En las calles, plena ebullición, con enfrentamientos al por mayor entre miles de manifestantes y la Policía, exponiendo un conflicto permanente que no encuentra solución y resalta el fastidio del movimiento antiglobalización ante el sistema imperante. Puertas adentro, el sistema imperante con su habitual camaradería, las fotos en conjunto de rigor y la intención de evidenciar las pautas de lo políticamente correcto. Esa fue la postal durante los días en que Hamburgo se convirtió en el centro de la escena por una nueva reunión del G20, el grupo de los países más desarrollados y el puñado de emergentes que motorizan cerca del 80 por ciento de la economía internacional.
Esa imagen concreta, resaltada en los medios de comunicación, cuenta con un trasfondo que, matizado con un gran caudal de reuniones bilaterales que se aprovechan para la ocasión, certifica la idea de ese conglomerado sobre los pasos a seguir en el corto y mediano plazo en el tablero mundial. Y así es como, por caso, dentro del itinerario rubricado hubo tres temáticas centrales que tomaron el protagonismo: el medio ambiente y el drama del calentamiento global; la premisa de refrescar los lineamientos del libre mercado y, por supuesto, como ocurre siempre desde hace varios años, el lanzamiento de diatribas al terrorismo.
En cada uno de los ejes el que tuvo una participación elemental fue Estados Unidos de la mano de Donald Trump, su presidente. ¿Por qué? Pieza trascendental del andamiaje, su postura genera revuelo y condiciona el panorama del resto de los integrantes de la estructura, especialmente de la Unión Europea, que en este tipo de emprendimientos se muestra en bloque y no como una serie de países disgregados.
En ese sentido, como un esquema integrado, tomó la batuta en el conflicto que se confeccionó con la potencia norteamericana como contrincante al retomar una discusión que para muchos parecía saldada hace décadas: comercio libre o proteccionismo. Aquel ítem suponía tener a los estadounidenses como su adalid, pregonando esa idea por todos los rincones del planeta, mientras que el Viejo Continente apelaba a cierto resguardo para evitar ser opacado por la fortaleza del otro lado del océano Atlántico. Sin embargo, con el magnate neoyorquino al mando, esa lógica se trastocó.
Por eso, durante todos estos meses previos a la cumbre se temió por un sinfín de guerras comerciales que tuvieran a EEUU como principal exponente, y en las que también se involucró a China al ser el otro elemento vital del sistema mundial, como una manera de lastimar al oponente y robustecerse intramuros. Por caso, se remarcó la relevancia del acero en ese embrollo, dada la importancia para las industrias de cada uno de los países, incluidos todos los de Europa, fundamentalmente Alemania y Francia.
¿Y entonces? Hay que ir a la letra chica del documento firmado durante el fin de semana, pues se apuesta por un “libre mercado justo y basado en reglas”, pero, a su vez, habilita el uso de “instrumentos legítimos de defensa comercial”. Es decir, se critica el proteccionismo resaltado por Trump, que busca “volver a hacer a América grande”, sostenido en su siderurgia, pero se le allana el camino para aplicar las medidas que considere necesarias.
En el problema en el que sí no hubo tibiezas fue en el manifestado sobre el calentamiento global. El precedente de la salida de EEUU del Acuerdo de París, ese congreso de 2015 en el que se postuló la intención de bajar los niveles de emisión de gases contaminantes, fue el puntal que sirvió para confrontar a esa potencia con el resto de los integrantes del conglomerado. Así es como la conclusión de la reunión fue contundente al aclarar que aquella idea fuerza sentenciada en Francia es “irreversible”.
Con Angela Merkel, la canciller alemana, a la cabeza, se estipuló un plan de acción para contrarrestar los efectos negativos en la naturaleza, más allá de lo indicado por el presidente estadounidense, que en su momento desacreditó el drama ambiental. Aún así, para evitar un encontronazo mayor y debilitar la imagen del G20, se puso en consideración en el mensaje general que “EEUU se esforzará por trabajar estrechamente con otros países para ayudarles a acceder y utilizar combustibles fósiles más limpios”. Trump sigue a la saga de su lógica, la de fortalecer a su país de la mano del petróleo como emblema, aunque, para no quedar tan a la deriva, se expresó una sentencia más equilibrada.
Por último, en donde hubo un acuerdo generalizado es en la crítica a los actos terroristas, esos que dejan en vilo a todo el mundo pero que tiene como principales blancos a los distintos centros de Europa. A tal magnitud que, por ejemplo, hubo un refuerzo de seguridad notable en la ciudad alemana en la que se desarrolló el evento.
Sin embargo, la figura sobre la que se despachó más fuerte fue Corea del Norte y en un segundo plano ISIS, esa estructura que en el último tiempo fue perdiendo fuerza en Medio Oriente pese a que cuenta con el aval del temor que generan los lobos solitarios que actúan en distintas partes del globo y a los que se adjudica su accionar. ¿Por qué? Principalmente porque hay cierto control en el terreno en torno a este último protagonista –de hecho fue la discusión central en el convite bilateral entre Trump y su par ruso, Vladimir Putin-, pero no así en el país oriental, que cuenta con un material bélico de envergadura y de un número desconocido.
Esa pauta que tiene a los coreanos en el centro de la palestra, en tanto, toma valor a partir de las maniobras de los días pasados que evidenciaron el lanzamiento de misiles de un mayor calibre al habitual, en una escalada que genera un grado de incertidumbre complejo. Y como respuesta, a la distancia, se formularon una batería de sanciones, con la esperanza de romper el desarrollo nuclear de los asiáticos.
El texto, por lo pronto, de manual, se posa en el terrorismo en sí, que se pretende combatir por ser un “fenómeno global”. Y así es como se presenta la intención de cortar de raíz sus mecanismos de financiación y, a su vez, desarrollar un entramado de información entre los gobiernos para evitar sus peligros latentes.
Esos fueron, a fin de cuentas, los puntos centrales de una cumbre que visualizó un parcial resquebrajamiento de las relaciones, en especial por la postura opuesta a las demás de Estados Unidos; pero que encontró la manera de exponer una imagen a cara lavada, políticamente correcta, con la pluma y el papel, un panorama completamente diferente a lo que sucedió en las calles, donde, según el mensaje de los activistas antiglobalización, se le dio la “bienvenida al infierno”.