"Mamá, no lo logramos, por favor cuida a mi hijo y dile que lo amo”. Eso fue lo último que le dijo Víctor Parada (30), el boliviano condenado a morir en la horca en Malasia por haber transportado 450 gramos de droga en su estómago, a su mamá, la última vez que le permitieron comunicarse con ella. Y esas dramáticas palabras llevaron a Silvia Vargas, la madre en cuestión, a contar la historia de su hijo en intentar lograr su salvación.
"Mi hijo cometió un delito, pero merece una segunda oportunidad", le dice desesperada hoy Vargas a BBC Mundo, a casi dos meses de la última charla con Víctor, a casi dos meses de que la justicia de Malasia lo sentenciara a muerte (el narcotráfico supone esa pena en ese país) y a casi dos meses de que la Cancillería de Bolivia enviara una delegación para revisar si es posible salvarle la vida, por el momento sin éxito.
Desde esa llamada se agudizó el calvario para Silvia, quien vive en España y trabaja ocasionalmente como limpiando casas, cocinando y cuidando a ancianos.
Madre e hijo son oriundos Mineros, una población a unos 80 kilómetros al norte de Santa Cruz de la Sierra. En 2003, su madre se lo llevó a España, donde ella había emigrado en 2002 en busca de "mejores oportunidades" para sus hijos. Ahí Víctor fue al colegio y estudió carpintería. Pero años después Víctor volvió a Bolivia, hasta que en 2012 y trabajando como soldador, sufrió un accidente con el que perdió parte de dos de sus dedos de la mano derecha. También, dos años antes, Víctor tuvo un hijo, a quien hoy su abuela Silvia trata de ocultarle como puede lo que realmente le está ocurriendo a su padre.
"Él no sabe, pero un día me vio llorando en la televisión y comenzó a hacer preguntas. Le tuve que decir que fui a la televisión a pedir que le dieran la bicicleta que él quiere", relata Silvia.
La madre de Víctor dice que no sabe exactamente las razones por las cuales decidió viajar con droga a Malasia, pero supone que la falta de dinero y las dificultades para trabajar lo llevaron a una situación desesperada.
Tres días después de su partida, el 27 de octubre de 2013, Silvia recibió la llamada de otro de sus hijos, en la que avisaba que Víctor estaba preso en Malasia.
A partir de ese momento, Silvia comenzó a averiguar qué sucedía. Pasaron 33 días sin que tuviera noticias de su hijo, hasta que un día recibió una llamada. Era él confirmándole que estaba detenido.
Entonces, la mujer acudió a la Embajada de Malasia en España y a las autoridades en Bolivia en busca de ayuda, y junto a su familia, reunió el dinero para pagar el abogado que lleva el caso de Víctor.
Durante estos cinco años, Silvia conversaba con su hijo cada 2 ó 3 meses en breves llamadas en las que Víctor "hablaba poco". "Solo me decía que estaba tranquilo", dijo.
Pero, como parte del proceso, en diciembre pasado Silvia viajó a Kuala Lumpur para testificar durante una de las audiencias en la corte, y ahí pudo ver a Víctor junto a otros presos.
"Se arrodilló y me pidió perdón", cuenta Silvia. "Me dejaron abrazarlo y luego se lo volvieron a llevar".
Dos meses después de la última vez que lo vio, la esperanza de Silvia está en la Cancillería de su país, que este domingo anunció que la encargada de negocios de Bolivia en Japón "se está trasladando hasta Malasia" para hablar con Víctor y "con los abogados de manera directa para ver las viabilidades jurídicas".
Por su parte, Silvia planea volver a Malasia pero debido a los "gastos exorbitantes", no sabe si podrá ir. Pero confía en que Víctor pueda salir libre y recibir la segunda oportunidad que ella considera que se merece.
"Es una persona de bien. Sé que quiere salir y ayudar a personas que pasan por una situación como la de él", concluyó.
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