Una inyección de mística. En el campo y en las tribunas. Independiente ganó un partido de Copa como los de antes, los heroicos, los épicos. Derrotó 2 a 0 a Atlético Tucumán y se metió en los cuartos de final de la Sudamericana, donde espera rival del choque entre Estudiantes y Nacional de Paraguay.
Al partido no le faltó un solo ingrediente y, emocionalmente, fue inolvidable. Algunos pensaron que, ventaja en mano, Zielinski iba a estacionar el micro de la delegación tucumana adentro de su área chica: error
Lejos de especular con la ventaja, Atlético salió resuelto a sumar mucha gente en ataque y apretar a Independiente contra su arco. Este plan le dio resultado durante el primer tramo del juego, en el que el equipo local no pudo dominar el balón y hacerlo circular como más le gusta. Pero aguantó sin perder la calma esos bríos tucumanos y, de a poco, fue ganando confianza, sobre todo en la movilidad de Leandro Fernández que tuvo premio a esa lucidez cuando, sobre los 17. tras un ataque conducido por Benítez, metió un derechazo magnífico que se coló en el ángulo derecho de Lucchetti.
A partir de allí se vio lo mejor del equipo de Holan, pero sólo durante un pasaje. No lo pudo sostener; empezó a arriesgar mucho atrás, lo que más le gusta a Atlético y su imagen se desdibujó. Es cierto que no pasó sobresaltos serios y, encima, antes del descanso y tras un gran ataque, tuvo en los pies de Benítez el segundo pero Lucchetti tapó de manera brillante.
La segunda parte, desde lo emocional, fue fantástica. Independiente quedó temprano con diez por la expulsión de Tagliafico y, enseguida, un penal contra Bustos, ejecutado por Fernández, fue atajado por Lucchetti; el rebote le quedó servido al delantero, con el arquero en el piso, y la tiró por arriba del travesaño.
Un golpe que podía ser duro para el local y potencial anímicamente el tramo final de los tucumanos. Pero el Rojo ganó en personalidad; con diez jugó mejor que un rival desorientado y, en un ataque letal, Benítez clavó un misil en un ángulo que desató una fiesta con olor a azufre en un infierno encantador. Una fiesta a pura mística roja, como en los mejores tiempos. Como los del pasado, como los que pueden venir.