Un 2017 con luces y sombras, que marcó el final del ciclo de Bauza y el inicio del de Sampaoli, con el cual Lionel Messi y una generación de futbolistas intentará pagar la deuda de ser campeones mundiales.

El final de la “era Bauza”, el comienzo de un nuevo ciclo bajo la conducción de Jorge Sampaoli, el sufrimiento para llegar al Mundial y un cierre que instaló dudas fueron los aspectos salientes del caliente y cambiante 2017 por el que transitó la selección argentina. Con dos amistosos que incorporaron elementos para analizar, el telón del año cayó en Rusia, allí donde el 2018 les planteará quizás el desafío más importante de sus carreras a Lionel Messi y compañía, porque les dará la posibilidad de abrazarse al trofeo que coqueteó con varios de ellos y los gambeteó en Brasil 2014.

Lo más fresco es la minigira de noviembre -triunfo frente a Rusia en Moscú, derrota ante Nigeria en Krasnodar-, que entregó signos positivos en un amistoso y medio, y que desparramó dudas a través de 45 minutos finales caracterizados por el desorden, el desequilibrio y la fragilidad defensiva. El equipo venció con justicia a los locales con un gol del Kun Agüero y, sin Messi, sacó una ventaja parcial de dos tantos contra los africanos, pero su imagen en el segundo tiempo de ese encuentro se vio salpicada por muchos interrogantes a los cuales el cuerpo técnico y los propios futbolistas deberán buscarles respuestas en el corto trayecto que existe hasta el inicio de la Copa del Mundo. El 2-4 (primer traspié desde la llegada de Sampaoli) fue un golpe inesperadamente duro, que también podría tomarse como un “despertador” valioso para detectar errores y no repetirlos en el máximo certamen, donde Nigeria, justamente, será el último adversario en el Grupo D, después de Islandia y de Croacia.

Pero el recorrido del año arrancó con el fin de la gestión de Edgardo Bauza. En marzo, la doble fecha de eliminatorias dejó la ajustada victoria sobre Chile (1-0, con un penal convertido por Messi) y una derrota por 2 a 0 ante Bolivia en La Paz, donde el capitán no estuvo debido a una suspensión que levantó polvareda. La FIFA le aplicó cuatro fechas de castigo por insultar a un asistente en el encuentro frente a Chile y la posterior apelación consiguió que la sanción se redujera a esa sola jornada. Así, Messi zafó. Argentina también, porque en zona de repechaje y sin su estrella, todo hubiese sido muy complicado. Bauza, en cambio, no pudo mantenerse en su cargo: a comienzos de abril, la flamante conducción de la AFA, encabezada por Claudio Tapia, hizo oficial su alejamiento, para ir a la carga por Sampaoli.

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Si bien el punto de partida del nuevo entrenador fue ideal (1-0 contra Brasil y 6-0 a Singapur), la verdadera batalla estaba en el escenario de las eliminatorias sudamericanas. Allí, la selección encadenó tres empates, con Uruguay, Venezuela y Perú, que la pusieron al borde del nocaut. Se había apelado incluso a un cambio de estadio -el de Boca por el de River para el partido ante los peruanos- para ver si ayudaba a la búsqueda del pasaje hacia Rusia 2018, pero el equipo no daba señales de vida. En el último capítulo había que visitar a Ecuador en la altura de Quito, con un abanico abierto a tres realidades distintas: la clasificación directa, la chance de buscar el boleto a través de un repechaje y la amenaza de una eliminación tan dolorosa como aquella que nos dejó fuera de México ´70.

“Nos queda una bala”, cuentan que les dijo Leo Messi a sus compañeros. En realidad, les mintió. A él le quedaban tres balas. Las tenía guardadas en sus botines, en su inmensa calidad, en ese hambre de gloria que lo distingue desde hace años como el mejor futbolista del mundo. Entonces, ni siquiera el gol ecuatoriano, que a los 40 segundos de juego cayó como un baldazo de agua helada, sacó al 10 de su eje. Primero empató luego de combinar con Di María, después desniveló guapeando y clavando la pelota en un ángulo, y a los 17 minutos de la segunda etapa cerró su faena con otra maniobra genial y otro zurdazo certero.

Por él y por su descomunal actuación, que como para motivarlo y agasajarlo se produjo el día 10 del mes 10, las sombras desaparecieron y Argentina se metió en la Copa del Mundo. El fue la bandera para desembarcar en Rusia y será la bandera cuando el certamen se ponga en marcha en junio próximo. Lo sucedido ante Nigeria corroboró cuánto se lo necesita, por eso habrá que ajustar detalles, aceitar movimientos y rodearlo de la mejor manera. Messi ya jugó tres Mundiales y, aunque en el último estuvo cerca, no logró calzarse la corona que haría justicia con su enorme talento y con la rica historia del fútbol argentino. Pero le queda una bala.

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