La visita secreta que el por entonces número dos de la Revolución Cubana Ernesto "Che" Guevara la hizo al presidente Arturo Frondizi en la Residencia de Olivos el 18 de agosto de 1961, compone sin lugar a dudas un capítulo repleto de intriga y tensión digno de un guión cinematográfico.

Si bien los preparativos para el encuentro tuvieron un resultado feliz, la reunión entre el mandatario y el Che significó para los militares argentinos quienes tildaban a Frondizi de comunista oculto, el impulso final para acelerar el golpe de estado que hacía rato venían preparando y a la postre consumaron 223 días después.

De hecho, en la gestión presidencial iniciada el 1º de mayo de 1958, Frondizi había resurgido de 34 intentos castrenses destituyentes en el marco de un país convulsionado con protestas obreras y estudiantiles, huelgas y la aplicación de un plan oscuro, el CONINTES, por el cual todo manifestante detenido quedaba a disposición de tribunales militares.

En ese contexto inquietante llegó el Che a Buenos Aires en una visita clandestina que si bien fue orquestada en el mayor de los secretos, no tardó en ser conocida por los aparatos de inteligencia de las tres fuerzas que hasta incluso barajaron no solo la detención de Guevara sino también su asesinato.

Un vuelo en un avión Piper desde Punta del Este, donde participaba de una reunión regional como ministro de Industria de Cuba, al aeropuerto de San Fernando, trajo al Che a la Argentina para desarrollar lo que el gobierno consideraba una reunión reservada.

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Un Guevara desconfiado llegó a las 11 a la quinta de Olivos a bordo de un automóvil custodiado por dos de los miembros de la guardia habitual de Frondizi, los tenientes de fragata Emilio Filipich y Fernando García, y rápidamente apuró la reunión de unos cincuenta minutos con Frondizi en uno de los salones de la residencia.

Algunos historiadores consideran que Frondizi, proclive a un acercamiento con Cuba, también sumó a la charla argumentos aportados desde Washington. Lo cierto fue que toda la jugada que tuvo el sello organizativo de Jorge Carretoni, dirigente de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), el partido en el gobierno, resultó un éxito para uno y otro.

“¿Usted ya almorzó?”

El presidente no quiso alterar nada de su agenda para mantener el secreto de la entrevista y ni bien terminó partió rápido hacia Casa Rosada, pero en el camino se enteró que la Fuerza Aérea no autorizaba la salida del avión del Che Guevara porque había aterrizado sin permiso.

En medio de las dramáticas negociaciones a la espera de confirmar el vuelo que llevaría de vuelta a Guevara al Uruguay, Elena Faggionato, la esposa de Frondizi, se acercó a la sala donde estaba el líder revolucionario y lejos de toda artificialidad política le hizo una clásica pregunta de ama de casa: “¿Usted ya almorzó?”

El Che contestó que solo había tomado mate a la mañana y así fue que la primera dama le hizo preparar un bife de costilla bien jugoso que para algunos estuvo acompañado por ensalada y para otros con papas fritas. En ese contexto, el Che sacó a relucir su costado argento y aceptó de buena gana la invitación.

Del almuerzo participaron los mencionados Filipich y García, y un custodio más del presidente. Si bien al principio la mesa estaba dominada por la frialdad, cuentan que al rato el clima se distendió en paralelo con la solución alcanzada para que el Che pudiera salir sin problemas del país.

Lo que restaba antes de ir de vuelta al aeropuerto de San Fernando fue cumplir con quizás la única exigencia fuera de la lógica política impuesta por el Che: pasar por San Isidro antes de irse para saludar a su tía María Luisa Guevara Linch de Martínez Castro, que estaba muy enferma de cáncer y porque sabía que el beso que le iba a dar en la corta visita que le hizo, iba a ser el último.

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