Médico de vocación, docente e investigador, el doctor Daniel Moya es uno de los impulsores en nuestro país de una terapia novedosa para el tratamiento de enfermedades derivadas de lesiones y fracturas en zonas como hombros y codos.

En el cada vez más amplio mundo de la medicina, las especialidades encuentran casi cotidianamente nuevos rumbos en los que incursionar para mejorar la atención de los pacientes con muy diversas patologías.

A principios de los años ‘80 comenzó a producirse una mayor diversificación de estas especialidades hacia ramas aún más específicas. Fue en esa época cuando el doctor Daniel Moya, que desarrollaba su actividad como residente en el hospital de Clínicas, en las áreas de Ortopedia y Traumatología, optó por acercarse con mayor precisión al conocimiento y la práctica de esa disciplina médica.

Así, se convirtió en especialista cirujano de hombro y codo, dedicándose al tratamiento integral de esas áreas del cuerpo humano que tienen tanta relación con la práctica deportiva y sus afecciones más usuales, como con el progresivo deterioro que se produce cuando los años pasan factura.

Pero lo más trascendente en la vida profesional de Daniel fue que la vida le dio la oportunidad de conocer e investigar un nuevo método para tratar algunas afecciones severas de esas partes del organismo: la terapia por Ondas de Choque, un método que nació de especialistas europeos y que consiste en neutralizar y curar muchos de los males que surgen de fracturas no consolidadas, golpes o desgastes propios de la edad, a través de ondas vibratorias.

Moya asegura que “no podía haber sido otra cosa que médico, ya que mi papá, que aún vive, es traumatólogo a sus 89 años, mi mamá era psiquiatra, y mis dos hermanos también se inclinaron por distintas áreas de la medicina. Lo supe desde adolescente, cuando me inscribí en la UBA, y al tiempo ya estaba haciendo mi residencia en el hospital de Clínicas”.

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Moya, con 57 años, es padre de dos hijos - uno de ellos es chef y el otro estudia ciencias políticas- y su esposa trabaja como secretaria en la Asociación Argentina de Ortopedia y Traumatología, entidad de la cual Moya es directivo, además es titular de la Sociedad Argentina de Cirugía de Hombro y Codo, y acredita la experiencia no solo de años de profesión sino de numerosos viajes por el mundo, donde pudo ponerse al tanto de las grandes novedades médicas a nivel internacional.

Simpatizante de Boca y amante del cine y la literatura, proclama su gusto por los films épicos, en especial los de Mel Gibson, como El Patriota, Wallace y Corazón Valiente. Lo explica en su amor por la historia y por su atracción hacia la cultura irlandesa, fruto de su genealogía por parte de sus abuelos.

Pero cuando uno habla con Daniel, se convence que sin dudas su pasión es la necesidad de capacitarse y conocer cada día más secretos sobre las formas de poder ayudar a sus pacientes. Una devoción que complementa tanto como docente como en el ámbito de la investigación, y en la organización de eventos de su área.

Moya sabe que la especialidad que eligió es la llave que le permite a muchas personas pasar del sufrimiento al alivio, y ejerce su tarea tanto en el hospital Británico como en sus dos consultorios particulares. Esto cuando no viaja a algún congreso para asimilar nuevas experiencias.

Daniel comenta que “de joven hice muchas cirugías, pero siempre con la idea de que para llegar a ellas deben haberse agotado todas las demás instancias”. Por eso defiende a capa y espada esta subespecialidad de las Ondas de Choque, “que es una nueva y valiosa opción terapéutica, que quizás en tres sesiones puede solucionar problemas muy serios, pero siempre es fundamental tener un diagnóstico claro sobre lo que le ocurre al paciente”.

Asistió a víctimas del atentado a la AMIA

Entre las múltiples experiencias vividas en su profesión, Daniel Moya no puede dejar de mencionar una que le pegó muy emocionalmente: y fue cuando en 1994, estando en la guardia del hospital de Clínicas, tuvo una gran participación asistiendo a muchas víctimas de la explosión en la AMIA.

Cuenta Daniel que “los días lunes teníamos reunión con los jefes de servicio, justo estábamos terminando y yo les daba turnos a los pacientes, cuando siento una terrible explosión. Abro la ventana y al fondo de la calle Pasteur se veía un hongo que parecía atómico, y mucha gente que venía corriendo para nuestra zona”.

Prosigue recordando que “de inmediato todos bajamos a la guardia, y en pocos instantes se habían agolpado más de 200 personas, con distintos grados de gravedad, fuimos concentrando a los de peor estado, y los atendíamos a todos, nos turnábamos en ponerles suero, derivarlos, anotar su problema, y luego con un colega llegamos hasta el lugar para ver si había que asistir a más gente. Me recuerdo sorteando las azoteas y ayudados por los bomberos, parecía una escena de guerra”.

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