El XIX Congreso del Partido Comunista Chino concluye con un mensaje claro y contundente en la voz de Xi Jinping, su máximo líder, al señalar que el país asiático avanza hacia una apertura mayor de sus fronteras con la premisa de hacer de ese territorio una potencia indiscutida a nivel mundial en 2050, una pauta que corrobora de la mano de un crecimiento de envergadura, especialmente en el comercio exterior, algo que parecía improbable algunas décadas atrás.
El giro con la mirada en Occidente se expuso a partir de la intención del mandatario de “abrir las puertas, evitando el aislamiento para no quedar rezagados” en el plano internacional. Y por eso, en lo que significó el balance de su periodo en el poder, el jefe del Ejecutivo ponderó varios ítems, entre los que puso en consideración, especialmente, el crecimiento económico sostenido, y la aparición en escena en el tablero global que lo ubica palmo a palmo con Estados Unidos como las principales piezas del sistema.
En ese sentido, y ya con la mirada en los próximos cinco años, la idea radicará en extender esos lazos que permitan un mayor salto de calidad. Es que, desde principios del Siglo XXI, el Gobierno, en una política que el actual presidente sigue a rajatabla, incentiva la inversión de las empresas chinas en otros países, recalando con fuerza en labores en las que saca ventajas gracias a la explosión de la globalización.
Por caso, se suele poner en la palestra a América Latina como destino de esas oleadas financieras que encuentran terreno fértil con las materias primas y los recursos naturales, aunque no sólo en ese punto se saca provecho, ya que el fomento tecnológico está en el centro de la escena y genera cierto recelo tanto en Europa como en el propio suelo norteamericano, pues se mueve un gran caudal de dinero, mayor ya a los 200.000 millones de dólares, un récord histórico que se superó el año pasado.
Por eso, la mayor apertura capitalista que quedó como base del congreso que se extendió por una semana es un mensaje que no sólo involucra a China y sus vecinos, sino a todo el planeta, que observa el peso específico del gigante asiático.
Aunque el trámite a futuro no es sencillo, y por eso no extrañó que se plantearan en esa reunión los posibles inconvenientes, entre los que se cuenta, fundamentalmente, el drama medioambiental, ya que la avidez de recursos para crecer implica un desgaste natural considerable. La respuesta, en teoría, está en avanzar hacia una utilización respetuosa del medioambiente, aunque es una cuestión que genera total incertidumbre.
Y el otro conflicto se observa en la fortaleza geoestratégica, dado que China es un plafón clave para Corea del Norte, país que, con la escalada de violencia a la par de Estados Unidos, pone en vilo, con sus decisiones, a todo el globo.
Después de las elecciones regionales en Venezuela, que le dieron la victoria al oficialismo en la mayoría de los estados, todo se vislumbra con perplejidad para los opositores y con satisfacción entre los defensores del gobierno que comanda Nicolás Maduro. Es que aquellos entendían que se iba a allanar el camino hacia un triunfo categórico, como resultado lógico de unos últimos meses de pleno conflicto, con un gran caudal de muertes en las calles como saldo de las diferentes protestas. Sin embargo, el chavismo ganó en 18 de los 23 territorios del país, y ahora la mirada está puesta en esos cincos espacios restantes.
¿Por qué? El Ejecutivo ordenó que cada gobernador debería juramentar su cargo en la Asamblea Nacional Constituyente, esa para la cual se votó hace algunas semanas en pos de modificar la carta magna bolivariana.
Así la situación, los protagonistas principales de Zulia, Táchira, Mérida, Anzóategui y Nueva Esparta, en manos opositores, transitaron en estos días una compleja encrucijada: habilitar su propio mandato con un sí a ese congreso, lo que significaría darle entidad a una estructura que, para ellos, desde el principio estaba viciada de nulidad por sus características; o desconocer esa obligación que impone el presidente pero estar a merced de una factible intervención con el consiguiente llamado a nueva elecciones.
Frente a ese panorama, con una Mesa de Unidad Democrática (MUD) que se erige como pieza central de oposición, inmersa en internas para tratar de definir sus pasos a seguir, la apuesta es propiciar consultas populares en sus territorios, con la intención de pregonar autonomismo por sobre la gobernación central, aunque se prevé un nuevo drama, ahora en la faceta judicial, con el peligro, una vez más, de generar problemas en la calle.
El Secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, atraviesa un periodo de conflicto con el presidente Donald Trump y asoma la posibilidad de pegar un portazo en la Casa Blanca, aunque el propio protagonista desmintió esa opción en varias ocasiones. Por lo pronto, se acumulan los desplantes del mandatario, que, mientras su funcionario señala un camino en torno a una temática en particular, al poco tiempo prefiere elegir otro, complicándole el panorama a la hora de las explicaciones.
El ejemplo más claro estuvo cuando expresó que se buscaba un diálogo más fluido con Corea del Norte, en medio de una escalada verbal de violencia que se complementó a lo largo de los últimos meses con el lanzamiento de misiles por parte del país asiático, a modo de prueba. Pero su jefe, temperamental, despotricó contra Kim Jong-Un y, en vez de apaciguar los ánimos habilitó una respuesta dura por parte del país norteamericano en caso que desde el otro lado se continúe con esa amenaza.
Y ese inconveniente para Tillerson cuenta con un nuevo capítulo, ya con la mirada en Irán, pues, según su visión, es de vital importancia que EEUU no rompa el acuerdo con ese país que propone la no proliferación de armas nucleares. Esto, en sintonía con varios representantes en el gobierno estadounidense. Sin embargo, Trump fue claro y resaltó que piensa alejarse de ese protocolo en el corto plazo si no se arreglan algunos puntales que deben cumplir los persas.
En ese ir y venir, luchando frente al impulso del presidente, al que supo tildarlo de “imbécil”, Tillerson se encuentra en un momento difícil que lo hace percibir con un futuro alejado del poder.
En 2014, cuando Abu Bakr al-Baghdadi anunció la creación del Califato en la mezquita de Al Nuri, todo el mundo conoció Al Raqqa, la capital del autodenominado Estado Islámico. Luego de miles de muertes, avances y retrocesos, las fuerzas kurdas proclamaron esta semana la recuperación de ese primer centro neurálgico de ISIS.
Y si bien resta un camino extenso para el final de la guerra, esta conquista tal vez pueda parecer notablemente simbólica por lo que representa el espacio, más allá de que la propia estructura había trasladado su capital en 2015 a Deir Ezzor y al siguiente año a Al Mayadin, siempre hacia el Sur y conforme a la fortaleza conseguida en medio de la contienda bélica.
Por lo pronto, este restablecimiento de la ciudad –que se muestra con unos destrozos casi totales- gana relevancia por el hecho de que fue a manos de los kurdos, el pueblo asiático que hace menos de un mes fue noticia por el referéndum para la creación de Kurdistán en territorio de Siria e Irak y que ahora, con este golpe, ubica en un segundo plano lo que ocurre en su interior, dado que la Justicia iraquí había llamado a la detención de los organizadores de ese plebiscito.
Entonces, mientras por un lado la victoria brinda un guiño en pos de quebrantar a una estructura que representa una de las principales amenazas terroristas a nivel mundial, por el otro se observa el crecimiento de una organización que da una ayuda con las armas pero que, de conseguir su independencia propiciaría un descalabro de enormes dimensiones en un, de por sí, ya convulsionado Medio Oriente.
En Myanmar se da desde hace más de un año un proceso donde los más cercanos al gobierno anuncian la migración de un pueblo y los más críticos hablan de limpieza étnica. Lo cierto es que el presidente Htin Kyat oculta una serie de violaciones a los Derechos Humanos sobre los rohingyas, un grupo musulmán bengalí que en los últimos meses comenzó una masiva salida hacia Bangladesh a causa de las persecuciones que sufrieron por parte de las tropas de su propio país. Y por eso la Organización de las Naciones Unidas emitió en los últimos días un comunicado donde alerta sobre la situación de esta minoría.
El mensaje de la ONU se sumó al pedido de Human Rights Watch para que el cesen las actividades hostiles sobre ese pueble, que ha denunciado desde incendios intencionales en sus aldeas hasta violaciones, trata de personas y ejecuciones sumarias por parte del ejercito oficial de Myanmar.
En paralelo, en Bangladesh tampoco abrieron sus brazos para la llegada de los miembros de la tribu. Sin embargo, el gobierno inició un reclamo al país vecino para que repatríe a los rohingyas en condiciones humanitarias. No lo hace como medida ejemplar ni porque las políticas de Derechos Humano forman parte de sus prioridades, sino porque la presión internacional provocó la amenaza de intervención de la Unión Europea, que comenzó con cortar los lazos militares en la región.
Mientras tanto, según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), unos 501.800 rohingya cruzaron a la región de Cox's Bazar, al sudeste de Bangladesh, escapando de la represión del gobierno de Kyat.
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