No es un crack el volante de Boca, Pablo Pérez. Crack fue Riquelme. Pero el irascible Pérez (casi siempre al borde de la expulsión, aunque ante Cruzeiro mostró un perfil muy equilibrado y sereno) tiene algunas cosas de crack. Y de jugador que sabe más que la mayoría. Por lo menos en su lectura estratégica del juego. En su interpretación del juego.
En el 2-0 frente a Cruzeiro que lo dejó a Boca muy cerca de la clasificación a las semifinales de la Copa Libertadores, Pérez construyó la diferencia decisiva del partido, más allá de la productividad del colombiano Wilmar Barrios (mete mucho y pega bastante), un verdadero tiempista para cortar y recuperar la pelota y hasta para salvar un gol inminente del equipo brasileño sacando la pelota sobre la línea de sentencia.
Pero fue Pérez el que abrió y cerró el encuentro en dos jugadas determinantes. En la primera dejó mano a mano a Mauro Zárate con el arquero para que el delantero defina con la cara externa del pie derecho al segundo palo. Ese pase estupendo al espacio que Zárate le marcaba con la mirada y con su expresión corporal, tuvo en Pérez a un ejecutante de una efectividad conceptual demoledora.
Ese pase de gol podría haber sido propiedad intelectual de Riquelme. O de Iniesta. O de Bochini. O del Pibe Valderrama. Un pase simple y preciso. Tan claro como rotundo. Habría que ratificar que no son frecuentes estas habilitaciones en el fútbol actual. Porque entre otras razones no las puede hacer cualquiera. Se requiere una formidable combinación del tiempo y el espacio. Y que la pelota viaje sin apuro y sin demoras. Sin urgencias y sin pausas excesivas.
Después, Zarate (todavía no encontró su mejor posición ni un rol muy específico en Boca) resolvió con calidad al palo más lejano del arquero. Pero la construcción y la idea original fue de Pérez.
El segundo episodio lo celebró muy próximo al cierre del partido cuando todavía el 1-0 parcial era una invitación a que Cruzeiro (ya con 10 jugadores por una expulsión injusta de Dedé) creyera en la posibilidad incierta del empate. Localizó una pelota en el borde del área grande después de un rebote defensivo y clavó un derechazo a media altura muy potente.
Es probable que Pérez se haya sentido más pleno y feliz con el gol que convirtió que con el pase criminal que le dio a Zarate para que anotara el primero. Sin embargo es más valorable su participación secundaria en el primer gol de Boca. Allí denunció su inteligencia. Su radiografía del juego. Ese perfil de jugador que hace lo que pocos hacen en circunstancias similares. Porque es imprescindible saber ver y saber elegir para darle un destino de gol a la pelota.
Lo otro, el bombazo que derivó en el segundo gol que terminó conquistando, tiene un valor más estadístico e influyente para la marcha de Boca en la Copa Libertadores, de cara a la revancha dentro de dos semanas en Belo Horizonte.
A veces, en una pincelada como la que regaló Pérez en sociedad con Zarate, un jugador demuestra que tiene algo en particular que lo distingue. Antes y después podrá equivocarse como lo hizo en varias maniobras en campo propio y en campo rival, pero una acción delata a un tipo con talento o a un tipo que no lo tiene.
Pablo Pérez, como planteamos en el arranque, no es un crack. No tiene esa estatura. Esa dimensión. Esa luz que identifica a los auténticos cracks. Pero conoce algunos misterios del juego. Por eso puede descubrir un espacio cuando parece que no están los espacios. Y esto es tan valioso como un gol. Los que entienden de fútbol lo saben.
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