Los aniversarios siempre se convierten en una buena excusa para encontrar algunas ideas que ayuden a construir el perfil de un protagonista encarnado en la figura de Carlos Bianchi, tan simple y rotundo como futbolista que como entrenador

Aquella noche del miércoles 10 de marzo de 1999, Boca derrotó 3-0 a River en Mendoza y Martín Palermo conquistó los tres goles. En la mañana del día siguiente, como enviado especial de la revista El Gráfico, fuimos al Hotel Huentala donde concentraba Boca para encontrar algunas voces del equipo que interpretaran lo que había hecho el goleador, bastante distante de la prensa por esos días, como si fuera una deidad del fútbol.

En esa recorrida por el lobby del hotel nos cruzamos con el entrenador de Boca, Carlos Bianchi. Y en tono informal recordamos los flashes de la noche anterior cuando Palermo martirizó al Mono Burgos. El Virrey dibujó en pocas palabras una definición que seguimos evocando: “Martín conoce bien como es este curro. Yo también lo conocía cuando jugaba. Por eso hice tantos goles durante mi carrera. Esta es la verdad. Para un tipo que vive de los goles, saber como es el curro es fundamental”.

A dos décadas de esa jornada, Bianchi, hoy con 70 años cumplidos este viernes 26 de abril, parece continuar interpelando la verdad más rotunda del fútbol de todos los tiempos: el gol. El vivió del gol. Como tantos otros. Y aquella mañana nos quedó la sensación que todavía seguía jugando. No es una frase que elegimos para sumarle algo de color a un texto. Lo revelaban sus ojos brillosos. Su entusiasmo. Su pasión. Sus ganas de sentirse cerca del perfume goleador que irradiaba Palermo.

Ese Bianchi es el Bianchi que poco a poco los medios fueron perdiendo de vista. El se fue protegiendo a su manera. Alejándose de la palabra pública. De las luces que lo enfocaban. De las entrevistas. Eligiendo cada paso que daba. Cerrando puertas y ventanas que antes parecían estar abiertas. O semiabiertas.

Fue descubriendo en su largo tránsito por el fútbol que la simpleza inteligente que lo alumbró como jugador y como técnico es un capital de una influencia arrolladora. Ser simple no es ser vulgar. No es ser mediocre. No es ser básico. Es ser práctico. Esa practicidad demoledora para convertir goles y para conducir planteles fue la llave maestra que le permitió distinguirse en un mundo de altísima complejidad.

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Nunca Bianchi le quiso poner un moño a algo en particular. Así, sin vueltas y sin rodeos de ninguna naturaleza, se transformó en un goleador brillante, capaz de anotar 410 goles en 583 partidos. La cifra no expresa su línea, su forma ni su estilo. Como un formidable especialista del gol (estuvo muy cerca de ser convocado por el Flaco Menotti para el Mundial 78), nunca se preocupó demasiado por incorporarle a cada conquista un detalle especial. El objetivo era hacerlos. No dar chances. No regalar un amague de más. No ofrecerle al arquero una posibilidad de interceptarlo. En ese territorio fue radical. Contundente. Simple de toda simpleza.

Igual que como técnico. Lo dijo Riquelme en agosto de 2000 en la revista Al arco: “Cada día inventan más. Que se juega con cinco volantes, con tres, con cuatro. Para mí todo eso es lo mismo. Un equipo te pone diez volantes pero cuando lo atacás defiende con cuatro o con cinco, así que diez volantes no eran. Todo el mundo sabía que Boca defendía con cuatro atrás, Serna en el medio y Traverso corriendo a todo el mundo, pero igual a Boca no le podían hacer goles. Y vos venís a un entrenamiento de Boca y Bianchi tácticamente no hace un carajo. Es la verdad, no se rían. Pero el tipo tiene las cosas claras y te las hace entender enseguida”.

Esas “cosas claras” que reivindicó Riquelme eran en realidad los postulados clásicos del fútbol que Bianchi siempre ubicó en primer plano. Quizás por eso no hay una “fórmula Bianchi”. O un “método Bianchi”. O un “legado Bianchi”. No lo hay. Ese libro que algunos todavía continúan buscando, nunca existió.

La idea central que expresaron aquel Vélez multicampeón que dirigió y aquel Boca tan efectivo como potente y consagrado en el plano nacional e internacional, fue su gran fortaleza colectiva enriquecida por aportes individuales muy influyentes. Esa comunión durante largos períodos pareció indestructible.

Bianchi nunca explicó lo que quizás no podría explicarse con palabras muy certeras. La construcción de Vélez y Boca se plasmó con una naturalidad envidiable. Con la misma naturalidad que siempre acompañó al Virrey, sin dejarse tentar por teorías futbolísticas que lo acercaran al perfil del entrenador con pretensiones vanguardistas.

Nunca fue un vanguardista Bianchi. Ni lo quiso ser en esa rutina apacible de los 70 años que cumplió. Muy cerca del fútbol y muy lejos del ruido.

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