Ricardo Rodríguez es la misma persona que en las biografías de músicos y videos de YouTube aparece enmarcado en notoriedad como Rubén Amado, el hacedor de canciones que grandes como Luis Miguel, Sandro, José José, Angela Carrasco, Yaco Monti, Lisette, Los Nocheros y el grupo Abracadabra, entre tantos otros, han sumado a su repertorio. Pero también es el mismo que empezó a soñar allá por fines de los 60 en ser cantante en su humilde hogar de Ramos Mejía, donde los días de lluvia las gotas que caían sobre las cacerolas dispuestas para contención del aguacero le dieron las primeras nociones de ritmo.
Sin embargo el rubro en el que Ricardo se hizo fuerte fue en el de la composición, el que le ha significado hasta aquí la autoría en letra y música de unas 2.500 canciones, muchas de ellas éxitos que solidificaron una carrera extendida hacia Colombia y México donde ganó prestigio y mercado, logros que jamás cambiaron su esencia forjada en la sencillez, la pasión por San Lorenzo de Almagro y la búsqueda de la felicidad.
Si bien empezó a estudiar teatro para vocalizar mejor, la música era la atmósfera que se respiraba en su casa donde empezó a aprender lo que sabe en materia de tango y ópera. De sus padres laburantes, Ricardo tiene recuerdos de excelencia. “El nuestro -afirmó- era un hogar humilde. Mi madre tenía un solo perfume, pero era importado, y mi viejo, un solo traje, pero de gabardina inglesa”.
Aún ese apoyo no le resultó fácil al hombre que después llegó tener su propio sello discográfico, introducirse en el mundo de la canción. De movida tuvo que superar un hiatus en las cuerdas vocales pero avanzó, grabó un simple hasta que un productor de la RCA, adonde fue a hacer una prueba, le preguntó si componía. “No, le contesté. Entonces empezá a hacerlo, me dijo”, apunta Ricardo. “Es que para esa época cantaba melódico y quería ser como Frank Sinatra y Tom Jones pero no me daba el cuero y lo peor, que no me daba cuenta”, agregó.
De a poco fue volcándose a la composición en lo que trabajó a destajo tanto en las letras como en las cien cuadras que caminaba por día para negociar con las discográficas esos temas en busca de aceptación. De tanto transitar la calle, un día probó suerte en México y la historia empezó a cambiar.
Después de pelearla en México, donde lo acompañó Stella, su esposa que falleció hace nueve años, y con la que tuvo dos hijos, Ricardo e Iván, pudo estabilizarse y acceder a un contrato en EMI donde una vez le dijeron: “Escuchá al chico que va a cantar en la oficina de al lado porque queremos lanzarlo al mercado”.
El adolescente revelaba ser garantía de éxito y Ricardo dijo que le parecía muy bueno. Y no le erró: era Luis Miguel a quien le compuso desde entonces diversas canciones como “Directo al corazón” y “Uno más uno dos enamorados”.
Con el tiempo, Sandro le grabó “Amor en Buenos Aires” y “A él”; Pablito Ruiz “Mi chica ideal” y “Oh mamá, ella me ha besado” igual que lo hicieron con otros temas de su autoría Manuela Bravo, Los Nocheros, José José, Pomada y Los Nocturnos, por citar algunos. Pero Ricardo nunca cambió respecto a aquel pibe de Ramos Mejía.
“Para mí todo pasa por ser feliz y la música es lo que secunda mi felicidad. Ser feliz, considero, es una decisión interior porque si no está adentro, nunca va a estar afuera”, sentenció, sin pensar que quizás ese concepto, sea la inspiración para que vuelva a escribir una nueva canción.
El éxito siempre fue socio de Ricardo, incluso cuando en una ocasión le jugó una broma a un productor que se había puesto por demás exquisito en la selección de temas. Junto con otro letrista, Néstor Bernis, con quien ya había escrito y musicalizado varias canciones, habían ido a presentarle a Cacho Améndola propuestas para instalarlas en el mercado musical.
Améndola rechazó uno a uno esos temas melódicos porque aducía que les faltaba fuerza. Molesto por lo ocurrido, Ricardo decidió expresar su fastidio componiendo una canción que fuera literalmente la antítesis de las que habían sido rebotadas.
Hicieron un tema horrible que casi no tenía sentido cuya letra empezaba ‘indio toca trompeta’ para que Améndola al escucharla captara la ironía que encerraba una queja y un malestar. “Pero fue al revés -contó Ricardo- porque le encantó y al poco tiempo la grabaron Los Granadinos y el Cuarteto Imperial haciéndola un éxito”. Obviamente la canción se llamó “Indio toca trompeta”.
En 1972 Ricardo, ya por entonces Rubén Amado, fue a probar suerte a Colombia donde participó en el festival musical Coco de Oro en la tórrida ciudad de Barranquilla, en el que logró una performance más que aceptable.
Consciente que el festival era una gran oportunidad, Ricardo puso todo su empeño y lo primero que se ganó fue el afecto del público, sobre todo de la platea femenina que lo alentó hasta el día de la final en la que un impredecible problema en el audio lo hizo arrancar la canción fuera de tiempo.Sin embargo, el carisma que había desplegado en el escenario con el cual cautivó a quinceañeras y a quienes ya hacía rato que habían dejado de serlo, le valió que le dieran el premio al mejor cantante que lucía también por su pinta y dominio de escena con lo que generaba suspiros a granel. Lo que el público nunca supo fue el sacrificio que tuvo que hacer en las tres presentaciones ya que se llevó para actuar un traje de terciopelo rojo que significaba un tormento para los más de 45 grados que hacía sobre el escenario.
“De tanta transpiración el traje se terminó rompiendo”, recuerda hoy entre risas Ricardo quien después de aquel festival se quedó cuatro meses más en Colombia cantando en clubes nocturnos y cabarets.Fue en ese entonces que conoció al cantante colombiano Billy Pontoni a quien le hizo la canción “Cuando de ti no tengo amor” que también fue un éxito.
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