Los fantasmas de la final de la Copa Argentina del año pasado que le permitió a Boca vencer a Central con un arbitraje bochornoso de Diego Ceballos, no tuvieron peso en el partido por los cuartos. El triunfo de Central no precisó de ninguna ayuda extra. Sin sobrarle nada sacó una ventaja, la aguantó en el complemento y puso en foco la crisis que se le avecina a Boca.
No le pagó con la misma moneda Central a Boca. No precisó tener a mano a un árbitro sensible al error siempre perjudicando a un equipo, como ocurrió el miércoles 4 de noviembre del año pasado, cuando Boca en la final de la Copa Argentina derrotó a Rosario Central 2-0 con un desempeño escandaloso del juez Diego Ceballos y de su asistente Marcelo Aumente.
 
Esta vez no influyó decididamente el árbitro en el resultado final del partido. Esta vez, a diferencia de aquel encuentro de 2015 que contó con un protagonismo no deseado de Ceballos, Patricio Loustau no inclinó la balanza para ningún lado, aunque los infaltables lobbistas de Boca se victimicen  por los rincones. El 2-1 a favor de Central clasificándolo a la semifinal de la Copa Argentina se mantuvo al margen de las vergüenzas ajenas como pasó hace un año.
 
Por eso no le pagó con la misma moneda Central a Boca, aunque lo haya dejado afuera de la competencia y de la posibilidad de jugar en el 2017 la Copa Libertadores, lo que supone para Boca un perjuicio económico y deportivo que seguramente tendrá  consecuencias muy difíciles hoy de precisar. Pero que habrá consecuencias no hay ninguna duda, porque estas derrotas tan dolorosas dejan cicatrices imposibles de disimular. Cicatrices que en lo inmediato no podrán cerrar ni los jugadores ni la dupla técnica de Guillermo y Gustavo Barros Schelotto.    
 
Para Central fue la noche largamente esperada. La noche del reencuentro con una alegría muy postergada. Boca era una espina que tenía clavada en el corazón. Y aunque estas cosas no se dicen quizás por decoro, por pudor o para cuidar las formas y ser más o menos políticamente correcto, si había un triunfo que Central quería festejar, era éste precisamente. Frente a Boca y en el mismo escenario del 4 de noviembre de 2015 cuando lo asaltaron los ingratos dioses del fútbol.

      Boca Juniors


Si es una revancha o no lo sabrá cada uno íntimamente. Muchas veces las palabras no reflejan con exactitud lo que cada uno siente. Lo que cada uno se guarda. Y lo que cada uno padece y disfruta. Lo evidente es que estuvo iluminado durante un par de minutos para hacer la diferencia. En ese lapso breve, cercano al cierre del primer tiempo, conquistó los dos goles.
 
El primero de José Luis Fernández con un zurdazo sensacional (le entró a la pelota con los famosos tres dedos que inmortalizó el Chelo Delgado) después de un estupendo desborde por derecha de Montoya. Y el segundo, Herrera capitalizó un rebote que dio el arquero Sara (el maestro Amadeo Carrizo sostiene que en general los arqueros dan rebotes por falta de técnica) a un disparo seco y violento de Montoya, ya convertido en una individualidad desequilibrante.
 
Es cierto, en el plano del juego, no le sobró nada a Central. Boca lo terminó empujando en el complemento buscando un descuento que llegó demasiado tarde cuando en el quinto minuto de descuento Benedetto la clavó de cabeza en el segundo palo de ese arquero desconcertante y algo efectista que es el uruguayo Sosa, siempre dubitativo y sin timing para salir a cortar los centros.
 
Pero mirar el partido solo con el foco puesto en el perfil técnico o estratégico que podían brindar los protagonistas le baja el precio al contexto. Porque el contexto le sumó una gran emotividad al desarrollo. Como si estos cuartos de final se quedaran cortos en relación a toda la vibración que venía desde afuera. Y como si estuviera en juego algo mucho más importante y valioso que un pasaje a las semifinales de la Copa Argentina. De hecho lo fue. Y lo va a establecer la dinámica de los próximos días.

      Central vs. Boca - Copa Argentina. Foto: Diario Popular

 
Sostener que Boca volvió a dejar en claro que depende de los aciertos individuales que pueda expresar de mitad de campo hacia adelante, no es ninguna novedad. El equipo no logra afirmarse. Podrá convertirle 4 goles a Quilmes y otros 4 a Temperley, como lo hizo el pasado domingo, pero su funcionamiento no aparece. Es errático. Es espasmódico. Y es débil cuando lo atacan. Lo comprobó Central cuando lo fue a buscar a su zona defensiva. Mostró sus zonas erróneas. Sus fisuras para proteger a Sara. Y su parsimonia para jugar una primera etapa que lo terminó liquidando.
 
La virtud de Central fue muy específica: no perdonó. Y no dudó en aguantarse la tormenta del complemento como si fuera una final del mundo. Con eso le alcanzó para llevarse a Rosario una victoria que pareció un tesoro. Por las señales tan dolorosas del pasado y por lo que significa dejar a Boca con las manos vacías.
 
No le pagó con la misma moneda Central a Boca. Le ganó bien. Y esto tiene un valor que la memoria colectiva nunca desprecia.      

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