Una habilidad clave de los seres humanos para llevar a cabo las acciones de manera eficaz es la “metacognición”, esa cualidad que nos permite reflexionar sobre los pensamientos propios, evaluar las decisiones que tomamos, emitir juicios sobre nuestras propias ideas y reconocer debilidades y fortalezas. Sirve también para el aprendizaje, cuando tomamos una estrategia probada para un problema del pasado y lo aplicamos a un desafío nuevo.
Cuando hacemos esto, nos convertimos en una especie de “audiencia” de nuestro propio desempeño intelectual, nos volvemos observadores activos y reflexivos de nuestro pensamiento. Dos aspectos fundamentales están involucrados en esto: por un lado, la habilidad de razonar sobre lo que pensamos, aprendemos y conocemos; y, por otro, la capacidad de planificar, autorregular y monitorear la manera en la que lo hacemos.
Si bien todos tenemos esta habilidad metacognitiva, no somos igualmente exitosos al momento de ponerla en práctica. Diversas investigaciones exponen que quienes son eficientes en la resolución de problemas tienen más desarrollada esta habilidad. Por lo tanto, suelen reconocer los errores en el propio pensamiento y monitorear los procesos de reflexión. Ahora bien, también es posible estimularla y desarrollarla. Por este motivo, sería muy beneficioso que se la considerara más, especialmente, en el ámbito educativo. Los educadores, al transmitir conocimiento, pueden contribuir con múltiples estrategias a su impulso. Si los alumnos y las alumnas razonan activamente sobre su propio proceso de aprendizaje y pensamiento, pueden ser más conscientes, por ejemplo, para la autocorrección. Además de tener un impacto positivo en la educación, la ciencia de la metacognición contribuye a la reflexión sobre culpas y castigos en el ámbito judicial, sobre los tratamientos en las enfermedades neurológicas y psiquiátricas, y en la interpretación de la propia naturaleza humana.
Poner en marcha entre todos esta habilidad supone la posibilidad de construir una sociedad que se piensa, que reflexiona críticamente sobre sus decisiones, capaz de identificar sus errores y de ponerse de acuerdo para tener un propósito común que ordene las acciones individuales. Los cambios reales se logran gracias al reconocimiento, a la planificación y a la inversión estratégica sostenida en el tiempo, lo cual demanda a su vez un gran consenso político y social. Una sociedad que le atribuye relevancia a la propia conciencia puede también reflexionar sobre sus decisiones, sus procesos, sus juicios, sus errores y sus proyectos.
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