La ausencia obligada de Tevez generó que Guillermo Barros Schelotto expresara que el equipo sintió su salida. La realidad es que Boca con Tevez o sin él, aún no logró construir un perfil futbolístico. Despojado de funcionamiento y dependiente de aciertos individuales, sigue sin encontrar un estilo para respaldar sus ambiciones.
"Se siente la ausencia de Tevez y todavía nos quedan dos fechas sin él. Centurión, igual, lo reemplazó bien". Las palabras de Guillermo Barros Schelotto luego del 1-1 ante Godoy Cruz, en Mendoza, no fueron significativas, pero dejaron en pie otras observaciones.

Es atendible que pocos minutos después del partido y en rueda de prensa uno de los entrenadores de Boca (el otro es Gustavo) no haya declarado nada comprometedor, aunque su fastidio por la producción del equipo fue muy evidente. El problema sería si Guillermo en realidad creyera que con Tevez, Boca juega mucho mejor. De hecho no lo hace. Y si además interpretara que Centurión puede jugar en la función de Tevez, detrás del primer punta, en este caso Benedetto.

Ni una cosa ni la otra. Ni el equipo eleva considerablemente su rendimiento con Tevez, aunque cada ausencia de Tevez tenga un costo que reflejan los resultados (en 8 partidos, Boca ganó 1, empató 3 y perdió 4), ni Centurión está en condiciones de reemplazarlo.

Lo evidente es que el equipo, por el momento, sigue sin aparecer. Como no apareció en la dimensión esperada durante la Copa Libertadores cuando quedó eliminado en semifinales ante el modesto y austero Independiente del Valle, provocando las despedidas apresuradas del Cata Díaz y de Orión, señalados prácticamente como los chivos expiatorios de la derrota inesperada, más allá de las desvinculaciones inmediatas del uruguayo Lodeiro y de Chávez.

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¿Qué denuncia Boca con Tevez o sin él? Que no hay estructura. Que no hay funcionamiento. Hay una búsqueda de proponer un fútbol vertiginoso con presión y ataque. Pero no alcanza. Es totalmente insuficiente. Esta idea preliminar padece de algo muy importante: le faltan contenidos. Y especialmente, juego.
 
Boca delata en cada partido su ausencia de juego. Que a veces disimula por algún arranque individual desequilibrante, por alguna pelota entre líneas que mete Pablo Pérez o por alguna maniobra de Tevez (muy lejos de su mejor versión y por eso siempre decidido a victimizarse, incluso con los arbitros y la sanciones) cuando encuentra espacios a espaldas de los volantes adversarios.
 
Pero juego y respaldo colectivo, el equipo no tiene. Y hace ya demasiado tiempo que lo viene persiguiendo esta deuda. Por lo menos desde el año pasado cuando aún saliendo campeón conducido por el Vasco Arruabarrena, no logró satisfacer a nadie, salvo a la aldea que cobija al exitismo más duro.
 
Ni en el torneo largo de 30 fechas ni en la accidentada Copa Argentina que obtuvo en la final ante Rosario Central con el lamentable y penoso arbitraje de Diego Ceballos y su colaborador Marcelo Aumente, Boca pudo construir un perfil futbolístico. Después Guillermo y Gustavo Barros Schelotto (asumieron en los primeros días de marzo en un 0-0 sin público frente a Racing) no lograron torcer ese rumbo mediocre.
 
Puede parece una apelación a la nostalgia, pero Boca continúa extrañando la presencia de Riquelme. Aunque Riquelme (nunca santo de devoción de Guillermo) haya jugado su último partido vistiendo la camiseta de Boca el 11 de mayo de 2014 contra Lanús en La Bombonera.
 
Es que esta clase de jugadores únicos siempre son irreemplazables. Riquelme, por sí solo, como lo fue el Pibe Valderrama en Colombia, Bochini en Independiente o el Beto Alonso en River, podía darle con sus intervenciones un estilo al equipo. Porque le prestaba su talento al equipo. Un estilo con circulación y posesión de pelota que incluso trascendía al técnico de turno. Ausente Riquelme, Boca se quedó sin lectura ni estrategia de juego.
 
Es cierto que hoy Boca se mueve rápido. Lo que no significa que juegue bien. Se mueve rápido espasmódicamente y se expone al ida y vuelta permanente como le sucedió ante Godoy Cruz. Pero no elabora. No distrae. Tevez puede ofrecerle algo de pausa, aunque él no sea un fiel exponente de la pausa ofensiva. Tevez es un jugador de jugadas. Lo fue siempre. No arma, No organiza. Y si distribuye algo es para que se la devuelvan y termine la jugada.

El único que en Boca puede pensar con cierto criterio selectivo la progresión de la maniobra ofensiva es Pablo Pérez. Pero el errático Pérez no es un crack. Es un buen jugador. Un buen volante. Que no tiene chapa ni influencia suficiente para convertirse en un faro obligado del equipo. Si se junta con Tevez algo interesante podrían rescatar. Pero se juntan muy poco. Como si no entendieran que tienen la posibilidad de coordinar una sociedad.

Centurión, Zuqui, Bou, Benedetto y Pavón están para acompañar. Y Pavón, sobre todo, para ganar algún partido con su ímpetu y aceleración en muchas oportunidades descontrolada. Pero no van a regalarle a Boca la inteligencia imprescindible que siempre demanda un equipo. Esa inteligencia a veces la brinda un jugador o un par de jugadores. Y a veces la brinda el funcionamiento. Boca no cuenta con ese jugador y no tiene incorporado el funcionamiento.
 
¿Qué es, entonces? Un equipo sin identidad. Con Tevez o sin Tevez.         

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