La 4x4 se tambalea sobre la huella pedregosa y desde la cresta de una loma, a unos 2.600 metros de altura en el cordón de Famatina, se ve un resplandor amarillento que parece aflorar de una enorme grieta entre las montañas del centro norte de La Rioja: el Cañón del Ocre, un atractivo para el turismo de aventura.
Esta falla expone todos los tonos de ocre, con el río Amarillo en el fondo, junto a la huella que faldea ese cordón montañoso rumbo a la abandonada mina La Mejicana.
El río hace honor a sus nombres populares, río “Dorado” o “Del Oro”, y brilla como si fuera una colada de ese metal precioso que serpentea cientos de metros abajo, entre los paredones que exponen en sus estratos todas las temperaturas de ese color.
La excursión puede comenzar en la localidad de Famatina, pero también se puede iniciar en Chilecito, unos 35 kilómetros antes, una parada ideal para el turista por su infraestructura hotelera, gastronómica y de servicios.
Desde allí salieron las dos camionetas al mando de Marcos Moreno, dueño de la agencia Salir del Cráter y “Tito” Moreno, porteño el primero y de Mendoza el segundo, ambos radicados en La Rioja y reconocidos guías y choferes de montaña, habituados y habilitados para conducir a más de 5.000 metros sobre el nivel del mar (msnm).
En los bosques se combinan arbustos espinosos y bajos, como los nativos algarrobos, chañares y sauces, con álamos importados y plantaciones de nogales.
El río Amarillo llega canalizado y suministra el agua que mantiene la vida en el valle, donde todos recuerda la lucha contra la explotación minera que hubiera consumido grandes caudales, y de la cual queda, en la salida de Famatina, el “Corte de la Dignidad”.
En esa barrera rodeada de carteles que advierten “No a la mina” y “El Famatina no se toca”, entre otras leyendas, permanece algún vecino en permanente vigilia, dispuesto a bajarla y dar la voz de alerta para evitar el paso de camiones u otros vehículos vinculados a la explotación minera.
Los lugareños y turistas pasan libremente y unos kilómetros después, en Peña Negra, está la segunda barrera, que fue el corte original, donde la ruta se vuelve camino de ripio, bordeado por unas pocas casas de adobe y techos de tejas o paja.
Desde allí la camioneta avanza a sacudones, el chofer baja la velocidad y el altímetro marca un constante ascenso que condice con el cambio exterior: del verde fresco y colores variados se pasa a los pastos bajos, cardones y otras especies de altura.
El río es un hilo dorado cada vez más abajo en la quebrada, y en las laderas aparecen algunas rocas peladas de un rojo intenso, con las primeras vetas ocre, blancas y verde oscuro, por supuesto según sus minerales.
El viaje se prolonga más de lo que suponen esos 77 kilómetros porque en la montaña no existe la relación distancia-tiempo del llano, y porque las vistas obligan a numerosas paradas para disfrutar del cambiante paisaje y tomar fotos.
El recorrido pasa por varios puestos de crianceros de cabras, ermitaños que saludan a los Moreno y sus pasajeros para seguir con el pastoreo o sus mates, junto a viviendas de piedra o adobe oscurecidas por el humo del fuego a leña. Como un viaje al pasado.i