inscribe en un potencial de canciones que gozan de buena salud y que pide paso para instaurarse dentro del cancionero del rock argentino. “Estamos convencidos del hecho musical y esa seguridad de estar bien plantado con la parte musical hace que todo lo demás termine aportando a eso. Todo lo que se genera alrededor es para que siga existiendo y desarrollándose”
El contenido Potemkin no vibra con la necesidad de convertirse en referentes ni se muestran apurados por alcanzar ninguna fórmula. Son receptores de su época y con la lupa puesta en un rumbo claro, se plantea una sinceridad que trae buenos augurios frente a los oportunistas de siempre. “Me daría miedo no ser representativo del momento que me toca vivir, pero por eso no me voy a poner a hacer reggaetón. Te lo bailo pero no lo voy hacer”, sostiene JPF.