El juego cumple una función clave en nuestras vidas. Está comprobado que la capacidad de jugar está fuertemente relacionada con el desarrollo cognitivo y el bienestar emocional. Así, la actividad lúdica impacta en el crecimiento de los niños y las niñas. Su rol es fundamental porque permite desarrollar habilidades lingüísticas y simbólicas, y también la capacidad de autorregulación.
Por eso, en estos momentos estresantes que estamos viviendo, resulta esencial que los padres puedan generar el tiempo y el espacio necesarios para jugar con sus hijos y promover, de ese modo, un vínculo de apego positivo para que ellos adquieran seguridad emocional.
Existe amplia evidencia de que el juego libre mejora la capacidad de focalizar la atención y el rendimiento en niños escolarizados. La necesidad del juego para tener un crecimiento saludable de los niños ha sido señalada por diversos investigadores. Por ejemplo, cuando un niño tira una pelota a un aro, genera una acción en la que debe compaginar su intención con el movimiento de su brazo; además, tiene que regular la fuerza y la dirección de ese movimiento producto de la coordinación visomotora. Todos los procesos implicados en esta actividad evidencian que se trata de algo más que el mero divertimento.
Por otro lado, jugar desarrolla en los jóvenes y adultos un pensamiento flexible junto con la capacidad de investigación y resolución de situaciones. Lev Vygotsky, uno de los grandes psicólogos que estudiaron los efectos del juego, ha señalado que también contribuye al fomento de las habilidades del lenguaje (y otras formas humanas de representación simbólica) y de la capacidad de autorregulación, que implica el control de los impulsos y las emociones. Para Vygotsky, el juego simbólico y dramático son fundamentales para la consolidación de la comprensión del mundo y la promoción de las capacidades de representación que se irán desplegando con el crecimiento.
La privación del juego implicaría, como consecuencia, un cercenamiento de habilidades cognitivas y emocionales que son estimuladas por lo lúdico. El psiquiatra Stuart Brown entrevistó a distintas personas para que describieran cómo había sido su infancia. Los datos mostraron que el juego libre, no estructurado, imaginativo, puede contribuir a que los niños crezcan como adultos felices y bien adaptados. El proceso de desarrollo del cerebro humano sucede a partir de una interacción entre genética, naturaleza y entorno. Sabemos que las experiencias estimulantes en términos afectivos e intelectuales hacen que los cerebros reciban información acerca de cómo moldear las redes cerebrales de forma óptima. Que este momento especial sea también una oportunidad para compartir con los más pequeños y destinar tiempo al juego.