Lo que comés a la noche influye en cómo dormís. Algunos alimentos, aunque deliciosos, pueden alterar tu descanso y hacer que tengas sueños extraños o pesadillas.
Dormir bien no depende solo de la cantidad de horas que pases en la cama. Lo que cenás antes de acostarte puede jugar un papel clave en la calidad de tu descanso. De hecho, existen alimentos que, lejos de ayudar a relajarte, pueden provocar noches agitadas y hasta pesadillas.
Según especialistas en medicina del sueño, cuando cenamos pesado o elegimos comidas difíciles de digerir, el cuerpo se concentra en el proceso digestivo en lugar de descansar. Eso interfiere en las fases profundas del sueño, las que nos permiten recuperarnos física y mentalmente.
El alcohol, por ejemplo, puede dar una sensación de somnolencia al principio, pero luego impide llegar a un descanso profundo. Las carnes rojas, ricas en grasas, son lentas de digerir y mantienen al organismo en actividad. El picante eleva la temperatura corporal, lo que genera incomodidad y sueños más intensos.
Otros “enemigos” de un buen descanso son el chocolate y las gaseosas, que contienen cafeína y azúcar, dos estimulantes que mantienen al cerebro despierto. La pasta y las papas fritas, por su parte, aportan carbohidratos y grasas que alteran el metabolismo nocturno. El queso tampoco se queda atrás: sus grasas de lenta digestión hacen que el sueño sea más liviano y agitado.
La recomendación de los expertos es simple: evitar estos alimentos en la cena y, sobre todo, no acostarse inmediatamente después de comer. Lo ideal es esperar al menos dos horas, y optar por comidas más livianas como verduras o frutas si el hambre aparece cerca de la hora de dormir.
En definitiva, descansar bien no solo depende de la almohada o del colchón: la clave también está en el plato.
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