Hoy se cumplen sesenta años de la mayor traición a los espectadores: el estreno de Psicosis (Psycho, 1960). El maestro Alfred Hitchcock jugó con las expectativas de su audiencia y cambió las reglas de juego. No solo frente a la pantalla donde acuchilló cada cliché narrativo sino en la previa con una campaña publicitaria muy seductora: “Se prohibirá la entrada una vez iniciada la película”.
Como nunca antes en la historia del cine, un artista manipuló a su público para ofrecerle un entretenimiento superior. Mientras miramos esta gema, el maestro nos hace cómplices de un robo, después testigos de un asesinato y, como si esto fuera poco, también juzga nuestro voyerismo. Todo gracias a un trabajo de cámara que se copiaría hasta el hartazgo.
Es curioso que el film naciera como una broma de bajo presupuesto, como una imperiosa necesidad de un autor de demostrar cuán genial podía ser aun limitando sus recursos: solo costó 800 mil dólares y los técnicos no pertenecían al mundo del cine sino al de la televisión. “El contenido era bastante divertido, como un gran chiste. Me horrorizó descubrir que mucha gente se la estaba tomando seriamente”, admitió el londinense en la magistral charla que tuvo el artista con François Truffaut para el imprescindible El cine según Hitchcock.
Y agregó: “El argumento me importa poco, los personajes me importan poco, lo que me importaba es que la unión de los trozos del film, la fotografía, la banda sonora y todo lo que es puramente técnico podían hacer gritar al público”.
Pero el chiste se le fue de las manos, ni siquiera el londinense se imaginó cómo impactaría en la cultura pop. Acá te contamos las claves de un clásico inoxidable:
El trailer perfecto: Mucho se habla de cómo se vendió la película a partir de su afiche y la prohibición de ingresar a la sala cuando la proyección ya estaba en marcha. Sin embargo, hay un elemento que se merece la misma atención: su particular adelanto. Este avance mostraba a Hitchcock recorriendo algunas escenas del crimen y alertaban los horrores que presenciarían en el Bates Motel. No solo generó un enorme interés sino que evitó cualquier spoiler. Marketing y maestría.
Derrotando tabúes: Durante todo el metraje, las tomas juegan al límite de las prohibiciones que todavía regían en Hollywood. Y no solo nos referimos a la desnudez ilusoria en la mítica escena de la ducha, también a cuestiones que hoy nos resultan corrientes. Desde una escena pasional entre dos amantes, pasando por la exhibición de un ombligo femenino (¡!), hasta un primer plano a un inodoro. ¿Qué pensó el maestro al respecto? “Si ustedes ven algo malo en esto, ustedes son los que están mal”.
Falso anzuelo: Durante la primera media hora, el cineasta nos convence que la historia girará en torno al robo de 40 mil dólares. Todos los personajes con los que se cruza la inexperta ladrona Marion Crane (Janet Leigh) parecieran juzgarla. Pero si prestamos atención, los primeros planos al policía que la interroga y al vendedor de autos usados en realidad nos están mirando a nosotros: los cómplices. A la mitad de la cinta, el dinero no importa porque Hitchcock castiga nuestra ambición. Y empieza otra película.
Masacre al star system: ¿Se acuerdan como se sintieron cuando Ned Stark (Sean Bean) murió decapitado en la primera temporada de Game of Thrones (2011-2019)? Eso no se compara con lo que le hizo el maestro a su supuesta protagonista. Al minuto 48, Marion Crane muere en la escena más memorable de la historia del cine: el asesinato en la ducha en manos de la “Señora Bates”. Nadie se imaginó que la primera scream queen sería descartada para centrarse en Norman Bates, el killer que puso los cimientos para el género slasher.
Edición modo dios: La escena de la ducha merece un tratamiento aparte –en ese sentido, recomendamos el documental 78/52 (2017)-, pero es importante rescatar lo que armó el realizador londinense a partir del story board de Saul Bass. Esta joya de apenas 45 segundos tardó una semana en filmarse y su concepción desafió todo lo que se creía posible en la industria. Fueron 78 posiciones de cámara y 52 cortes de montaje al ritmo de esas pulsaciones que brotaban del violín de Bernard Herrmann. Magistral.
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